viernes, 3 de febrero de 2012

Regreso a casa 3.56 (116) Ferrol-Santander

3.56 (116)  26 de julio de 2007, jueves. Ferrol-Oviedo-Santander

El teléfono me despierta a las 7:00h. Cago, me afeito y lavo, pero no me ducho; recojo todo y para las 7:30h ya salgo. Abro la puerta y echo las llaves en el buzón, como me dijo ayer la dueña. Desayuno en el Zahara (2,50€). Llego a Feve y presento la tarjeta descuento, pero sólo era válida para 2006. Como ya tengo experiencia del año pasado, pido la nueva de 2007 y compruebo con Juan Carlos, que ha pagado de Ferrol a Oviedo, tanto como yo hasta Santander (18,20€), en este precio está incluida la tarjeta de cliente, pero no tengo el dato para desglosarlo.

Ferrol-Oviedo. Un trayecto lacrimógeno
Me pongo a hablar con él, pero está molesto porque le llora un ojo, pues ayer, jugando con un sobrino a baloncesto, se dio un golpe; el día de Santiago había venido a celebrar su Primera Comunión; vino sólo él porque su mujer trabajaba y tampoco se puede quedar más tiempo porque tiene una hija de tres años y medio a la que atender. Juan Carlos es profesor de ESO, de educación especial. De no ser por la molestia del ojo, que le invita a adormilarse para que descanse, habría sido un viaje muy ameno. Me viene bien para disfrutar del paisaje a partir de Ortigueira. Irán pasando O Barqueiro (Estaca de Bares), O Vicedo (y la buena posada), Viveiro (y el café del cura), San Cibrao, Madeiros (veo el apeadero de mi dormida), Burela, Foz, Barreiros (y mi dormida en el campo de fútbol del Celta), Ribadeo (esta vez no haré uso del albergue), Tapia de Casariego (mi última noche con los iruneses Mari Paz y Ricardo, a los que nunca más volví a ver), La Caridad (y Borja), Navia (y mi colitis), Luarca (y lo lejano del albergue), Soto de Luiña (la diarrea y la cena magnífica), Cuidero, El Pitu (Selgas). Cuando he pasado por O Vicedo, veo que siguen sin borrar el letrero pintado en la fachada de la pared de la casa: CAMAS y COMIDAS. Juan Carlos se despierta intermitentemente y, en una de ellas, le echaré gotas en los ojos. Le caen lágrimas a borbotones. Yo me emociono con el recuerdo y él llora. Me cuenta que tuvo un accidente cuando era niño: un compañero le clavó un dardo, de fabricación casera, en un ojo (menos mal que era una punta fina) y, no hace mucho, le han tenido que hacer un transplante de córnea, pues ya no resistía. Todo me lo cuenta llorando. Al pasar de O Barqueiro a O Vicedo, me doy cuenta de que el puente por el que estoy pasando ya lo fotografié a la ida el año pasado en el momento que pasaba un tren. Sería gracioso que fuera el mismo de la mañana en que ahora voy; hacer ciencia ficción y buscar en la ventanilla del tren al Javier de 2007, en ese tren de 2006.  O ver ahora, desde el tren, pasando por el puente, a pie, al Javier de 2006. Dejar volar la imaginación es libre. Por el paso intermedio hay dos operarios y uno de ellos saluda. Viveiro, de encontrados recuerdos. Paso la playa de los Alemanes (con la sirena del mar, durmiente). Han montado unos que califico de exdrogatas en proceso de rehabilitación (no recuerdo qué hechos objetivos me llevan a tal conclusión); bajarán muy pronto del tren. Rinlo, de infausto recuerdo. En Ribadeo montan gentes con mochilas y bicis sobrecargadas. ¡Habrán dormido en el albergue del Camino de Santiago! Otros montan en la otra dirección, con idea de visitar la playa de las Catedrales. La marea baja es a las 12:30h. Llegando a Oviedo, me despido de Juan Carlos que, no lo he dicho, es de Bilbao. Antes de bajar, el revisor me da tres tarjetas: una para salir, otra para volver de comer y otra para pasar a la vía hacia Santander.

Oviedo-Santander. Jacques de La Rochelle
Como en la propia estación un menú de 7,50€. Me atienden bien y rápido, ya que tengo suerte y hay poca gente comiendo. En la barra, una sudamericana toma el pelo a un calvito maduro. Le está diciendo "escribí pidiendo (no sé qué y no sé cuantos) y un hombre con melena al viento... y apareciste tú". Lo tiene embelesado, como hipnotizado. Busco el retrete y un chico me manda hacia abajo. Salgo, paso con la segunda tarjeta: vías 1-5, pregunto en un tren y me dicen que debo pasar por debajo de la plataforma. Veo el vagón que va a Santander, subo, dejo la mochila sobre el rebosadero y la pequeñita Visa sobre el asiento. Hablo con una mujer que va a trabajar y se bajará en estación próxima. Ha estado de vacaciones en Portonovo y Sanxenxo. Está de acuerdo conmigo de que está mejor Portonovo ¡Con lo bonito que era Sanxenxo! También visitó Ons, pero no se acercó a la playa de Melides. Dice que hizo seis horas de recorrido, por el Buraco do Infernu y yo le digo que lo hice en menos de tres horas. Ella baja y monta otra con móvil (no necesita compañía) y baja enseguida. Monta uno de La Rochelle (parece que se repite mi primera etapa en l'Etoile de Gibraltar de 2006), que hizo de Porto (Mira) a A Coruña y que va a intentar, como yo, encontrar albergue en Santander. Dice que hay fiestas y que tendremos dificultades. Ya se verá. Jacques se ha cambiado de sitio, dejando la mochila, cuando han anunciado la subida de un grupo de portugueses. Me ha extrañado que tardara tanto en volver del retrete y me he dado cuenta de que estaba en otro asiento, se ha puesto delante, "para estar más fresco", me dice Jacques. Entramos al Sella y suben los portugueses. Hay mucha gente espectante en el río, pues hay bajada de canoas. Una señora me había advertido que otro río que había visto antes era afluente del Sella y me avisa cuando aparece el auténtico. Me supongo que lo que se celebra es la famosa Bajada del Sella. Me sientan a una señora portuguesa en el asiento de al lado y como tiene bajo nivel de castellano y yo no demasiado de portugués, la conversación se morirá solita. El resto de portugueses tampoco da mucho juego. Se bajan en Ribadesella, donde les espera un autobús. En otra parada hay esperando muchísimos niños scouts con sus monitores. Se suben dos o tres, pero les hacen bajar, puesto que ellos van en la otra dirección. Sólo hay una vía y tendrán que esperar. Me agrada reconocer la zona de la playa de San Antolín, donde pasé tanta zozobra y vi la linda playa de Guilpiyuri ¡Qué recuerdos! Llegando a Celorio me gustaría recobrar memoria, pero ni el Borizu, ni el resto de playas; lo mismo me pasará en Llanes. Aunque reconozco el paso por Unquera, no consigo ver la casa roja, aunque sí la salida al mar de la ría de Tina Mayor; luego veré la de Tina Menor; también la zona industrial de Polanco, por donde pasé hacia el albergue que sólo tenía seis camas. Se me despista el paso por Mogro y el puente prohibido y llegamos puntuales, al igual que a Oviedo, a Santander. Espero a que baje Jacques y pregunto la hora del Feve para Bilbao de mañana. Será a las 8:00h, el primero. Acompaño a Jacques, que va a preguntar por su autobús a Irun de mañana: hay más que los que pensaba y hasta uno de lujo por 45€. Pasamos por la catedral; bajamos y subimos escaleras. Hay tres camas libres, pero hay que esperar la llegada de posibles peregrinos, que tienen preferencia. Me parece correcto y le propongo bajar a cenar donde Dora; pero él insiste en asegurar cama y el hospitalero accede. Una vez asegurada la cama, sin ducharnos, bajamos donde Dora. Recordará mis espinas relamidas del txitxarro, pero me llamará Ignacio, en lugar de Javier (tampoco tan lejanos en el parentesco jesuítico). Jacques y yo cenaremos ensalada y sardinas, pequeñas, limpias de tripa y ricas. Mi plato queda con seis espinas mondas y lirondas y el de Jacques lleno de restos. Un flan con dos galletas completará la cena (7,50€). Dora, además de dueña del bar, hace de hospitalera y, salvo en verano, en que vienen hospitaleros de otros lados, el resto del año, está ella. Nos hemos bebido una botella de vino, pero a Jacques le pide el cuerpo una última copa. Me dice que esta última es de peor calidad que el vino de la botella; como yo no he bebido una última copa, no lo puedo confirmar ni negar. Llegamos al albergue justamente en la hora límite, las 22:30h. Vemos al hospitalero nervioso y dice que se quedarán fuera los que no han llegado; parece ser que, mientras cenábamos, ha llegado un alemán que se ha quedado sin sitio. Jacques siente remordimientos, por haberle quitado el sitio con menos derechos pero, al saber que tenía dinero para pagarse una pensión, se le acaban los escrúpulos de conciencia en el acto. Jacques es un hombre soltero que vive en un apartamento ¡de 70m2! a banlieu, en La Rochelle. Cuando asa sardinas, lo hace en casa de su hermana, que tiene casita con jardín y barbacoa. No echa en falta el matrimonio y está satisfecho de cómo le va en la vida. Se jubiló hace un año y se considera menos simpático que yo. El hospitalero le ha dicho que proximamente su credencial no valdrá, puesto que los obispados van a asumir como único el modelo de credencial que yo llevo. Él no me entiende y se lo vuelvo a explicar. Él no cree que eso suceda ya que cree que algunos Amigos del Camino de Santiago son muy suyos y no lo permitirán. ¡Ya se verá! Cuando estamos para meternos en la cama, el hospitalero apaga todas las luces ¡A dormir! Pero todavía tendrá tiempo Jacques de ducharse y yo lo dejo para mañana, cuando llegue, ya tranquilo, en casa.

Otros caminantes
Un madrileño que va con su pareja, lleva un pie destrozado. No sé cómo lo van a hacer para, sin perjudicarse, continuar el camino los dos juntos. Él lleva dos litros y medio de agua en la mochila. Me dice que la lleva porque se la bebe; además lleva botancas, bastones, capa de lluvia y demás. Dos chicas hacen planes para llegar a Polanco. Aunque la recomiendo, nadie va por Covachos. Ofrezco la cama de abajo a Jacques y yo cojo la de arriba. Durante la noche, mi joven vecino, ¿alemán?, pasará sus pies a mi cama y haremos piececitos involuntariamente; también algún toque con rodillas y brazos; nada que produzca una emotividad sexual, ni siquiera sensual. Hoy ha sido día sin fotos. Siento no haber dejado constancia de los dos trenes Ferrol-Oviedo y Oviedo-Santander.

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