lunes, 9 de enero de 2012

Etapa 49 (109) Lavra-Azurara

Etapa 49 (109). 17 de julio de 2007, martes (3ª feira). Lavra-Angeiras-Labruge-Vila Châ-Mindelo-Arvore-Azurara.

Despedida de Sergio y Maria
He orinado de madrugada, encendiendo una tenue bombilla y, ya por la mañana cago bien; me siento regulado. Me levanto sobre las 7:30h. Cojo una revista especializada en Economía y leo la primera parte de un artículo de Sergio que han publicado, hasta que llego a la parte metodológica. En el artículo, el profesor Sergio Leal Nunes, propone un sistema para que los consumidores de carburante, tengan elementos para elegir el lugar idóneo para cargar el combustible. Habría que controlar algunas variables como el precio (variable más fluctuante), la distancia (el lugar donde está el cliente) en relación a la distancia (el lugar donde está la gasolinera), el recorrido más idóneo (no necesariamente el más corto) por condiciones de carretera (estado del asfalto, curvas, altitud, y demás) y que el dato sea obtenido rápidamente. Sergio deja en manos de otros expertos la decisión de cómo hacerlo y el soporte a emplear: Internet, GPS (él hablaba de PSA), móvil, etc. Hacia las 9:00h se levanta Sergio y le acompaño a comprar pan y croissants a una padaria, perto (panadería, cerca). No me deja invitar.

Cuando regresamos, se levanta Maria y desayunamos con un sandwich de presunto, chorizo y bacon; la mitad para los perros, la otra mitad para Javier. Maria prepara un zumo muy rico con naranja, manzana y zanahoria y salimos a dar una última vuelta con los perros. Hablamos de mis trabajos, especialmente del último en Gureak, con personas con deficiencia mental.

Me han dicho que en Azurara el agua no es muy recomendable, ya que desemboca el río Ave y suele ir algo sucio; dicen que es el más contaminado de la región. El gato no saldrá ya hasta la noche. Al volver recojo mis mochilas, me dan sus señas para mandarles postal de Caminha y les doy las mías por si alguna vez van a hacer surf a Hendaya y quieren visitarme en Irun. Sergio vino a Irun el verano siguiente, pero fue un encuentro precipitado y no pude agasajarlo como se merecía. ¿Habrá nueva ocasión? Nos damos un abrazo de despedida, agradecido por el bien prestado y para las 11:00h ya parto; no por donde vine en coche con Sergio, que fue retroceder, sino por la playa, repitiendo un tramo de la misma. Pronto tendré que salir porque la playa se acaba y el camino me lleva a estrada.






Un dibujo que se quedará inacabado

Llego a Angeiras y entro en el Mercado Municipal; en la zona de pescadería, veo: percebes, navalheiras y zapateiras y hablo con la mujer que los vende. En la siguiente playa, de Labruge, me voy hasta las rocas del fondo, donde hay un chico con paravientos que, tras desnudarme y darme un baño, recogerá sus cosas, sus dos paravientos, y se irá a la zona más sur y en vaguada de la playa; no ha retrocedido mucho, pero lo sufiente como para darme a entender que no le ha gustado o bien la relativa proximidad, o que me haya desnudado. Ahora, nos separan unas rocas. Estaré un rato muy a gusto; me baño tres veces y seco al aire, a la vez que dibujo unas rocas que, como se está haciendo tarde para comer, no finalizo y me voy con intención de volver a la tarde a terminarlas.

Cuando me estoy yendo, veo a dos chavalitas que se afincan en la arena en la zona donde yo estaba; así que me hacen dudar de que por la tarde pueda, deba, estar allí en bolas. Lo del chico de los dos paravientos ha sido un aviso.
Busco sitio para comer y veo anuncio de castro
Como en Novo Lar de Labruge por 6,60€: chuletas de porco con patatas fritas, ensalada y café y, seguro que algo bebí. Bien y barato. Hablo con el dueño del local, pero poco me puede decir, ya que él no es de esta zona. Escribo y a las 16:20h retorno a la playa y ya voy con idea de dormir en Azurara ¡Veremos! Por el camino, trato de localizar la señal del castro, pero no logro encontrarla, así que me quedaré sin verlo “¿Merecía la pena?” Es algo que me pregunto y no sabré.

Tras ser denunciados, la policía nos obliga a vestirnos. Miguel
Entro a la playa por la zona más al sur, por donde he llegado esta mañana y, desde lejos, veo tanta gente en la zona en que he estado dibujando desnudo, que creo que no voy a poder estar igual con comodidad y me voy replanteando terminar el dibujo de pie, vestido y sin bañarme. Además el cambio de las sombras de la mañana ha sido drástico; lo que estaba en sombra ya no lo está. Luego me bañaré en otras playas de más al norte. Cuando estoy con estos pensamientos, paso junto a un chico, Miguel, con un paravientos marrón que, apoyado en sus brazos e inclinado hacia atrás, enseña su pene flácido. Sigo adelante, pero me paro. Me da la impresión que ese gesto significa algo y retrocedo. Detrás de mí venía una pareja y, cuando va a pasar por el paravientos, Miguel se incorpora y les tapa la visión. Me quedo mirando el panorama, me acerco y le digo: “¡Qué! ¿Me lo querías enseñar?”. Miguel se hace el despistado, como que no sabe de qué va y, de esa forma tan peculiar, iniciamos una conversación que, primero, irá sobre nudismo, pasará a temas de gimnasia y educación física y ¡cómo no! de mi viaje, pero que acabará por otros derroteros, como podréis comprobar en breve. Miguel me invita a sentarme con él, en la parte dunar alta de la playa, y con gente a la par y abajo; todos vestidos, como yo, o con bañador. Miguél está rabioso porque le gusta el nudismo y se ha tenido que bañar con calzón y ahora lo tiene puesto y mojado ¡algo insano que soporta mal! En vista de lo cual, después de hablar un rato, decidimos desnudarnos. Yo me quito la ropa y él el bañador y le invito a secarlo con mi método patentado: tapándolo con “areia quente por cima”, luego sacudirlo y repetir la operación, y seguimos charlando. Estamos discretos, algún pescador y algún paseante ya nos ha visto. Miguel es profesor de educación física; le hablo de Maria y del método Pilates. Miguel no es partidario de este método porque se trabaja el cuerpo por partes del cuerpo y a él le gusta más el método que, con música y ritmo, se implique todo el cuerpo al unísono. Le hablo de Bernardino y su reflexión sobre el uso de mi libertad y de la que este gesto, que estamos haciendo, es un refrendo. Él está encantado de poder estar desnudo y disfruta habiendo tomado la decisión y, a la vez, estamos los dos contentos con la conversación. Dice de bañarnos, y lo hacemos. El mar ahora se ha encrespado, en relación a la mañana, pero entro yo el primero acertando en la ola adecuada. La zona de la mañana, entre rocas, era una balsa y ahora azota la ola en rompiente orillada. Cuando él entra al agua, yo salgo y lo hacemos bastante bien. Le espero en la orilla a que salga. Nos secamos paseando por la orilla y, una mujer y su marido, que nos cruzan, en dos o tres ocasiones, mirará nuestros pitos con poco disimulo. Le digo a Miguel el probable comentario para sus adentros: “¡Bah, mi marido la tiene más grande!”. Miguel se ríe. Medio secos, volvemos a la toalla. Seguimos hablando de mil cosas y observo que no está atento a lo que digo, como si estuviera en otra cosa. Los dos estamos sentados desnudos sobre su toalla (no recuerdo si saqué o no la mía, probablemente lo haría) y, tal como es nuestra posición, como le tengo a mi derecha, yo miro más hacia el norte y él lo hace hacia el sur. Le pregunto: “¿Qué es lo que pasa?” y me dice: “Que viene la policía”.


Nos quedamos un rato mudos y veo cómo han dejado un coche de la GNR en la zona donde la arena seca empieza y cómo viene un policía joven (nada que ver con el gorila de Oslo), acompañado de un nadador-salvador. Tratamos de seguir la conversación con naturalidad, pero es imposible. Pregunto a Miguel: “¿Nos detendrá?”; “No creo”, me dice, “pero de una multa no nos libramos”. Así que llega el policía y habla en portugués con Miguel; entiendo más los gestos y el tono que las palabras que dicen; el policía nos invita a vestirnos, porque nos han denunciado. Todo muy correcto, sin malas palabras y sin acritud, ni agresividad. Han denunciado al nadador-salvador y el policía cumple su función. El nadador-salvador no ha dicho esta boca es mía. Con la misión que les ha traído hasta nosotros cumplida, ambos se vuelven hacia su carro policial. Viendo que no hay otra posibilidad, nos vestimos con tranquilidad (Miguél sólo se pondrá el bañador semi-seco, semi-húmedo) y, tras charlar un rato más, le invito a que me acompañe un poco hacia el norte; pero él tiene el carro bastante más al sur y decide quedarse un rato más. Nos deseamos lo mejor para el futuro y que sigamos así disfrutando del nudismo.
En el Parque Vigeland solo se desnudan las estatuas: ocurrió en Oslo
Cuando os hablé en 2006 de los amigos de Gironella que conocí en Oslo y de otros amigos de Durango, cuando pasé por Noja, no consideré momento oportuno para contaros esta anécdota. En Oslo, nos acabábamos de conocer gironellenses y durangotarras, hicimos una excursión mañanera por el Parque Vigeland, donde la mayoría de la estatuaria son cuerpos desnudos, y luego teníamos tiempo libre. Había leído en Internet que en Noruega, como tienen tan pocas horas de luz durante el año, cuando llega el verano, como están tan a deseo de sol, suelen ir a los parques públicos a desnudarse. Me lo anoté en la memoria y, cuando visitamos el Parque Vigeland, yo ya veía entre los campestres, gente en pelota viva. Me despedí del grupo y me fui sólo, primero a ver la Pinacoteca del Museo Nacional, que no sé si así se llamaba, y con intención de ver El Grito de Munch y otros cuadros del mismo autor (solo tres o cuatro más). Luego fui al museo Munch y ví la colección que del mismo pintor allí se expone. Entre otros, algunos que me gustaron mucho, ya que tenía ganas de conocerlos al natural, y vi La Madona y otra versión de El Grito (que estaba muy mal presentado, en un rincón y con una iluminación inadecuada; muy oscuro) y que, al poco tiempo, serían robados. ¡Y no fui yo! Una vez acabada la visita, y con la retina impregnada del colorido de Munch, sus lunas reflejadas en el mar y, también, alguna de sus tétricas mortuorias, me volví a retornar al Parque Vigeland, para tratar de hacer nudismo con naturales del lugar ¡tan desinhibidos ellos! (no os fiéis de lo que diga Internet). Había otra alternativa; ir a una playa nudista oficial en una isla próxima, que requería coger barco y sin saber hora de regreso. Si mi portugués es escaso pero por proximidad idiomática algo alcanzo a entender (a más del interés que ponen nuestros vecinos en que nos entendamos), de noruego no sé ni papa, ni tampoco mi nivel de inglés ayuda mucho. En fin, que decido ir al parque. De lo que me había dicho Internet, na de na. Pero yo ya iba lanzado y, tras comprobar que en espacio público visible iba a correr mucho riesgo despelotándome, busqué un lugar discreto donde, estando desnudo, nadie me pudiera ver. Saliendo por la parte de la estatuaria, creo que por una especie de puente plagado de figuras desnudas, donde hay una especie de río, que es lago, que muere junto a un muro; alguna gente sentada en la parte alta de la hierba, en la zona del muro y con la vaguada del otro lado del agua vacía, decido ponerme al final, con un seto que me tapaba completamente por detrás y que sólo me podían ver desde una piscina a más de 300m. Total que me instalo, pongo las mochilas del lado de la izquierda, de donde me podrían ver, me tumbo al sol, pues estaba buena temperatura. Estoy un rato así, disfrutando de la naturaleza y leyendo Hedda Gabler de Enrik Ibsen, el autor dramático del país, por excelencia. Estoy feliz. En un momento determinado, veo que viene de mi derecha un policía de negro, como un gorila, con cara de muy malos amigos (¡qué diferente del joven policía de blanco de Labruge!). Llega donde estoy yo y me increpa en noruego (supongo) y yo le contesto en el inglés que no sé (diálogo de sordos, mudos y casi ciegos). Le hago gestos (el idioma internacional) y con ellos le trato de hacer comprender: dónde estoy (lugar protegido y oculto), cómo estoy (leyendo, sin provocar a nadie), con qué actitud (disfrutar de su país y de la naturaleza). El policía no sabe qué hacer. Llama por su walki-talki y espera instrucciones. Una vez que ha entendido mis gestos, comprueba que, efectivamente, soy inofensivo; pero he sido denunciado (luego le veré devolviendo el carnet al denunciante, un chavalillo de 16-18 años ¡qué le habré hecho yo a él!) y me tiene que expulsar del Paraíso ¡Y que no lo vuelva a repetir! Habría sido interesante gravar la progresión de su expresión desde el momento en que llegó agresivo, hasta el de su marcha, todo amabilidad. Por eso digo que, en el Parque Vigeland, sólo pueden desnudarse las estatuas.
Mirones descubiertos
Sigo adelante, y me olvidaré de buscar el castro que antes no localicé. Voy dirección Vila Châ, pero no confundirlo con el otro Vila Châ, que visitaré más al norte de Esposende, y que tiene el castro magnífico de São Lourenço. Al inicio hay un camino de madera pero, llegando a la zona de barcas, desaparece totalmente. El esquema de arena y piedras continúa y llegaré a Mindelo por la praia, puesto que la estrada se va alejando de la costa. Desde un extremo de arena con olas que llegan de los dos lados y que finaliza en rocas bañadas por el mar (la marea ya ha empezado a bajar), saco foto hacia el final norte, pensando que lo que veo al fondo serán Azurara, a este lado del río Ave, y Vila do Conde, al otro. Entre Mindelo y Arvore, empiezan a aparecer dunas altas y, sobre una de ellas, bastante lejana, algo protegida por duna menor, pero muy azotada por el viento, hay instalada una pequeña tienda de campaña (pequeña en la distancia). De lejos me ha parecido ver llegar a alguien desnudo, que se tumba, pero probablemente sean dos chicos con pantalón y desnudos de cintura para arriba. Son los que veo que se tumban y, parece, intentan ver lo que está ocurriendo dentro de la tienda. Tal como salen despavoridos, uno en una dirección y otro en otra, da la impresión que los protagonistas del espectáculo les han descubierto y los mirones escapan como pueden. ¿A qué escenas tan interesantes estarían asistiendo?
Pedro. Un profesor que enseña Matemáticas con creatividad
Ante la perspectiva de quedarme en la zona con posible sexo en la tienda y con mirones en retirada, decido seguir adelante y subir hacia el siguiente grupo de dunas. Todo con el fin de descubrir si, entre ellas, se forman vaguadas para dormir protegido esta noche. Cuando encuentro alguna duna potente, como el viento viene del norte, tanto pasa por delante como por detrás de la duna. En vista del poco éxito, subo a la duna más alta y allí encuentro a dos hombres desnudos, hacia la cima norte. Tras saludarles, me desnudo y me coloco en la misma plataforma dunar, pero en la parte más sur. Viendo el panorama, a un lado queda el mar y al otro hay un bosque con caminos que lo conectan con la playa, donde algunos merodeadores transitan. El más tostado por el sol, se irá enseguida y pregunto a Pedro: “¿no le ha gustado que haya venido?”, y me asegura que no. Me da la impresión de que Pedro busca sexo pero, cuando le digo, “¿te importa que charlemos o te molesto?”, me responde que mejor si charlamos. Me voy quedando en sombra, refresca y con el calor de la conversación, acabaré acercándome a su lugar. Tampoco es cuestión de que estando solos, tengamos que hablar a gritos. Hablando de entender o no el castellano, resulta que Pedro es un erudito y hablamos de palabras comunes o más sofisticadas. Así, cuando he empleado el término “similar”, él me lo ha entendido bien, pero me dice que en portugués también existe “similare”, pero que apenas se emplea en el habla coloquial. Pedro habla muy bien castellano. Le cuento algo de mi viaje y disfruta y agradece que le cuente mis opiniones sobre aspectos de su país; tanto de lo positivo como de lo negativo. Considera que es una forma de conocimiento para corregir lo criticado y valorar lo ensalzado. Aunque algunos opinan que resulta difícil cambiar actitudes y hábitos, perpetuados por la costumbre, él cree que, cada uno en su ámbito de actuación, puede hacer que Portugal mejore. Le hablo de los 15km de Gaia, de Setúbal, Peniche, Aveiro y de partidos políticos. Opina lo mismo que cuando planteé el tema con el recorrido de madera flotante sobre duna de Vila Nova de Gaia, que no es tanto tema de partidos, como de personas concienciadas, generosas e inteligentes, a veces, al margen de la ideología. Pedro es profesor; un entusiasta de las Matemáticas y propugna un método para hacérsela atractiva al alumnado; él lo llama Matemática creativa. Un método que consigue implicar al alumnado, les hace quitar miedo a una asignatura que siempre se consideró difícil, y recibe el agradecimiento de los padres. Todo ello, le llena de satisfacción. El sol va bajando y perdiendo fuerza, cada vez hace más viento, nos estamos quedando en sombra; así que, como empieza a hacer frío, nos vestimos; yo me voy y él se queda. Creo que no pierde la esperanza de lograr un encuentro que termine en sexo. Que me perdone si mi intuición se aleja de la realidad. Me voy, deseándole lo mejor y hasta que la vida nos vuelva a reencontrar.
Buscando teléfono
Mientras me dirijo a Arvore, sigo buscando dunas, pero veo un charco de agua con plantas fluviales y huyo de allí “por si los mosquitos” y, más adelante, vuelvo a entrar. Encuentro otro lugar posible, pero muy abierto, e inicio un camino de arena que me llevará a playa urbana, donde oigo un pitido de partido, pero no alcanzo a ver de qué tipo es el partido que se arbitra ¿quizás sea de balón-volea? (que raro suena después de haberse generalizado la palabra boleybol). Oigo el pitido y vislumbro a algún jugador, pero mi interés en este momento es buscar un teléfono para llamar a Sara. Me encuentro a una mujer con una niña pequeña que, con la curiosidad y desinhibición de los niños, me preguntará: “¿para qué llevas dos mochilas?” y le respondo: “Vengo de muito longe, de Vila Real do Santo António e vo para Caminha”. La mujer me dirá que no hay cabinas y que tengo que llamar del bar de la playa o del de arriba. Con esta información tan rotunda y como no quiero dejar de llamar, subo por la calle principal y, en el camino, me encuentro con una familia, dos chavales, dos mujeres (que no saben), y dos hombres, que van delante, y que me dirán que encontraré teléfono en el Camping: primer semáforo a la izquierda y caminar 300m. Al ir en la dirección indicada, enseguida veo tiendas de campaña y un lugar de la Seguridad Social portuguesa, donde pregunto si sería posible dormir, aunque fuera en el exterior. En recepción no hay nadie y la chica a la que pregunto, y el hombre que está con ella, me dicen: “está todo completo”. Voy al Camping y, al llegar, un extranjero me dice dónde está la cabina. Como en el Camping de Melides: uno es de monedas, el siguiente está desaparecido (missing), y el tercero es para hablar con tarjeta. Me dice mi hija que son las 22:00h. en España, que los niños están con su amoñi (abuelita) y ellos están solos. No ha leído el correo que le mandé ayer de casa de Sergio. Que todo va bien, que hoy disfrutan de su día libre y que lo pasadon todos muy bien en Berdún.

Segunda dormida en Casa do Gaiato
Al salir del Camping, pregunto a ver si podría quedarme a dormir allí. Me dicen que sí, pero que no tienen nada cubierto y que me cobrarían 11€ (5,50 por el saco y 5,50 por la persona); el saco pagaría como una tienda. No me gusta la oferta. Después de visto lo que ocurrió, mejor que no negocié quedarme por la mitad pues, a lo mejor, me habría quedado. Cuando salgo del Camping, veo el nombre de la calle: Rua do Gaiato y me viene al recuerdo la infernal noche de Arrábida. Al menos esta noche, aunque algo ventosa, no se parece en nada a aquella. Voy mirando edificios singulares y el último a la izquierda, el que me parece que podría ser una casa de vacaciones, tiene en su espacio otra casa más pequeña, que parece una casa particular y en la que hay gente hablando. Sigo hacia el final de la playa de Azurara y a la desembocadura del río Ave, y tengo suerte de que me ladra insistentemente un perro, al que no le debo gustar mucho (a pocos les gusto con mi mochila), lo que da pie a que le haga un comentario sobre el perro de los ladridos a una mujer que pasea por la zona: “se ve que no le gusto al câo”, le digo; “eso parece”, me responde; y ya, con este preámbulo mínimo, me da pie a seguir preguntando sobre el significado de “gaiato” (aunque el guardés de Arrábida ya me contó algo aquella noche de autos). La señora me explica que quiere decir niño, pero niño abandonado; es decir, que tiene que ver más con la persona bondadosa que recoge niños abandonados. Aunque lo intuyo, pregunto si en Azurara hay Casa do Gaiato, y me dice que es la amarilla que hemos pasado y dejado al fondo. Es la que había supuesto yo. Le agradezco la información y retrocedo. Ahora ya no está en la zona el perro ladrador y mejor, porque entro por la puerta baja de madera que está por el lado del mar y que basta con correr un pestillo sencillo que engancha sutilmente a la madera. Por dentro, las tres puertas del edificio están fechadas y hay algunas ligeras telarañas que indican que se hace poco uso de ellas. Como la mujer me ha dicho que había gente, me asomo y veo ropa tendida, pero me parece que es de la casa donde vi gente conversando al pasar. Me acerco y la señora me explica que, últimamente, han tenido gente, pero que no volverá a venir nueva remesa hasta el fin de semana. Esa información me da más tranquilidad y, como ya he visto un lugar que me parece adecuado para pasar la noche, hacia él voy y para las 22:00h ya estoy instalado y tumbado. El lugar es idóneo y está bien protegido del viento; sólo, en caso de que lloviera, tendría que trasladarme, pero hoy no hay amenaza de lluvia. Lo malo es que el mejor lugar tiene el suelo bastante sucio, con polvo que me dejará esterilla y saco perdidos, así que me pongo bajo el alero. Hay un pequeño escalón que me vendrá bien para poner los pies cuando me coloque de decúbito prono. Aunque esta zona está más limpia, no lo está del todo. Cuando estoy tumbado en decúbito supino, oigo pasos y un señor que viene de la casa y sale por el portón por el que yo he entrado, me dirá “¡hola!” y yo contestaré: “boa noite”; no le oiré volver. Con esta dormida aquí me desquito de la amarga experiencia del Portinho de  Arrábida. Duermo bien; algunos abejorros nocturnos y algunos mosquitos que no me han importunado; algún perro ladrador; me ha parecido como si a algún gato le pegara un topetazo un coche y lo dejara desconsoladamente maullador; pasa algún coche a más velocidad de la debida y que por calzada empedrada produce un ruido más intenso en la rodada. He orinado al acostarme en jardinera de obra muy profunda, probablemente con el fondo de tierra y otra vez durante la noche y así aguanto hasta levantarme. He visto una estrella (quizás fuera el lucero del alba), pero no he visto ni la luna, ni la Osa Mayor.

Hoy el día a amanecido muy bien y en buen hogar; muy bien cuidado y con mayor conocimiento sobre las inquietudes del profesor de Economía Regional. He disfrutado en el encuentro con Miguel, aunque haya tenido que intervenir la policía; en el mismo día Maria, partidaria del método Pilates y Miguel, detractor. Maria no me habló del método, quizás porque no lo pregunté, pero ahora que lo conozco, puesto que hice un curso en 2010 y otro en 2011, puedo decir que, tal como nos lo da nuestra profesora Koro en Nazarét (Obra Social de Kutxa), lo considero un ejercicio muy completo. También el encuentro con Pedro, su gusto por enseñar bien lo que sabe y la confianza en que se puede mejorar. Y el colofón del día quitando el mal sabor de la anterior dormida en Casa do Gaiato. Hace unos días (finales de 2011) me dijeron que los bomberos portugueses tienen el compromiso de acoger peregrinos. Es noticia que habrá que confirmar o desmentir. A los de Sintra, que conocí en Magoito, no les pregunté, pero tampoco me dijeron nada. Si alguien lo sabe con seguridad, lo puede comunicar en esta misma página, así como cualquier cosa que haya escrito incorrectamente y que pueda corregir, perdonando mi poutpourrí idiomático. Si en algo estáis de acuerdo, también me vendrá bien vuestra asertividad; si estáis en contra, decidlo también. De todo se aprende.

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