lunes, 9 de enero de 2012

Etapa 53 (113) Amorosa-Viana do Castelo

Etapa 53 (113). 21 de julio de 2007, sábado. Praia Amorosa-Praia Cabedelo-Viana do Castelo.

Al hilo del camino
Hoy el recorrido sobre el mapa parece breve, sólo Primorosa-Viana, pero si se tiene en cuenta mis andanzas por la ciudad del otro lado del Lima, me he dado una buena caminada. Claro es que, habiendo dejado temprano el equipaje en el Gil Eanes, el caminante va más ligero y se puede hasta permitir repeticiones, como subir dos veces a Santa Luzia, ir a bañarse a Praia do Norte, más que playa, Rocas do Norte, etc. José Saramago nos cuenta que durmió en Santa Luzia y se asomó por la mañana a las ventanas de su habitación en el hotel. Por una vió el río Lima en su desembocadura “…el encuentro del río y del océano…” y por la otra, el valle del Lima flotando “…una neblina luminosa…”; eso vió el viajero. El caminante, sin embargo, durmió lejos y, cuando llega a Viana do Castelo, no tiene esas aspiraciones de volar en la noche, subiendo a esas alturas, sino que se queda a la altura del mar, mecido por el agua quieta del puerto, en el Gil Eanes que, hoy cumple funciones de pousada y que, en tiempos, fue Navío Hospital de apoyo a Flota Bacaladera por los mares del Norte y Canadá (esto me lo dirá mi amiga Lena, la de Tróia, pues su cuñado fue, durante muchos años comandante de dicho barco, ¿no es casualidad?). Pero, aunque duermo en el Gil Eanes, casi a ras de suelo (mejor: a ras de mar), por la mañana subo al cimborrio de Santa Luzia y tengo una visión similar a la de Saramago desde el hotel; posiblemente mejor, ya que mi vista, además de dirigirse al río y al mar, también se ha dirigido al norte, adelantando Santa Tegra y fin de mi viaje. Saramago visitará la Plaza de la República, el Ayuntamiento (casa fuerte y frontón), la Casa de Misericordia (“…con sus amplios miradores para esparcimiento de los enfermos…”), el surtidor de João Lopes, el Viejo (tan “armonioso”), la iglesia parroquial (“gótica cuatrocentista (con) reminiscencias románicas”), el museo (“…la más completa y rica colección de cerámica portuguesa…”) con un “…pequeñito Descenso de la Cruz, maravilla de perfección y de rigor, atribuido a Machado de Castro…”, el palacio del Vizconde de Carreira (“…con su decoración manuelina y su aire opulento.”), la casa de João Velho y la Capilla das Malheiras; amén de profusión de puertas y ventanas manuelinas que tanto abundan en la ciudad. Esto es lo que Saramago vió y recomienda visitar. Yo, en mi caminada, veo pocas obras de arte, disfruto más con los encuentros y con los paisajes, pero, como José, sí visité la iglesia de São Domingos, aunque no ví la tumba con los huesos de Fray Bartolomeu dos Mártires.

La jornada 53 comienza con amorosa alarma
Duermo bien, pero me despierto a las 5:30h y vuelvo a ocultar la cabeza en el saco para dormir un poco más pero, a las 5:45h empieza a sonar una alarma, cuyo sonido se mezcla con el piar de los pájaros próximos, que me la confunden. Al coger el reloj, he pegado a la persiana de la puerta de acceso a la piscina, desde el porche y, por si está conectada a algún aparato de alarma, para evitar algún problema posterior y sabiendo que ya no me voy a poder dormir, me levanto y, para las 5:55h ya he saltado el muro y estoy en marcha.


Todavía no ha clareado el día. Busco la estrada próxima al mar pero recuerdo que estaba en obras; me planteo retroceder al desvío por el que vine ayer, con muchas casas que parecían vacías, pero decido volver a praia.

Saco foto del nº 22 pero no sale nada clara, aunque ya he puesto el rollo 27 y, por pasarela alargo todo lo posible mi bajada a la arena. Unos noctámbulos regresan por el paseo. Las dos primeras, creo que chicas, que la penumbra no me deja ver con nitidez, envueltas en la misma manta y, detrás, un chico menos friolero (o con más alcohol en el cuerpo, quizá), y otra, al final, con manta individual. Una de las primeras, podría ser chico. En la playa hay dos pescadores, saludo a uno de ellos, y sigo para adelante.


Una gran vuelta para pasar a Viana do Castelo. Ponte Eiffel
Pasaré por Rodanho y Cabeledo. Una foto con pescador en rocas de playa. Cuando estoy llegando a la bocana del puerto, pregunto si es puerto o es río y un pescador me dice que es puerto fluvial.

Subo al dique de bocana, verde, y ya descubro dónde está el Gil Eanes, un gran barco varado en el puerto.












Sigo por el borde del puerto, salgo a estrada y veo indicación de capela de São Lourenço, que se va acercando al puente, cada vez más próximo, pero, otro gran brazo del río-mar me obligará a dar otro gran rodeo.





Saco fotos de dos casas singulares, una me recuerda a un hórreo galego;








y también Santa Luzia con puerto y reflejos con rocas y agua. 


Algún caballo pastando.


Cuando llego al puente, no pasa ningún vehículo, ya que está en reparación, pero luego veré a dos ciclistas que bajan; así que si pueden las bicis, mejor se podrá pasar andando y, efectivamente, el ponte de Eiffel se puede pasar.







Voy acompañado por Domingos Barbosa, aunque sea sábado, que me dice que lo que están haciendo es ensanchar el puente. A la vez que pasamos nosotros, los obreros reparadores regresan de su descanso y un guarda de seguridad les cierra el acceso. Será para que no les entre la tentación de escapar. De la estrada reparada pasamos a paso peatonal, que obliga a ciclistas y ciclomotores a ir a pie y bajamos a la parte inicial ya cubierta de chapas metálicas y que indican como será su aspecto definitivo.

El Navío Gil Eanes. Dormitorio tranquilo
Al pasar el puente, he vuelto a fijarme en el navío y, al coger hacia el puerto, el anuncio de pousada hacia el otro lado del puerto ¡Menos mal que ya estaba sobre aviso, por la guía, de las dos opciones de pousada, una el barco y otra más convencional! Opto por lo más exótico y no pierdo la oportunidad que se me brinda de dormir en el navío.


Llego al Gil Eanes, subo por la pasarela y busco recepción de pousada. Está Carla, con un chico que deambula de pousada en pousada, como vigilante nocturno, Paulo quien, después de ver mis diseños y saber que estuve durmiendo en Fão, me recordará que me vió salir de la posada temprano para dibujar la iglesia. Paulo estaba de guarda nocturno en Fão. Me he entretenido mucho, pero no inútilmente. Paulo es de Amorosa; envidia mi viaje; me dice que si hubieran aparecido los dueños de la casa, me habrían invitado a dormir dentro (prefiero que no hayan aparecido). Me dicen que lo que yo creía castelo, es la Igreja de Santa Luzia y que tengo opción de subir por estrada, funicular o escalera. Lo decidiré allí. Quizás luego baje a praia do Norte. Me dan un pase para la visita del navío, gratuito para los que pernoctamos en él. Me inscriben, me ponen el carimbo: Pousada Juventude Gil Eanes. Navío Gil Eanes. Doca Comercial. 4900-321 Viana do Castelo. Me lo ponen en vertical, en el hueco que me ha quedado entre Rates, Fão y Castelo de Neiva. Pago 8€ con Visa-Lector 10; el más barato, porque no contempla desayuno. Mejor, así saldré temprano por la mañana. Cojo la toalla y la mochilita y dejo allí la mochila grande y el jersey, pues hace muy buen día. ¡Qué bien, un día sin peso! Se agradece. Me dicen que puedo pagar 1,80€ por desayunar y hacerlo en la otra pousada; pero no me conviene, ya desayunaré por el camino.

Desayuno gomaespuma. Comisión para el Espírito Santo
Desayuno en la pastelaria Notario, descafeinado con leche, una madalena y un Napoleões, con el que me equivoco, pues tiene una nata que parece gomaespuma, compacta y chiclosa (como lo que mis hijas llamaban jamones). Pero lo doy por bueno y pago 2,45€. También tendré que regalar al multibanco 4€, un servicio carísimo para retirar 100€ que son míos; que me los he ganado. Esta vez se los llevará el Espírito Santo; es como si mis cuatro euros volaran al cielo. En la pastelaria Notario se sienta gente que viene de excursión y, como se les están acabando las madalenas, les ofrecen un madalenón troceado que, la familia de al lado, comerá parcialmente. Cago, cojo agua y salgo a las 10:05h. Al salir veo un teléfono en el paseo que he dejado, el del puerto, y llamo a Sara. Lander está con colitis, así que hay que poner paquete, de nuevo, pero pide cuando le entran ganas, porque ahora la caca le molesta; el problema es que, a veces, no le da tiempo. Luego llamo a Luisma al móvil y me dice que se ha retrasado algo el carpintero y una señora de limpieza irá a quitar lo más gordo. Si voy, podré vivir pero, si retraso la vuelta, será mejor. En la misma calle de la pastelaria saco los 100€ (espero que con eso me llegue para lo poco que me queda de salir de Portugal, 3-4 días, calculo.

El oriental prefiere funicular a escalas
Subo del puerto, por calle principal, hacia la estación de convoys (ferrocarril) y me señalan la dirección de las escalas (escaleras), el ascensor y el funicular. Una pareja belga subía hacia la estação muy cargada: además de los dos mochilones, las bolsas de la compra ¡Pobres! Primero hay que subir y pasar por encima de las vías del tren. Se meten en el ascensor dos ciclistas, en el momento que llega un oriental (diría que japonés) de los que tienen aspecto de querer saber, pero no preguntar y, para no perder tiempo, le pregunto: “¿Santa Luzia?” y responde: “sí”. Le hago gesto de que entre y se mete dentro.






Le digo que yo voy por escalas y le pregunto por si él también va a subir a pie; pero en cuanto le señalo el funicular y lo ve, no tiene ninguna duda y se va a cogerlo. Por un lado, siento pena, pues me quedo sin compañía pero, por otro, casi me alegro, porque, con su actitud, no sé qué conversación habríamos podido mentener. El japonés (u oriental) se va al funicular y yo a mis escaleras. Chao. Ya no le veré más, ni arriba, ni abajo.
 





790 escaleras que repetiré. Más 224 hasta el cimborrio
Estando subiendo las escaleras, pienso: “¡habría sido un coñazo subir 1014 escalas oyendo contar en japonés!” (Me río yo solo de mi gracia). Las escaleras que cuento hasta 790 son las que subo hasta el graderío propio de Santa Luzia; esa escalinata que la hace todavía más esbelta.







Me sitúo en los jardines de detrás de Santa Luzia, donde hay un enorme capitel (¿de granito?, ¿de qué siglo? Preguntas que se quedan perdidas en el aire).





Hablo con un señor de Ourense que tiene casa en Amorosa; le hablo de mi dormida y le digo “¿a lo mejor era tu casa?” Ni niega, ni confirma. Él ya conoce Santa Luzia, pero está haciendo de cicerone con otro matrimonio amigo y me dicen por dónde se sube a la cúpula de la igreja.
Luego, por atrás, subo al zinborio y allí los tramos son (88+58+30+48). ¿Os parece mal entretenimiento?



He coincidido arriba, en la vista panorámica, con un matrimonio con un hijo de 7-8 años y una niña, que el marido lleva en brazos. La mujer, encima, protesta. Cuando bajo anoto el número de escaleras subidas (y bajadas) para que no se me olvide. Uno del lugar no comparte mi contada porque al contar yo (88+58+30= 176) él dice que le salen 157; con una diferencia de 19 que vienen derivadas de según a qué cúpula subas. Yo subí a las dos.

Ando con problemas para entender mi propia letra, ya que en el cimborrio se me ha caido el boli al suelo y me escribe fatal. Menos mal que Paulo me ha regalado éste, con el que sigo mejor el diario.


Como contaba al inicio del día, comparando las visiones de Saramago y las mías, desde el zinborio saco vistas del Lima y del mar y, aunque él sea más poeta y lo cuente mejor, no creo que su visión iguale la mía.

Lo digo sin ninguna acritud; desde donde estés, Saramago amigo, gracias ¡estarás siempre en mi recuerdo!








 
Por otro lado, no sé si él fue consciente, pero yo estoy convencido de que el hotel que se construyó detrás de Santa Luzia, y en el que creo durmió José, se cargó gran parte del patrimonio cultural portugués; los castros que están detrás. Esa es la conclusión a la que llegaré cuando por la tarde visite la Citania.
Boda de capricho en Santa Luzia.
Allí los matrimonios son más duraderos
Cuando entro en la iglesia, se está celebrando un casamento; espero a sacar con flash a que termine el episodio y empiecen a cantar el Aleluia. Allí estaban en lo alto del altar los novios (ya no sé si enamorados o casados, ni si ya habían dejado de ser amigos), y tampoco sé la categoría del oficiante. Vamos, que no sé nada.





Tampoco, con mi atuendo, me habría podido colar en el banquete “¿pariente, amigo, del novio, de la novia?”, me preguntarían. Lo de la duración del matrimonio es otra de mis bromas. Y si para casarse, hay que dejar de ser amigos, ¿merece la pena casarse y perder un amigo?

Bajada de Santa Luzia al Mar.
Pregunto por el inicio de la escalinata que, aunque ya he subido por ella, no he retenido el lugar en la cima; una vez localizada, el camino es fácil; se trata de bajar los 790 escalones ya subidos. Por el camino, como a la subida, veré subir y bajar los funiculares y, no sé si ahora, o antes, saco una foto con raíles.





Cuando ya estoy abajo, me doy cuenta de que no he visitado los castros que están detrás de Sta. Luzia y, como no me voy a desesperar, decido: “¡ya los veré por la tarde!”. Voy a Correios a escribir postales y mandarlas, una a mi hermana Lucía, a Londres, de Santa Luzia ¡Cómo no! Termino a las 12:30h, justo cuando van a cerrar y, el que va a echar el cerrojo, me indica a qué encargada entregárselas.

Terminado este otro tema, me voy hacia el mar, hacia una zona que me ha parecido interesante desde el cimborrio, hacia la praia do Norte. Paso por una plaza que tiene árboles formando círculo y con los ramajes entrelazados; de lejos, me ha parecido que pudieran ser tilos, pero no tengo certeza;  me han gustado porque forman un conjunto muy armonioso.

También fotos para otro trío singular: la igreja de Nossa Senhora das Agonias, la capela de São Roquinho y un faro. Al regreso lo sacaré de distintas posiciones. Salgo hacia el norte, mirando restaurantes para el regreso y ficho uno de pulpo a brasa.




Me acerco a la Fortaleza  de la praia do Norte y localizo un lugar en el que se está protegido del viento; un joven merodea con cangrejinhos, pero desaparecerá.

Me desnudo resguardado por el muro y pasearé por una especie de menires de granito que, en su día parece que podrían formar una plataforma de entrada desde el mar hacia la fortaleza-castillo.


Me doy un chapuzón, pero con cuidado de no cortarme los pies con mejillones o similares y me seco al aire libre y al sol; luego me tumbaré en la toalla, mientras pareja adulta pasea por la cima del castillete.

A comer bacalhau. Polvo fechado
Antes de las 14:00h me visto y me voy hacia el restaurante del polvo pero, cuando llego a las 14:15h me dicen que la cocinha está fechada. Voy al de menú de estudiantes, Colombo y como por 11,60€: bacalhau frito con patatas, muy rico y una ensalada y vinho verde. Todo está bien, aunque a las 15:00h fechan, pero esperan a que termine y me iré a las 15:30h. “No importa”, dicen. Al final, cuento mi viaje y me vuelvo a la playa; esta vez más al sur de Praia Norte.

Voy por carretera en obras, hay poca arena y el frontal es de rocas, pero la arena es demasiado fina y el viento me embadurna y eso que me protejo por rocas y un paseo por cima, pero de donde creo que no se meve. Me desnudo. Hay un chico más al sur, pero con piedras menos protectoras y, cansado de recibir ráfagas de arena, se va. Dos mujeres más al sur en las últimas arenas protegidas por rocas y un chico, sin protección alguna, en el medio de la playa, recibe todas las ráfagas de arena habidas y por haber. No me atrevo a bañarme desnudo. Me visto y me voy, de nuevo, hacia Santa Luzia.





































São Domingos, PCP e pequenos encontros
Saco las fotos de los tres elementos y me acerco a São Domingos, es de los que tienen el altar mayor en gradas, como tantos otros portugueses. Unas mujeres me dirán los nombres de las tres: capela e igrejas.




Cuando voy por la calle, unos están colocando una pancarta junto a la sede del PCP y me meto con ellos. Anuncian algo para el final del verano y yo les digo que esa pancarta no va a aguantar hasta setiembre y que le hagan agujeros para que el viento pueda pasar. Uno de ellos, relativamente joven, se molesta, pues cree que les increpo, pero cuando les digo que, en España, soy votante de IU, cambia de actitud y me da la mano.

Habría mucho que comentar, pero quiero ver el castro de Santa Luzia y me esperan muchas escaleras. Me encuentro con una familia de A Coruña; a él le ha parecido que yo no era un turista vulgar y me ha observado cuando hablaba con el del PCP, piensa que estoy haciendo periodismo de investigación, pues a un turista normal no le llama la atención la colocación de una pancarta. Les hablo de mi viaje y alucinan todavía más; nos despedimos, porque los chicos quieren ir a la playa.






Segunda ascensión a Santa Luzia
De nuevo, subo todas las escaleras a pie, pero sin contar la escalinata a la iglesia, ni las de subida a las cúpulas pero, aún así, muchas. El agua que bajaba por ellas por la mañana, se ha reducido considerablemente, pero se ha expandido por más escalones. Saco una foto de la parte de la escalera superior, tras el primer cruzamento con estrada. Entre las leyendas de arriba, hay una que, a la vez que el caminante observa el paisaje de la costa, recomienda que se lea la poesía de Fernando Pessoa: Mar portugués. Dice así:
                                  

                                   MAR  PORTUGUÊS
                                  
                                   Ó mar salgado, quanto do teu sal
                                   São lágrimas de Portugal!
                                   Por te cruzarmos, quantas mães choraram,
                                   Quantos filhos em vão rezaram!
                                   Quantas noivas ficaram por casar
                                   Para que fosses nosso, ó mar!

                                   Valen a pena? Tudo vale a pena
                                   Se a alma não é pequena
                                   Quem quer passar além do Bojador*.
                                   Tem que passar além da dor.
                                   Deus ao mar o perigo e o abismo deu,
                                   Mas nele é que espelhou o céu.

*Bojador: Promontorio de la costa NW africana, histórico por haber sido el ilustre navegante portugués Gil Eanes (s. XV) el primero en pasar por allí, dejando constancia de ello.
Castros en la Civitas de Santa Luzia. Otro arqueólogo, Jorge
Ya llegando a los castros, me voy encontrando con otras gentes, galegas y portuguesas y voy incitando a que los visiten. Me ha dado mucha rabia, que la indicación de los castros de abajo, no tuvieran continuidad arriba y, una vez de estar allí no nos vamos a quedar sólo con la iglesia, pues yo creo que tienen más valor para entender la cultura portuguesa los castros que la iglesia.


Otros galegos me adelantan en el coche poco antes de la entrada y cuando llegamos a la puerta, el responsable está cerrando; corro para evitarlo y consigo que me abra la civitas. Les hago un gesto a los otros, pero ya han escapado ¡No tendrían mucho interés!












Pago la entrada (1,50+1€ del programa); y hago un recorrido rápido, pero crítico ¿lo veré en las diapos? Bajamos juntos tras cerciorarnos de que el cierre automático funciona.

Me ha parecido ver que la piscina del hotel estaba enclavada en un lugar en el que, seguramente, había castros ¡Y me enerva! Jorge, el guarda, trabaja como arqueólogo pero, en el verano, enseña el de Santa Luzia y, cuando termina la jornada, se vuelve a su pueblo, al interior de Porto. He creido entenderle que va en tren, por eso no se puede demorar. Nos despedimos y el coge el ascensor y yo bajo por las escaleras.

Visita al Gil Eanes. Encuentro con el egipcio-brasileiro Matt
Llego al Gil Eanes con tiempo suficiente para visitarlo y selecciono las fotos que saco y dejo todo lo que tiene que ver con la educación física y sanidad, aunque era de lo más importante en un barco-hospital.















Cuando voy a los dormitorios conozco a Matt (Matheu); pero él dice Mateo, pues se considera meio brasileiro. Me dará su e-mail pero nunca tendré respuesta. Matt es hijo de egipcio e inglesa, pero adoptivo. Aunque nació en Egipto, jamás fue a visitar su país de origen; siempre, cuando va de vacaciones, encuentra otro país que le atrae más. ¿Quizás tema enamorarse de su país y que luego no quiera volver al primer mundo? Es algo que yo me pregunto.

El se va a la habitación que ha elegido, en la que hay tantas camas libres como en la mía; y yo también me quedo solo en la mía. Creo que hay dos habitaciones más y en otra estarán tres amigos, también solos. Nos ponemos de acuerdo Matt y yo para ir juntos a cenar. Nos duchamos, cada uno en una ducha, quizás sea la zona más compleja e incómoda de las instalaciones. Nos vestimos; Matt hace su cama. No sabemos cuantos estaremos a dormir al final de la noche.

Invito a cenar a Matt en A Adega do Padrinho
Nos damos un paseo por la ciudad y nos vamos a cenar a un restaurante que él ya conocía y donde le han tratado bien que, traducido, será La Bodega del Padrino. Yo acordándome de los besugos magníficos que se comían antaño y el último que comí con Carlos Iglesias en Txulotxo, en Pasai Donibane, cometo el error de pedirlo aquí. Un desastre. Un robalo habría sido mucho mejor y ¡a saber!, quizás sea más problema de cocina, de no saber hacerlo, o de calidad de producto. No tiene remedio. Como digo, el besugo pedido es un fiasco; Matt dice que su robalo está bien, la verdura que acompaña al besugo no tiene tampoco ningún interés, así que doy prioridad a la conversación. Tomamos postre y nos invitan a dos copas de aguardiente de despedida. Por cómo es la charla y la forma en que nos comunicamos, la camarera piensa que nos conocemos de mucho tiempo. Pago 40,50€ con Visa-Laboral. Cojo agua en el restaurante, ya que no sé cómo sabrá la del barco; ni si es potable.
Matheu disfruta con mis dibujos y con las historias que le cuento, al menos se ríe. Acaba de salir de una historia de amor y se ha venido una semana a Portugal para olvidar y madurar; tiene dudas de si podrán seguir siendo amigos. Se siente mal porque es ella la que le ha dejado; hasta ahora siempre era él el que había cortado las relaciones anteriores. Hablamos de muchos temas y hay bastante complicidad. Paseamos por el muelle, donde venden libros y vemos Saramago casi completo. Le cuento también acerca de Doris Lessing y de Susan Sontag; y de mi familia londinense y de Christmas, y de Lanzarote, y de Miguel, y de Pedro, y de mis tres encuentros estrella: Odeceixe, Tróia, Lavra. Volvemos al barco y escribo. Son las 1:15h y hablo un poco con el guarda de noche, Paolo Almeida, como la arqueóloga, Paola Almeida ¿no es casualidad?, y bajo a dormir.

Hoy ha sido un día muy ciudadano, y las dos pequeñas escapadas a la playa no han sido para echar cohetes. He disfrutado con esta ciudad, pero no me ha llenado como mis ciudades estrella: Setúbal, Peniche y Aveiro. Quizás porque los castros anteriores me gustaron más: Terroso y Vila Chã, que este de Santa Luzia. A lo mejor por el cabreo de que el hotel y la iglesia hayan destrozado partes importantes del castro. Sería más bonita la vista desde arriba de la ciudad sin ese mamotreto de iglesia. Quizás porque la priorizan sobre los castros. Posiblemente unos recorridos por la zona baja de Viana do Castelo, perdiéndome por las calles, habría sido más productiva; y haciendo una selección de lo que Saramago recomienda: esas cerámicas del museo, esa búsqueda de puertas ventanas manuelinas… El encuentro con Matheu también ha sido bonito; como ha dicho la camarera, parecíamos amigos de toda la vida. Por eso me sorprende tanto que no contestara a mis correos electrónicos. No le pude mandar la foto que nos sacamos al salir del barco, en nuestra despedida matinal. Algún día tal vez se aclare el enigma… de la Esfinge.

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