miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 5 (65). Ilha de Tavira-Olhao

Etapa 5 (65). 3 de junio de 2007, domingo. Ilha de Tavira-Santa Luzia- Olhão.

“Deus e um invento dos homems”
Me despierto a las 6:00h y a las 6:30h saco foto del amanecer desde mi cama en la arena. La esterilla, hoy ha funcionado bien y calculé bien la subida de la marea. Desnudo, recojo las mochilas pero, como hace fresquito, me pongo el jersey y camino alejándome de los pescadores. Pasará un caminante con mochila negra y visera con volante; va comiéndose el mundo, y supongo que estará informado de que está en una isla y que, probablemente, tendrá que volver por el mismo sitio por el que está yendo… ¿o tendrá la alternativa de alguien que le pase a la Ilha de Fuzeta? Le voy siguiendo con la mirada, hasta que no da más de sí mi visión y, antes de la señal de la siguiente playa (posiblemente Barril), lo perderé de vista. A las 7:30h me doy el primer baño y me voy secando al aire y a las 7:55h me visto, cojo las mochilas, llego al pasillo enlosado, donde están los restaurantes y tiendas, cojo agua en la fuente y llego al barco poco antes de las 8:20h. Sale puntual a dicha hora. (Según veo ahora en el periódico, Ganó Portugal 2-1; lo que me pasó es que yo creía que los de blanco eran los belgas y los de rojo los portugueses, pero resulta que era al revés). En el barco van tres empleados y tres viajeros, uno soy yo, un pescador que se va nada más llegar y el otro, con un carro de la compra, pero que es donde lleva sus pertenencias y, con la excusa de los mosquitos, será con este último con quien empezaré a hablar; primero de peces, luego de mi caminada y acabaremos hablando de Dios. “Para mí”, me dirá: “Deus e um invento dos homems”. También me pregunta si no tengo miedo de ir solo; y le respondo que no. Se despide deseándome suerte en el viaje.

El puente romano de Tavira
Llegando a Tavira, pregunto por o Ponto Romano y me dicen que el siguiente, el tercero. Cuando lo paso, me lo confirman, pero, como está tan reformado, ni me parece romano. Paso al otro lado del puente sobre el río Gilão y pregunto, a una señora que viene por la calle umbría, por cafetaria y pastelaria y me indica una que no me parece que sea, pero que compruebo que sí lo es. Desayuno un descafeinado largo de leche y un pastel con crema y almendra (1,80€). Escribo el diario, orino, ojeo el periódico (aquí me entero del resultado Portugal-Bélgica), lleno la botella de agua y, como no tienen carimbo, salgo hacia Faro. Un chico me dice que pase el puente y allí veré la indicación; no lo hago por el romano, sino por el siguiente y, a lo lejos, se ve por arriba un puente que pudiera ser del ferrocarril y otro, que parece ser la carretera N-125, pero que, queriendo evitarla, no me quedará más remedio que salir a ella por la tarde.
Uma pousada con muy buena pinta
Cuando veo la indicación Faro, por la N-125, también veo otra hacia Santa Luzia y otra que pone Iglesia y Convento y, como en la pastelería no tenían sello, me dirijo hacia allí para probar fortuna; lo primero que veo es una pousada con muy buen aspecto, se trata de la Pousada de Tavira del Convento de Graça. Entro y, por el aspecto de los empleados que están en recepción, no parece que sea barata, así que me abstengo de preguntar. Uno de los recepcionistas atiende a dos extranjeros del norte de Europa y la otra chica me atiende a mí, pero como no me entiende nada, espero a que se vayan los foráneos y consigo que me pongan el carimbo: Pousada de Tavira. Convento de Graça 8800-407 Tavira. Me desean buen viaje y me voy; luego me arrepiento de no haber pedido información de las características del albergue, funcionamiento, precios… pero ya no tiene remedio lamentarse.

Salida del convento
Cuando salgo del convento, retomo la indicación Santa Luzia. Poco después me encuentro con un grupo de hombres y uno, especialmente amable, me recomienda el paseo por la pequeña carretera que lleva a Santa Luzia pero que, para llegar a Luz de Tavira, no me quedará más remedio que salir a la N-125. ¡Ya veremos! Llego a un cruce y dudo, pero el propio trazado de la carretera me llevará a tomar la decisión correcta.
Dos ingleses de Tavira
Una pareja va en la misma dirección, pero por la otra acera, así que no dudo en pasar para ir charlando con ellos. Son ingleses, y él, de los pocos que se esfuerzan por entender y hacerse entender y, aunque a veces no lo conseguimos, nos reímos. ¡Qué bonito! Al final, es más grata la comunicación gestual que la verbal. Son de Mánchester y llevan unas semanas viviendo de alquiler en una casa de Tavira y lo que suelen hacer es dar paseos en distintas direcciones de la zona; hoy ha tocado paseo hacia Santa Luzia. Tenía que ser hoy, porque cualquier otro día de su estancia, no habríamos tenido la suerte de coincidir (tuvimos suerte de encontrarnos en el camino, diría mi canción). Pasamos por una tapia rebosante de madreselvas y cojo una de sus flores para que huelan su aroma característico, dulzón y alimonado. Me resulta a mí mismo divertido mi esfuerzo por tratar de traducir la palabra madreselva; mother ya sé decir, pero como no sé cómo se dice selva, intento un rugido de león que, me sale tan extraño, que los tres nos reímos. Mi hermana Lucía, mi cuñado hawaiano, mi sobrino inglés, que viven en Londres, en Chiswick, dan tema para hablar de algo que conocen… y también mi viaje. Llegamos a un lugar en que la acera se acaba y resulta incómo conversar en fila india, sobre todo cuando las miradas y los gestos son tan importantes, así que me despido de ellos, paso al arcén izquierdo de nuevo y recupero mi ritmo, que había frenado.
Un buen polvo
El arcén es escaso, pero hay poca circulación y no causa problemas. Intento entrar en un campo de fútbol, por si se han dejado alguna puerta de vestuarios sin cerrar y poderme dar una ducha, pero no ha habido suerte. Cuando entro en el pueblo, veo un gran letrero que anuncia: Santa Luzia, Tierra del Polvo. No me parece que sea ningún mérito como para irlo pregonando, sobre todo si se refiere al polvo ambiental. Cojo el diccionario (Océano básico de 629 páginas) y veo que el polvo es nuestro pulpo. Al leerlo me doy cuenta que ya lo sabía, puesto que me lo habían dicho, pero lo había olvidado; a partir de hoy, salvo Alzheimer, no lo olvidaré. Otra razón para no olvidarlo es la asociación que hago, puesto que para echar un buen polvo es preciso aferrarse con brazos y piernas y el pulpo tiene ocho (octopusy, le llaman los ingleses). Pregunto a un grupo de personas, que están a la sombra de un bar y todos ponen interés para decirme dónde comeré el mejor polvo. Me indican que a 40m del Crédito Agrícola, doblando al final de la rua. En la Casa del Polvo, no hay nadie, pero pronto será la tempranera hora en que comen los portugueses y, cuando salga, ya se estará llenando. No tengo intención de comer de fundamento y sólo quiero probarlo; la carta indica muchas variantes, pero para comer media ración, sólo ofertan el que va con ensalada; así que me sacan media ración de éste, que es como una entera de muchos sitios del país vasco (también en Galicia suelen ser raciones generosas, como la que comí en Ribeira), y un vaso de vinho tinto (puesto que para el vinho verde tenía que pedir media botella). Está muy rico, aunque yo le habría puesto menos pimiento verde crudo al pulpo. Pago los 5€ y sigo caminando.
Los de Mánchester, de nuevo, en el nuevo Paseo Marítimo
Bajo por el paseo marítimo y, al llegar abajo, veo que están pavimentando toda la zona, con un embaldosado que tiene que ser muy caro y sin dejar espacios verdes. Una pena; como en Manta Rota, cemento y más cemento y allí, sobre las nuevas baldosas, y admirados del esfuerzo de los pueblos por mejorar, me encuentro de nuevo a la pareja de Mánchester. “El año pasado, aquí no había nada, sólo tierra”, me dirán. Les cuento mi regusto por el pulpo que he comido, pero me da la impresión que no lo han comido nunca ¡a saber si les gustaría! Los ingleses son muy especiales con la comida; no se arriesgan a salirse del consabido filete, como constata Saramago en su Viaje a Portugal.  Me despido de nuevo de ellos.


Otro paso por el río Gilão hacia las islas costeras
Antes de entrar en Piedras de Rei, pregunto a una familia que acaba de aparcar el coche, y se dirige hacia el mar, pero antes deberán coger un barco para atravesar el río Gilão y dirigirse hacia las playas atlánticas de Barril y Santa Luzia que, como decía ayer, serían la continuación de donde estuve en Ilha de Tavira. Ya salgo de Santa Luzia y esta foto que pongo, es el indicador que a la salida, con muchas variantes, supone el agradecimiento de muchos pueblos portugueses a sus visitantes.

Salir a la N-125
Paso por unas villas con cesped y apenas está aislado su espacio delantero de la fachada y, por un hueco, pido permiso para pasar y preguntar; una mamá joven está dando biberón a su bebé y está con ellos su marido y padre de la criatura (esto último me lo supongo); me confirman que para ir a Luz de Tavira, deberé salir a la N-125.






Cuando llego a Luz de Tavira, saco foto a su iglesia, que me gusta y, sobre todo, una puerta lateral. Cuando voy a salir del pueblo, el reloj da la campanada de las 13:30h. Me dicen que para Fuzeta faltan 6 km. y, aunque voy con intención de ir allí, han pasado más km. o, al menos, eso me ha parecido a mí, y no he visto la desviación. Me quedaré sin ver Fuzeta, pero no desisto de que, algún día, pueda tener la oportunidad de conocerlo. Se da la casualidad de que Fuzeta es un lugar donde suele pasar las vacaciones mi amiga Lena, que el 21 de junio conoceré en Tróia, como ya contaré; otro lugar muy querido de ella es Donas, en la Serra de Estrela, con sus riquísimas cerezas que también, en Tróia, probaré; ambos lugares ensalzados por Lena, que trataré de visitar.
A falta de cerezas, cojo una naranja de un árbol generoso, cuyas ramas salen hacia la carretera y se ofrecen al caminante; está muy dulce y refrescante a la vez y, además, no tiene pepitas. Hago uso, por primera vez, de la navaja. Luego, otro árbol, me ofrecerá tres albérchigos, el primero, muy maduro y dulce y los otros dos más verdes, pero más refrescantes. Se me empieza a cargar la planta de los pies, ya que casi todo el camino lo estoy haciendo por asfalto y los pies se habían malacostumbrado a la orilla del mar y a la arena y empiezo a notar ampollas.
¡Aupa Oscar Pereiro!
Aquí tengo un lapsus y convierto a Pereiro en Piñeiro. Un lapsus que tembién es visual y que me trae a la mente al corredor gallego que ganó el Tour de Francia 2006, después de llegar segundo, pero que ya se le ha reconocido, para estas fechas, por el dopaje de Landis.

Un ciclista está subiendo una cuesta y viene en dirección a mí; me acuerdo de Piñeiro (Pereiro) y, justamente, cuando me sobrepasa, veo un indicador de dirección que reza: Pinheiro y, en dirección contraria otro: Fudo. ¡Qué pena que no he tenido el reflejo de sacar una foto al ciclista con el indicador! Pero, desde aquí, la errónea escena me sirve como homenaje al corredor, al que vi perder la penúltima etapa del Tour-2006, contra el reloj, estando en Santa María de Oia, en el Duke Blanco. Volveré sobre este tema cuando llegue a Galicia, pues voy con intención de visitar a la familia y conocer al neófito que nacería días después de conocerlos y sería niña.
Demasiados kilómetros por asfalto
El día está calentito y calienta el asfalto; las sensaciones que recibo de mis plantas de los pies, me siembran serias dudas en cuanto al acierto en la compra de las sandalias que llevo; tienen la ventaja de que las puedo mojar pero ¿son saludables para mis pies? Cuando ya pensaba que me había pasado, aparece el indicador de Fuzeta; pero ya las circunstancias han variado; me da miedo pasar a la isla y que tenga que pelear contra los mosquitos, como ayer; voy cansado y sería mi quinta noche durmiendo en playa, así que decido olvidarme de Fuzeta y acercarme a Olhão, en zona de tierra más firme. No obstante, pregunto a una chica para saber si, dejando la carretera N-125, por Fuzeta puedo llegar a Olhão; y me asegura que no. También me informa que a Olhão hay entre 3-4km y, puesto que no soy un parvulito y sé sumar, no serán 3 o 4, sino 3+4, o sea, 7km. La chica se va, y unos chicos que pasan en coche, la piropean. Como no piso bien, los últimos kilómetros del día se me harán eternos. ¡A ver si mañana salgo del asfalto!
Tarde-noche en Olhão
Al llegar a este pueblo, pregunto a una chica por pousada, y no me entiende. Unos chicos que están allí tomando refrescos, me mandan ir bajando hacia la iglesia, por la izquierda, y allí encontraré dos; sigo bajando, y ya cerca de la iglesia veo a un señor mayor que va con un joven; el mayor me indica una cercana y el joven me acompaña; vuelve a preguntar y me indica: “segunda manzana a la izquierda”. Tras recorrer toda la calle, una mujer me dirá: “en la rua no hay pensión”, pero otro señor que sale de su casa con dos niños, me dice que mire en la segunda casa de la calle, donde pone: “cuartos”; la primera señora se asombra, pues tiene la certeza de que allí no se alquilan cuartos; yo bajo a la 2ª casa y allí no pone nada. Toco el timbre, pero nadie me abre. Así que, abandono la zona, y me voy a buscar pensión por otro lado. Llego a una de dos estrellas, y me piden: 40€ con baño y 30€ sin baño; después de cuatro noches durmiendo bajo las estrellas (los hoteles de más estrellas del mundo) gratis, todo me parece caro. Ya en la calle, me mandan a preguntar en un bar. Pido una cerveza portuguesa (0,80€), pregunto, y me dicen que a la vuelta de la esquina está  Pensão Bicuar, en Rua Vasco de Gama 5. La recepcionista, y creo que también la dueña, son inglesas; la joven lleva diez años en Olhão, pero los cinco primeros estaba en un trabajo más bullicioso; aquí está contenta y el trabajo es tranquilo. La habitación  más barata que tiene es una individual por 25€ con el retrete fuera y no puedo pagar con Visa. La habitación es más que suficiente y la cama grande, de matrimonio, con cabezal a juego con el armario y en imitación a muebles rústicos. Salgo y hago mi deposición en el retrete y, de nuevo en mi habitación, me ducho con agua caliente, que iré rebajando de temperatura y acabaré con el chorro en las plantas de los pies, para masajearlas y compensarlas por el trajín del día. Me afeito y tengo el ojo derecho dolorido, como si me fuera a salir un orzuelo, ¿podría ser, derivado de una picadura de mosquito? Y, para finalizar, me doy aloe-vera en la planta y entre los dedos de los pies ¡A ver si consigo evitar que me salgan ampollas! Cuando salgo, me doy cuenta que, al no admitirme la Visa, se me ha olvidado pagar, así que vuelvo a subir donde la recepcionista, que ahora está hablando con la dueña. Para hacer tiempo, subo a la terraza, desde donde se ve una bonita vista de la ciudad, y donde hay un tendedero y mesas de jardín coquetonas. Pregunto, y me dicen que puedo lavar la ropa y tenderla en la terraza; así que bajo de nuevo, lavo la ropa en mi habitación y me deja seis pinzas para tender: camiseta gris, calzoncillo y pantalón y, mientras se secan, me dispongo a hacer mi primer dibujo con rotuladores Staedtler negros en mi Moleskine.


También sacaré una foto, aunque dicen que las comparaciones son odiosas. Elijo los tejados anteriores a la fachada frontal de la iglesia (el trocito que veo de ella) y, aunque trato de ser fiel, tendré que hacer un refrito para unificar lo que veo. Invierto la orientación del pantalón, puesto que el lado donde le ha dado el sol está ya casi seco.





Pregunto por un lugar para cenar, y me recomiendan Piteu da Baixa, que encontraré hacia el final del paseo, a la izquierda. Salgo al puerto y veo una cabina de teléfono público; no la necesito ahora, pues es temprano para coger a mis hijas en casa, pero me intereso para después: tiene dos chicles pegados en el visor. Enseguida daré con Piteu; así que otro tema localizado. Son las 18:30h cuando llego a la plataforma de embarque del puerto, en el momento en que suena una sirena de un barco que está saliendo.

Dos niños en bici se asoman a la barandilla y, uno de ellos, me dice algo que no entiendo, pero me da la impresión de que se han creído que se me ha escapado el barco. Camino por un paseo con fuerte olor a mierda (auténtica mierda). Hay atracciones bulliciosas para niños y un parque infantil, algo más tranquilo, que me permite comparar con los que yo conozco de Bidasoaldea, Donostialdea y Oarsoaldea. Éstos son más estables que los de mi zona. Un señor me observa ¿perplejo por el interés que pongo? No creo que sepa cuál es mi interés ¿pensará acaso que soy un pederasta?

En el paseo veo también una iguana; se le ve grande y pesada; va caminando a pasos lentos, se acerca a una palmera, pero, en cuanto llega al tronco, parece ligera y veloz y, si el dueño no la atrapa a tiempo, se habría perdido entre la maraña superior. Seguiré el paseo hasta su final. Ya de regreso, veo cómo un chico enseña a una chica un ejercicio de relajación: consiste en esconder el cuello entre los hombros, mediante la ascensión de los mismos, a la vez que se inspira, y dejándolos caer bruscamente, al expirar. Voy caminando, poniéndolo en práctica y resulta muy gratificante. Vuelvo hacia la cabina, pero está ocupada por una señora; son las ocho y cuarto (las 21:15h en Donostia) y, cuando dejan libre el teléfono, tras recoger sus monedas sobrantes, veo que ya no tiene los chicles pegados en el visor. Hablo con Josu, mi yerno, que piensa que estoy ya en Sagres (¡pues no me queda nada hasta llegar allí!); le llamo para decirle que estoy bien, le cuento lo de las sandalias, las noches de playa y que hoy dormiré en pensión. Tampoco allí hay novedades, y otro día ya se pondrá mi hija Sara.
¡Qué ricas son las sopas portuguesas!
Ceno en Piteu da Baixa Mar: aceitunas, sopa de col y agrião (berros) y bacalhau brass (estropajoso y con patatas fritas) y me sacan, aparte, una ensalada. Con el bacalhau ya habría tenido más que suficiente. Con dos cañas (9€). Tampoco puedo pagar con Visa, aunque lo intentan, pero el aparato me pide clave, que no es necesaria; lo sabré para lo sucesivo. La sopa estaba riquísima. Me aficionaré a las sopas portuguesas, incluido el caldo verde. La noche está muy agradable y regreso paseando lentamente por la urbe; está todo muy tranquilo. Cuando llego a la pensión, la inglesa está liándo un porro que se fumará con dos amigos. Hablamos y le doy la credencial y se la lleva a la dueña para echarle el carimbo; vuelve con él: Pensão Bicuar: Michael Cary Adams. Rua Vasco de Gama, 5 8700-522 OLHÃO 969339486. Se quedará fumando con sus amigos. Ya en mi habitación, quito la manta (que no estará rota) y quito las dos gruesas almohadas y recubro con mi toalla un cojín. El contador marca 22,38km en una jornada en que todo el camino lo he hecho vestido; así que, o lo tengo mal regulado, o me lo coloco mal…; en cualquier caso, no me sirve más que para darme trabajo y sin compensarme con buenos resultados. Tengo dos mosquitos en el dormitorio; consigo asesinar a uno, pero el otro se me esconde; menos mal que no me ha molestado en toda la noche. Lo primero que hago, una vez quitada la manta, es desajustar las esquinas de la sábana encimera, para no tener ataduras y, una vez desnudo, me tapo livianamente con ella. Los nudistas de Olhão, lo practican en la playa de la Ilha de Armona, pero allí no es nudismo autorizado, sino tolerado. Para ir, deberán coger barca; un inconveniente añadido.
¿Qué he aprendido hoy? Que hay que procurar combinar suelos diversos para pisar y combinar calzado con pies descalzos. Que combinar períodos de dormir a la intemperie con paradas en cama bajo techo, permite sacar gusto a ambas opciones y lavar la ropa. Que las sopas portuguesas son muy ricas. Que pedir información a los portugueses está bien, pero que debo  hacer una interpretación de lo que me dicen. Que no puedo fiarme del contador de kilómetros. Que si el camino me ofrece fruta, como hoy naranja y albérchigos, sin abusar, los acepte como un regalo.

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