miércoles, 4 de enero de 2012

60.4 Madrid-Sevilla

60.4 29 de mayo de 2007, martes. Madrid-Sevilla.

He dormido bien, y salgo afeitado (y con el intestino evacuado) del tren. Mientras nos aproximamos a Madrid, mirando por la ventanilla cómo corre el paisaje, hablo con el panameño del aspecto económico del negocio que pretende, puesto que del culinario ya está con un buen proyecto, y le advierto que si no hay dinero y gente que se exponga a correr el riesgo, los beneficios se los llevan los bancos. Llegamos a las 7:45h, hora genial para pasear por Madrid. Hasta ahora, siempre que había llegado a la capital, para enlazar con avión u otro punto del sur o del oeste, cogía Metro o Cercanías; esta vez tengo que ir a Atocha para coger el tren a Sevilla, pero recapacito y me pregunto ¿tiene sentido, teniendo tiempo, coger transporte, cuando al día siguiente voy a iniciar una caminada de más de ochocientos kilómetros? Así que inicio mi paseo por Madrid: Chamartín-Plaza Castilla-Castellana-Recoletos-Prado-Atocha.


Al pasar por el Museo del Prado, ya se están formando las primeras colas para la Exposición Murillo. Lástima que no tengo tiempo suficiente para disfrutarla (me contentaré con ver, unos años más tarde, la del joven Murillo del Museo de Bellas Artes de Bilbao).
Desayuno antes de llegar a Atocha, pues ya veo que tengo margen, una vez que estoy cerca de la estación: descafeinado con leche con porras y esperaré todavía un rato hasta que posicionen el tren en la vía correspondiente.












Un buen momento para sacar una foto de mi equipaje en la luminosa sala de espera. Este año llevo una mochila que me regaló, con puntos, Eroski y que tiene una capacidad adecuada a mis necesidades; todavía me durará un año más, aunque llegará destrozada a Alicante en 2008; la otra mochilita, es la que llevo por delante y con las cosas que necesito tener más a mano; es la que en 2004 me regaló Visa, junto con el viaje a las Olimpiadas de Atenas.
El tren sale puntual y voy con tres jubilados que maljuegan a las cartas; la de mi lado, no se cree mi viaje aunque, a lo largo del recorrido, se irá convenciendo de que es cierto y acabarán deseándome suerte. El AVE deja de serlo poco antes de llegar a Sevilla, pero ellos deberán continuar hasta Cádiz.
Nada más llegar a Santa Justa, la estación de Sevilla, pregunto por un lugar para comer. Me indican Casa Paco, pero no lo encuentro, así que retrocedo al primero que había visto, La Bodeguita y, como los andaluces son muy salaos (no tanto como los baleares, pues cecean), y puesto que estoy en Sevilla, elijo salmorejo cordobés (que consiste en un gazpacho frío y más espeso, con medio huevo y trocitos de jamón) y salmonetes (de la costa sevillana, esto es, la onuvense); el primero que como está blandurrio, pero los siete restantes están duritos, muy ricos, con costra albardada; con una cerveza y sin postre, me subirá a 23€, no empezamos muy económicos, pero compenso con el desayuno que me ha costado en Atocha 1,75€. Al salir de La Bodeguita, pregunto por la catedral, y un muchacho me orienta hacia la calle Sierpes; yendo hacia Sierpes, veo un Kukushumuxu en Hernando Colón 38; me hace gracia, entro y la chica que atiende la tienda me dice que no conoce la revista The Balde, donde se anuncian establecimientos varios, entre ellos también Kukushumuxu. Es una revista muy bien editada, estructurada y de diseño; bilingüe, en euskera e inglés. A la Catedral llegaré sin dificultad, ya que al salir de Sierpes, veré a cierta distancia el giraldillo y parte de La Giralda. Al llegar me dicen que la segunda puerta es la de las credenciales, pero que no abren hasta las 16:00h. Me doy una vuelta por el Ayuntamiento, Los Reales Alcázares y llego a Cáritas, donde dejaré en la puerta, puesto que también está cerrado, una especie de camisa gris abotonada de manga larga y la txamarra que me dio mi yerno Mikel y que me acompañó durante todo el viaje por el norte, del pasado año, y que tan poco usé. Regreso a la Catedral, pero, aunque la puerta la abren con puntualidad, don José María no llegará hasta la media. Si bien el cura no me hace preguntas, la señora que ha entrado conmigo pregunta más que un entrevistador de Salsa Rosa. Le respondo lo mejor que sé, le doy mi opinión sobre algunas cuestiones que suscita y le contradigo ante afirmaciones suyas que no comparto; así la mantengo a raya, relativamente, y no creo que quedara decepcionada. Con la credencial del Camino de Santiago, Vía de la Plata, en la mano y con el primer sello con La Giralda de la Catedral de Sevilla, busco la estación de autobuses pues mañana la necesitaré para ir a Huelva y así sabré dónde está. Después, llamo por teléfono a mi amigo Eduardo, y me dice que por la mañana no estará en su casa, pues tiene que firmar el contrato del piso, y que andará por casa de sus padres; así que quedamos citados en la puerta principal de la Plaza de Toros.

Luego voy a la calle Arjona, hasta información, y allí me dan un mapa de la ciudad, en el que me marcan la situación y el itinerario a seguir para llegar al Albergue Juvenil de Isaac Peral, 2 y hacia él me dirijo, pasando por el Monumento a la Tolerancia (yo prefiero hablar de Respeto), de Chillida. Como se verá, al igual que el de Gijón, también se va deteriorando el encofrado, apareciendo las varillas metálicas del interior del cemento.




Seguiré paseando por el margen del río, hasta que me encuentro con las obras, que me obligan a abandonarlo; después cogeré la Avda. de las Delicias y por él, llegaré al albergue.


Para ser en habitación compartida y con servicios fuera de ella, 19,50€ me parece un precio alto (he conocido habitaciones con baño incorporado a lo largo de mi periplo por menos de 20€), menos mal que el desayuno está incluido. Pago con tarjeta Visa; relleno la solicitud, para lo cual debo enseñar la credencial, que es la que me permite hacer uso del albergue, puesto que no llevo carnet de alberguista, y me dan llave de habitación para tres personas (Room 219 – cama C –que, en realidad, será la A). En el sello pone: Consejería para la Igualdad y Bienestar Social. Instalaciones y Turismo Joven. Junta de Andalucía. Instalación Juvenil. Sevilla. Tras ducharme, pasando rápido de caliente a templada, puesto que en la calle hará unos 30º y, cuando me visto y estoy empezando a escribir, llega un oriental que mañana iniciará la Vía de la Plata. Yo sigo escribiendo, mientras él se ducha (las duchas están fuera y corresponden a dos habitaciones: 6 personas). El oriental, luego sabré que es japonés.  
En recepción me dicen que hay cena por 5,75€, pero no me dicen que tengo que coger vale previo, así que, cuando vuelva a cenar, tendré dificultades. El japonés se queda, pues quiere lavar la ropa, le acompaño para ver las instaciones de lavandería y el sistema para su uso. En recepción me dan un mapa para acercarme al Parque de María Luisa y a la Plaza de España, donde se exhibe una representación en azulejos de todas las provincias del estado español. Llego paseando hasta allí, pues no está lejos y, cuando regreso, me dicen en recepción que han recibido orden de cocina para que no vendan más tickets de cena; pero, ante mi insistencia, me dicen que pregunte al cocinero. El cocinero me da su visto bueno y luego tendremos que hacer la misma operación con el japonés; así que cenaremos juntos en la misma mesa. Cenamos sopa de calabaza y San Marino, que es una especie de Sanjacobo, pero con pisto de patata y algo de pescado (una gamba). Cuando estamos terminando el yogur de plátano, llega un grupo de monitores de intercambio de proyectos Polonia-Alicante y me pongo a hablar con la polaca de Zacopane. Rememoro mi viaje por Polonia y los lugares que visité y ella está encantada de oír hablar bien de su país. Me despido del grupo y acompaño al japonés a la secadora para recoger su ropa y subirla a la habitación; él abre una botella de tinto y sale al balcón para cortarse las uñas de las manos. Cuando termina de cortárselas, salgo yo también al balcón para hacerle compañía. No son todavía las diez. Le ofrezco pipas de calabaza y acepto beber vino de su misma taza (lo más que me puede contagiar es que se me achinen –ajaponesen- un poco más los ojos). Le digo que el vino está rico y me responde que es barato. Le insisto en que es un rioja joven y que está rico. Él me dice que le gustan más los navarros (los vinos) y le escribo en la botella las calidades ordenadamente: joven, crianza, reserva y gran reserva.
Las normas del Albergue son:
  • Para pedir su llave deberá mostrar este impreso al recepcionista.
  • El horario de desyuno es de 8:00 a 9:30. Y está incluido en el precio.
  • Solo hay una llave por habitación, cuando salga deberá dejarla en recepción.
  • No se permite el consumo de alcohol.
  • Guardar silencio a partir de las 24:00.
Después de leídas, me doy cuenta que hemos cumplido todas menos la cuarta.
Cada vez que el japonés va a coger pipas, me pide permiso; yo ya conocía, a través de las películas, y de unos que coincidieron en el tren con mi hija Sara y su amiga Zaloa, al regreso de Valencia, de un examen de ballet y que estuvieron invitados a comer en casa, que son muy protocolarios. Yo distingo entre ser educado y guardar protocolo; creo que una vez de ser invitado, lo educado es no pedir permiso cada vez que se acepta la invitación y, si el invitador se molesta, que no invite.
El japonés es un chaval con pelos largos y tiesos; cuando estábamos en el comedor, unas extranjeras, al terminar de cenar, se le han acercado por detrás para comprobar de cerca la pelambrera y hacen gestos de desagrado (en realidad es más un juego que se traen entre ellas). Entramos del balcón, yo me acuesto en mi cama y el se va a hacer el aseo y, al regresar a la habitación, cierra la puerta y también se acuesta. Para no sufrir molestias luego y como todavía no ha llegado el tercer habitante del dormitorio, que, ni siquiera conocemos, me levanto para dejar la puerta abierta y, así, no tener que levantarnos, cuando llegue, para abrirle.
Al poco rato aparece. Es chileno y se llama Pablo (¿Neruda?, pregunto). Al japonés, en ningún momento le he preguntado su nombre (doy por hecho que será difícil de entender o de pronunciar). Pablo llega con un amigo al que no llegaremos a ver, puesto que se queda en el umbral, y allí se despiden. Como Pablo ve que ya estamos a oscuras, se asea rápido y se mete pronto en la cama. Los dos en calzoncillos y con cubrecama y manta ¡Qué contraste! ¡Con 30º! Y yo en bolas y con sólo una sabanita encima. El contador de kilómetros me indica más de 20 y eso que todavía no he empezado a andar. Me da poca fiabilidad, aunque sea el día que más he llaneado, pues el paseo por Madrid, entre Chamartín y Atocha y el paseo por Sevilla entre la estación de Santa Justa, Catedral, paseo por el Guadalquivir, Albergue Juvenil, Parque de María Luisa, Plaza de España y regreso al Albergue juvenil, creo que puede aproximarse a esa cifra de 20 km. Duermo bastante bien, sólo me he levantado una vez a orinar. Cagué tres veces. No sé cual de los dos, pero uno ronca también de vez en cuando, no sé si en japonés o en chileno (me falta práctica para distinguir).

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