miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 2 (62) Nueva Umbría-Isla Cristina

Etapa 2 (62). 31 de mayo, jueves. Nueva Umbría-La Antilla-Isla Cristina.


Noche fría para empezar
El frío es lo que más me ha perjudicado y no he podido dormir tan bien como hubiera deseado. Me levanto con el culo helado. No en vano, estamos en luna llena. No me ha molestado ningún animalejo, ni me ha picado ningún mosquito ¡La pulsera verde en espiral funciona! (como le quité los elementos que lo rodeaban, no puedo dar las características, pero ahora cuento y tiene 30 círculos en espiral). Cantan los pájaros; se oye algún ruido de motora que sale al mar y el día amanece menos despejado que lo esperado. El sol no conseguirá romper las nubes hasta las once, hora en la que ya sale y calentando con fuerza. Al menos, me ha permitido avanzar hacia El Terrón sin agobios de calor, parándome con pescadores de coquinas (nuestras txirlas) que, arrastrando sus útiles, llevan desde antes de las ocho de la mañana; algunos han llegado en moto.

Pescadores de coquinas
Me quedo en la zona que creo nudista, aunque con pocas certezas, puesto que ayer no retuve el lugar exacto. Poco antes de marcharme, hacia las 12:30h aprox., llegará la primera pareja nudista y, enseguida, la segunda. Se está muy a gusto, pero quiero llegar a comer a La Antilla a hora prudencial, así que con harto sentimiento, cargo las mochilas y continúo el paseo en bolas; no me vestiré hasta que empiecen a aparecer los primeros textiles.





Preguntas con respuesta
Con la excusa de una bañista, intercambio pareceres con un matrimonio, que me recomendarán el menú del Rodri.



Ya en el interior del pueblo, me costará encontrarlo y elijo del menú del día: gazpacho, sardinas y arroz con leche (5,95€ que redondeo a 6€; éste sería un precio de menú razonable para todo el viaje, pero una cosa son los deseos y otra la realidad).


En la terraza del Miramar. Bella marroquí
Luego voy a la Terraza Miramar, tomo una menta poleo y escribo. La chica, guapísima, no me canmso de repetir, marroquí que me orientó ayer, se sorprende de verme de nuevo en su bar, y le cuento mi proyecto. Escribo un rato el diario y a las 16:35h voy hacia Isla Cristina, pasando previamente por Isla Antilla (Ilantilla, la cacofonía que entiendo). La Antilla, pertenece a Lepe e Isla Antilla a Isla Cristina, aunque está casi pegada a Isla Antilla y muy alejada de Isla Cristina. Pasada Isla Antilla, empezaré a ver los primeros desnudos. Esta es la clásica playa que, al ser tan larga, aunque no esté declarada como nudista, da lo mismo, puesto que la hacen tal los propios usuarios de la playa, y nadie se escandaliza, salvo los propensos a escandalizarse por todo lo que otros hacen y ellos son incapaces de hacer. Como todavía estoy lejos de Isla Cristina y tengo intención de dormir antes de llegar a la urbe, pospongo desnudarme hasta haber avanzado un poco más.

Dos nudistas peculiares
Al llegar a mitad de playa, todavía en zona sin urbanizar, veo de lejos a dos nudistas que se encuentran dentro de las barreras que protegen la zona dunar; se trata de unos maderos que sujetan una finísima red, que son fáciles de saltar por encima, y cumplen una función disuasoria; así que si pretenden proteger la duna, resultan poco protectores, porque éstos, al menos, no lo respetan. De hecho, estos dos hombres están dentro del recinto y les preocupa poco que les vean; un saludo protocolario, una conversación con alguna pregunta puntual, descargo las mochilas y me doy un baño rápido y refrescante. El más joven de los dos hombres, pasa la barrera y también se baña… bueno, se remoja un poco con las manos, puesto que, para él, el agua está muy fría (para mí, está genial); pero no se baña también por otra razón y es que tiene la cabeza con tinte y un peinado horroroso, sobre todo en un gordito de su embergadura, ya que más tarde su cabeza será presentada en un congreso de peluquería. Vamos hablando hacia su sitio, mientras el compañero se manosea el miembro para ponerlo erecto; como reacciono como si fuera algo normal y no le hago ninguna propuesta, su pito se apacigua solo y el hombre vuelve a tumbarse en su toalla. El aspirante se va a su congreso de peluquería y yo me tumbo más hacia la orilla, junto a mis mochilas. Por la orilla pasea un chico con bañador y larga melena, del que no han hablado muy bien los dos nudistas, descalificándolo; ahora no recuerdo en qué términos. El de melena y bañador se irá a su duna, mientras el otro nudista que ha quedado solo, no lo pierde de vista; se viste y aún se quedará un rato admirando al de las melenas, que ahora está haciendo su tabla de gimnasia en lo alto de la duna. Luego viene hacia mí y charlamos un rato. Aunque todavía no tiene la edad, lleva tiempo jubilado porque le dio un infarto cerebral, razón por la cual va con muleta. Por mucho que tome medicinas contra la retención de líquidos y por mucho que camine, no consigue bajar de peso, al menos los kilos necesarios para estar mejor. Le digo que tengo intención de dormir en la playa y me recomienda que lo haga más cerca del pueblo. Además de esa, me dará otra información fundamental para mañana; se refiere a una vía verde que se coge a dos kilómetros de salir del pueblo de Isla Cristina, donde encontraré una gasolinera y de allí arranca un camino que antes fueron vías del tren que transportaba mineral, pues había un tren minero que venía por Gibraleón desde las minas de Río Tinto. En esta zona, el trazado iba por la marisma que separa Isla Cristina de Ayamonte, y ahora, una vez quitados los raíles, es un magnífico camino peatonal y de bicicletas, muy grato, con el agua propia de terrenos de marisma y profusión de aves y peces, como tendré ocasión de disfrutar al día siguiente. Por razones que ya iréis conociendo, este recorrido por la vía verde lo haré en tres ocasiones, este año será en dirección a Ayamonte, pero en 2008 será hacia Isla Cristina con retroceso a Ayamonte, de nuevo, con un coste de 275€. Un año para conocer lo que me pasó, no es mucho esperar. En definitiva, tras un primer encuentro que prometía bastante poco, el rato que hablé con el jubilado por razones de salud, produjo dos informaciones muy útiles para mí y que no dejo de agradecer, puesto que son las que orientan un camino como el mío, que no está cerrado, sino receptivo a sugerencias de los lugareños. La vía verde, además de ir por paraje natural, reduce mucho el recorrido, pues la distancia entre los dos pueblos vecinos es mucho mayor por carretera.

Eligiendo el lugar donde volveré a dormir
Ya se ha ido el informante; estoy solo; me pongo a hacer la bicicleta, me visto y sigo hacia el pueblo. Hoy estaré todo el día con las sandalias de agua (que son las que este año he traído de repuesto) y evitar, tras la caminada de ayer descalzo, que se me siga deteriorando el dedo gordo del pie derecho. Al poco de ponerme en marcha, y antes de llegar al faro, me pondré a hablar con un matrimonio, que disfruta conversando. Vienen de La Antilla y saben que, hasta el faro, hay 4 kilómetros. Viajan mucho, pero en coche. Hacemos un repaso de alguna de las etapas por el norte, del año pasado, y cuando llegamos al faro, nos despedimos dándonos la mano y ellos regresan. Enseguida llego a un lugar que, de lejos, me parece propicio y, al acercarme, decido como idóneo para pasar la noche. Se trata de un chiringuito que todavía está enrejado desde la pasada temporada y que aún no han puesto en funcionamiento para esta temporada. Tiene alrededor suelo de madera y, muy cerca, una ducha. Me parece un buen sitio. Una vez elegido el lugar para pasar la noche y, como todavía es temprano, pregunto a un chico que camina por la orilla, que se ha quedado “descolgado” del compañero que le acompaña pero que no le hace compañía, puesto que está “movileando” con alguien que está en otro lugar. Ahora a este elemento (el móvil) se le llama medio de comunicación, pero lo que hace es distorsionar una buena comunicación con quien estás en vivo y en directo. Cuando sales con alguien, ya no sabes si vas a conversar con esa persona, o vas a estar más solo que la una; y como sea un contrato en que están incluídas todas las llamadas en el contrato mensual, es decir, que hables lo que hables pagas lo mismo, la soledad del compañero que camina a tu lado puede ser total. A este chico, su compañero le llevaba un buen rato "dando comunicando", así que aprovecho para preguntarle por dónde ir al centro de Isla Cristina, y me orienta hacia el exterior de la playa, puesto que si continúo adelante por la playa llegaré al río y salida de la marisma.

Buscando un lugar para comer puntillitas
Salgo de la playa y me pongo a andar. Dos parejas de jovencitos me guían, aunque una de las chicas es “muy perra”, según ella misma dice. Llego a una rotonda de troncos de árboles pintados con colores, que me recuerda a una mezcla de plaza horrenda que hicieron junto a la iglesia parroquial de Tolosa y el Bosque de Homa de Ibarrola; sigo por la avenida de España y, en una plaza, pregunto por bares de tapas; los primeros que veo no me apetecen, hasta que llego a El garito del Patera, pero no les quedan puntillitas; me ofrecen chocos, así que si no encuentro algo mejor, volveré. Una chica joven, con su niña en traje de faralaes, que están esperando a los que hoy vuelven del Rocío, me orienta hacia el puerto. Cuando estoy llegando, un señor me ofrece una bolsa con peces, para que se la compre; “¿para qué quiero el pescado, si estoy caminando y no llevo nada para cocinarlo?”; entonces me pide dinero, para leche para sus niños. Me parece mayor para tener niños pequeños, y, si son creciditos, que les de pescado. Me voy disgustado con mi negativa ¡como siempre! Estas peticiones me descentran, nunca sé si hago bien o hago mal, si la necesidad es real o ficticia. Supongo que alguien del pueblo que le conozca o los servicios sociales, le podrán dar una respuesta acorde con su necesidad. Cuando le digo que estoy buscando un sitio para cenar, él mismo me recomendará el tercer bar, El Pescador. Voy hacia allí, son las 20:00h, pero hasta las 20:30h no ponen en marcha la cocina. Llamo por teléfono de cabina a mi hija Vera, pero está en la piscina y hablo con mi yerno, Mikel. Yo le oigo bien, pero él a mí, casi nada.

Pruebo Puntillitas y me dicen que mejor las Coquinas
Regreso y, poco antes de llegar a la iglesia, veo el anuncio de puntillitas y pido media ración con palitos crujientes y una copa de manzanilla. Otro señor pide varias cosas de picoteo; un chico joven da el biberón a su criatura y luego llegará la madre; la del bar le enjuaga el biberón una vez terminado; la mujer que acaba de entrar también pide algo, pero yo ya me voy. La que atiende el bar me dirá que no me puedo marchar de Huelva si probar las coquinas, que es algo más propio del lugar que las puntillitas, como ocurre en Cádiz con las hortiguillas, que son anémonas o actinias rebozadas, una especie de sesos rebozados con intenso sabor a mar. A pesar de ver cómo los coquineros trabajaban por la mañana, y la recomendación de ahora de probarlas, las coquinas primeras quedarán para Portugal.

Llegan rocieros de El Rocío
Después de comer las puntillitas, me acerco a la iglesia para ver la llegada de los rocieros, que regresan después de pasar 3-4 días en el Rocío, en terreno de Almonte, localidad a la que pertenece también Matalascañas, la playa de los sevillanos. En esos días se celebra la fiesta que siempre es posterior al domingo de Pentecostés. Los que esperan con niñas, las llevan vestidas con volantes,  con más o menos sofisticación, pero que se sientan en las cunetas o se tiran por los suelos sin problema.


En la fachada de la iglesia están los azulejos de cerámica con las imágenes de la virgen del Carmen, la de los Dolores y la del Rosario. Al aparecer los primeros caballistas, se oirán hurras a la virgen y aparece el Simpecado (todavía lo recuerdo del Rocío chico de agosto que vi hace tantos años, cuando mis hijas eran pequeñas; Sara tendría 6 años); dos señoras que están a mi lado me confirman el nombre de Simpecado y nos ponemos a charlar; a una de ellas le gusta andar, pero no camina tanto como yo. No me quedo a esperar a que lleguen todas las carrozas, ya que tienen poca gracia, al menos para el foráneo como yo, aunque es muy probable que sean apropiadas al fin que persiguen, esto es, tener un espacio acogedor para armar las juergas que organizan dentro de ellas. Me dirán que, muchos de los que vienen en ellas, ni siquiera han ido al Rocío, o fueron y volvieron y ahora les han salido al encuentro a las afueras. Cierto es que los caballos vienen muy limpios, poco acorde con la polvareda que recuerdo había en Almonte. A las mujeres les cuento que, para entrar en el Rocío, me tuve que poner un retal de falda vaquera, porque no me dejaban entrar con pantalón corto; así, mucho más ridículo, pude entrar para ver la imagen de la virgen. Ellas no se lo acaban de creer, pero opinan también que era ridículo. ¿Habrán cambiado las cosas?

El invento del Rebujito
Regresando hacia la playa por la avenida de España, me llaman de una carroza y me ofrecen bebida. “¿qué estáis bebiendo?” les pregunto y me contestan que “Coca-cola” (me parece una degeneración de la fiesta) y les digo que no quiero nada americano, que quiero algo suyo, así que me ofrecen un Rebujito, que consiste en manzanilla rebajada con Seven-up (al final, otro invento americano) que, según me cuenta otro señor, que ha sacado a su madre a pasear, es un invento de hace tres años, para evitar las borracheras de manzanilla pura.

A dormir en la playa de Isla Cristina
Todavía en la avenida de España, compro un plátano, para que se me mantenga la tasa de potasio, como un tenista de élite; llego a la playa Central y cuando dejo las mochilas junto al chiringuito que he elegido para dormir, mi cuentakilómetros marca 19,26 a los que añado unos seis más, por los que he andado por la mañana en bolas. Empieza a salir una hermosa luna llena y elijo el lado que da a la playa, ya que me quita el aire que, ahora, viene del interior. Resultará cambiante, pero de momento he acertado. Después del autoinchado de la colchoneta, doy un último soplido y me resulta más cómoda que ayer, algo que me interesa más hoy, puesto que estoy sobre suelo duro. La demanda de dinero del hombre que pedía para comprar leche a sus hijos, me hace reflexionar sobre la mendicidad y mi actitud ante los pordioseros; suelen pedir con alguna razón que para ellos es justa y para mí incomprobable; piden en lugares que no son los de origen, lejos de los países donde se gestó su pobreza, fuera del conocimiento de los ciudadanos que, conociéndolos, podrían esgrimir alguna crítica recriminatoria de las razones por las que han llegado a esa situación o que, conociendo su penuria, les podrían ayudar. Suelen pedir delante de iglesias, donde ablandan las defensas de personas, piadosas, caritativas o que no tienen buena conciencia y que, al dar la limosna, se sienten bien consigo mismos y con su Dios. Así pagan sus pecados, en vez de restituir el daño. Otros que piden y son tan astutos como ellos, lo hacen en lugares estratégicos donde se maneja dinero. Yo, como no quiero que pidan, no les doy; no deseo ver gente de rodillas en la calle pidiendo dinero. Dándoles dinero, lo único que consiguen los bien pensantes, es cronificar la mendicidad y alargar la agonía del pobre.
¿Qué he aprendido hoy? Que combinar en la caminada por playa ir calzado o descalzo puede ser útil, en función de cómo tenga los pies. Que alguien que en principio pueda parecer poco interesante, puede dar información útil si sabes esperar y ganártelo, aunque inicialmente pretenda otros fines. Que el viaje no ha cambiado mi percepción sobre la mendicidad. Estoy animoso para entrar mañana en Portugal.

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