miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 27 (87). Trafaria (Caparica)-Catalazate (Oeiras)

Etapa 27 (87). 25 de junio de 2007, lunes (2ª feira). Trafaria (Caparica)-Lisboa-Paço de Arcos-Catalazate (Oreiras).


Despertar en el Albergue Municipal
Me levanto a las 7:20h y voy al servicio a cagar y lavarme la cara; no me ducho para no llevar la toalla mojada y no sé a qué hora llegaré a zona de playa después de Lisboa. El calzoncillo y la camiseta gris ya se han secado y dejo todo recogido.



Tal como estoy, desnudo, me pondré a dibujar el paisaje que se ve a través de la ventana; las brumas matinales se han ido disipando. Cuando bajo a desayunar, la recepcionista me dice que no recoja las sábanas, que ya lo harán las encargadas de la limpieza y, aunque son las 8:25h, puedo pasar a desayunar. Elijo una mesita con lo necesario para una persona y, sin saber si hay alguna otra persona sola, pienso que está asignada a mí que, aunque estoy solo, me encuentro muy acompañado; en la mesa hay dos panecillos recientes, varias porciones de mantequilla y los útiles necesarios para un completo desayuno; lo único que echaré en falta es el yogur y la mermelada. Tomo un zumo de naranja y llevo otro a la mesa para empujar el bocadillo de mantequilla con dos lonchas de queso y tres de york; luego como un melocotón, que pelo tirando de la piel con pelusilla y un plátano: el café me lo bebo añadiendo leche y cola-cao y unto el resto de pan con mantequilla en él. Echaré los residuos en el cuenco destinado a los cereales. Subo a la habitación y cargo con las mochilas; me despido de la recepcionista y me desea buen viaje.














Pasar el Tejo a Lisboa
Para ir a Trafaria (acentuando la “i”) tengo que salir a la rotonda conocida, seguir una larga recta y, al llegar a la última rotonda, desviarme hacia la derecha. Cuando dejan de anunciarlo, pregunto y, ya en Trafaria, vuelvo a preguntar. He sacado foto del cartel que ayer me dio la primera información para pasar la noche y que me llevó a desistir de la pousada de Almada; veré un gran eucalipto doble, que también fotografiaré.


Cuando llego a Trafaria, entro en la igreja de São Pedro y allí me lo encuentro con sus llaves ¡ya ves!, ¡qué casualidad! Recuerdo la canción que la chavalería cantábamos en mi pueblo: “San Pedro, como era calvo, le picaban los mosquitos, y su madre le decía, ponte el gorro Periquito”. En Alsasua celebramos romería a su ermita el día de su honomástica, o sea, dentro de cuatro días; posiblemente ese día mis nietos irán a casa de su tía abuela Sagrario, pero yo no estaré.



Entro en una peixaria para ver cómo exhiben el pescado y tengo mala suerte, porque el único pescado que venden allí está congelado y bien guardado en los arcones. Llego a la taquilla donde expenden los billetes para el transbordador y saco un sencillo de ida, que me cuesta 0,77€.



El barco está entrando y sale a las 9:30h, haciendo paradas en uno o dos puntos Tejo arriba, con un atracadero para que suban y bajen los viajeros; la mayoría se ve que son gentes que hacen el viaje a diario. Subo a la cubierta de arriba, dejo las mochilas y me dispongo a sacar algunas fotos que sirvan para apoyo narrativo de la travesía por el Tejo (nuestro Tajo).


Primero saco la parte más occidental de Lisboa, iluminada por los rayos solares de la mañana; más tarde desaparecerá y no volveremos a ver al sol hasta mediodía, hora en que ya quedará el cielo azul.


Cuando paso a la altura de la Torre de Belem, aunque en dirección contraria, me acuerdo de aquella madre con su hija en el transalántico de Um film falado, de Oliveira; ¡qué película tan bonita, aunque tuviera un final tan trágico! Una invitación a un crucero por Lisboa, Tanger y el Mediterráneo, a precio de cine.



Luego, aunque no nos acercaremos mucho, sacaré foto al puente 25 de Abril que, según me dijo la peruana Marcia en Palmela, ¿o fue Helena de Tróia?,  fue construido con cemento de las cementeras de Setúbal, en tiempos de Salazar y con tecnología norteamericana.




Buscando carimbo, encuentro a Isidoro y a Norbe
Cruzamos el río y cambiamos de dirección, hacia Los Jerónimos; atracamos, bajaré y pasaré por la pasarela sobre el tren (convoy, como dicen allí). Llego a una pastelería, entro, pero no es la que busco; lo que quiero, es tener el carimbo de la pastelaria Belem, famosa por sus pastelitos cremosos que sirven calientes. Pero me he debido de pasar y dos mujeres me dirán que retroceda en dirección a los Jerónimos. Les hago caso y, ahora sí, entro en Belem. Es todo un espectáculo, ya que desde la cafetería se puede ver el obrador y cómo hacen los famosos pastelitos: primero veo a la encargada de cortar, en trozos regulares, la crema que ya está hecha masa en un largo cilindro, ¡qué habilidosa! Luego voy al servicio a orinar; al pasar, veo en una vitrina el antiguo lavamanos, jarra y jofaina y paños de secado ¡lástima que no esté en uso! Un camarero va a lo suyo y ni me mira; otro, que va con el carro, me dice que le siga. Vamos hasta un mostrador auxiliar, donde los camareros se suministran de los elementos necesarios: cuchillos, cucharillas, azucarillos, sacarina, etc. El encargado de poner los pastelitos de Belem, se va con mi credencial para poner el carimbo; pero, al rato, vuelve y me dice que no tienen carimbo para poner. Me sorprende, puesto que es como una industria, donde deben recibir materiales, con albaranes que habrá que sellar, pero me dicen que no y yo no tengo argumentos para insistir, solamente el gusto de llevar un carimbo gustoso en mi credencial. Sin sello, no tiene sentido tomar nada; ya he desayunado suficiente en el Centro de Ocio y no me doy el capricho ni de probar uno de los afamados pastelitos, pues estamos a media mañana; todavía tengo el recuerdo de su sabor de cuando mi paso por Lisboa en marzo de este mismo año, y no era la primera vez que los comía. En vista de que aquí me ha fallado el carimbo, lo voy a buscar a Los Jerónimos; al pasar por la Junta de Freguesia, me lo repienso, pero sigo firme en mi idea inicial y, en caso de no conseguirlo allí, regresaré; pero Los Jerónimos están fechados por 2ª feira. Miro su fachada y veo chispazos, como pequeñas descargas eléctricas; pregunto a unos guardias municipales y me dicen que han instalado un sistema de electricidad estática, para que no se posen las pombas (palomas) y estropeen la fachada con sus cagadas y arañazos, que producen heridas en la piedra. “Si quieres carimbo”, me dicen, “pregunta en el museo”. Cuando llego a la siguiente puerta, la encuentro entornada y explico lo que quiero al vigilante; él me va llevando más adentro y cada vez el lugar está más oscuro; me vuelve a preguntar allí, pues parece que no ha entendido bien lo que quiero, y lo comenta con una chica que está haciendo la limpieza. Ella lo entiende enseguida, llama a un número y me dice que le siga escaleras arriba; cuando llegamos al tramo final, aparece la chica que definitivamente me echará el carimbo del Museu Nacional de Arqueologia, Dr. Leite Vasconcelos que, curiosamente, no pone Lisboa por ningún sitio; tiene una construcción que parece un dolmen. Cuando voy a marcharme con la misión cumplida, me desearán buen viaje. No sé si ha sido antes de entrar en la pastelaria Belem o después, pero he comprado en correos postales y sellos; hay pocos clientes, pero la que está delante tiene dos gestiones que realizar; hecha la primera, la segunda consiste en enviar un paquete muy pesado a Brasil, que le va a costar más de 60€; sin terminar con ella, puesto que tiene que completar el impreso, me atiende a mí. Le digo que quiero postales y sellos (20) pero, al decirme que tiene postales con el sello ya incorporado, le pido 12 postales y 8 sellos, para ponérselos a las postales que ya escribí ayer. Las postales con sello para España cuestan 0,75€, y me parece una oferta baratísima, pues cada postal en sí, costaría unos 20 céntimos. Gasto 13,16€ y así consumo todos los centimillos que llevaba hasta hoy; ya no tengo monedas inferiores a 5 céntimos. Ya fuera, me encuentro con un matrimonio joven de Almería capital, que están disfrutando de unas cortas pero intensas vacaciones. Isidoro me dice que trabaja en Fremap y me da las señas de la oficina en Rafaél Alberti, 14, por si el próximo año paso por allí y le quiero visitar. Ella se llama Norbe y trabaja en una mutua. También quieren ir a la pastelaria Belem y les indico donde está; la verán al regreso de la visita a la Torre de Belem; como yo también voy hacia allí, nos acompañaremos mutuamente e iré charlando con ellos. Mi intención era pasar por el lado del mar y hacerle una visita a mi patrón San Francisco de Javier, en el monumento a los Descubrimientos, pero las vías del tren nos lo impedirán; en vez de retroceder, seguimos adelante por interior y cruzamos por la pasarela más próxima a la Torre. Como sigue siendo lunes, lo más que podremos hacer es acercarnos a la pasarela; ellos llegarán hasta la puerta de entrada, pero antes nos hemos despedido. ¿Nos veremos el próximo año de 2008? No nos sacamos ni una foto para el recuerdo. Al inicio me han parecido una pareja de novios; luego me informan que hay dos hijos, que se han quedado con una hermana de Norbe y, de un encuentro tan sencillo como este, surgirá una amistad para siempre: en enero de 2008 me mandaron un e-mail contándome la escapada a Portugal, el nombre de los niños, sus “pollitos”, y sus planes de futuro; en verano de 2008 conoceré a Pablo y Jorge, dos niños encantadores, estrenaré su cama hinchable, y pasaremos una bonita tarde en la playa de Gata, feliz, como si fuera uno más de la familia. En enero de 2009, les visitaré desde mi Imserso en Roquetas de Mar. En enero de 2011, en mi viaje también con el Imserso, me visitarán en Mojacar y me enseñarán algunos lugares peculiares de la zona. Ya sólo falta que ellos se asomen por el norte, donde tienen mi casa; aunque estaremos muy ajustaditos.
Lisboa se irá quedando atrás
Aunque Lisboa es una ciudad que me encanta, pasear por sus calles es una genialidad; Alfama, sus tranvías y demás, en el plan de mi viaje, prefiero pasarlo sin detenerme apenas; no conozco a nadie en esta ciudad y los conocimientos que he hecho en lo que llevo viajando por Portugal: Cerejo, Helena y Gabriela, seguirán de vacaciones en Odeceixe y Tróia, respectivamente.

Por todo ello, una vez despedido de mis amigos almerienses, que me han dado un brevaje: Pedras de limão & chá verde, que parece estén promocionando en Lisboa, voy en dirección oeste. En marzo intenté seguir por el lado del mar, a partir de la torre, y no pude continuar, así que, como ya lo sé, esta vez no me pillan.


Compruebo que los edificios que hay son instalaciones militares; unos soldados marchosos (3) acaban de hacer el relevo de guardia; mientras el nuevo se ha quedado en la garita, de guardia, los otros dos se han marchado. No me apetece fotografiarles, pero sí al monumento doble triangular, con la llama en un pebetero, un monumento “in memoriam”, una especie de ¿monumento al soldado desconocido? Ya sé que hay cosas por el medio y he esperado a que un hombre, con un tapabocas, se oculte por detrás del mismo.



Pequeños encuentros buscando comida
Voy por un paseo en que hay varios pescadores y un hombre sin camisa va muy marchoso con gran aspaviento de brazos e inspiración y expiración sonoras. Cuando llego al final, el último pescador me informa que ya no se puede seguir y tendré que retroceder todo el paseo.



Un camión con un pedrusco es el que utilizan en una autoescuela para enseñar a sus aprendices de conducir. En otro punto, la estrada se mete a izquierda y la de la derecha está interceptada por bloques de cemento y que no dejan pasar a carros; he visto cómo un coche ha aparcado allí y su conductor sale y se va andando por ese espacio habilitado para peatones; como va en la misma dirección que yo, acelero para alcanzarlo y, así, iremos un rato charlando; se trata de Manuel Sousa, que es del pueblo de Monçao, por el que pasa el Minho y que está al noreste de Valença do Minho. Cuando llegamos al final del paseo, Manuel se vuelve hacia su carro y me desea buen viaje. Sigo por un camino próximo al mar y que va junto a la vía del tren.

Un poco más adelante veo a Carlos, un hombre de 56 años, que conversa con otro más joven, Arturo, técnico en publicidad. Carlos es impresor en artes gráficas y está arreglando una especie de nasa cúbica, para aprisionar peces; esa será la foto que sacaré para el recuerdo. Mientras hablamos, pasarán dos o tres convoyes por las vías de al lado, que no nos dejarán entendernos a gusto; pero lo suficiente como para que demuestren el gusto y la envidia por el viaje que estoy haciendo. Aunque es más joven, Carlos está muy baqueteado y parece mayor que yo. Les cuento mi encuentro con José António Cerejo y les comento la consecución del título de ingeniero del primer ministro. “¡Ah, sí, Sócrates!”, me dirán. Lo que me sirve para confirmar que es una noticia que ha corrido por la nación.

Me despido de Carlos y Arturo y, al final del camino, me encuentro con la desembocadura de un río; así que me desvío y paso por debajo del puente que cruza la vía del tren y paso a la estrada y luego un nuevo puente. A partir de ahí, iré buen rato por una acera pero muy próxima a la estrada, que va ascendente y permite ver que, al otro lado de la vía, por abajo, va un caminito (de asfalto o cemento) más próximo a la costa; pero ya es un poco tarde para corregir; tendría que retroceder mucho. Llego a un faro blanco y rojo y desde allí se ven dos puntos extremos en el mar: el cabo Espichel y el último malecón de la Costa de Caparica.



Saco foto, para el recuerdo de las dos únicas playas nudistas autorizadas de la costa de poniente. En Caxias, fotografío la fortaleza, en tierra, y el faro, el islote en alta mar, que serviría como indicador del centro en la salida del Tejo al mar.


Comida observatorio
Sigo andando hasta llegar a Paço de Arcos y, desde la carretera, veo a una mujer con dos chicas (¿sus hijas?). Les pregunto por un lugar para comer; me acompañan a dos restaurantes, mientras hablamos y les cuento mi viaje. La mujer participa activamente en la conversación y las jóvenes “alucinan”, no se lo pueden creer. Agradezco la compañía y la orientación, me despido y retrocedo al primero de los restaurantes, que es el que más me ha gustado; el dato que me ha servido para decidirme ha sido el precio de la sopa. Me sacan pan, quesito (tipo fresco de Burgos) y una croqueta. Pregunto al camarero si es obsequio, pero me dice que si lo como me lo cobrarán; allí se quedan. Me recomienda la sopa de espinafre (espinaca) que, realmente, está muy rica y pido ½ dose de carapaus (chicharrillos) en escabeche y, menos mal que no he pedido ración entera, pues el segundo carapaus me costará terminar y dejaré sin comer la patata cocida y la cebollita encurtida. Con el sistema de escabechado, salen menos espinas en el pescado y, las que salen, se apartan más fácilmente. Pago en metálico 11,30€, con el siguiente desglose: sopa (1,30), peixe (6,50), vinho (2,50) y café (1€). El restaurante es A Caféeira, en rua Costa Pinto 57 y lo puedo recomendar. Aunque una parte del comedor se me queda oculta, tengo un buen lugar de observación. Alguno de los comensales son de la familia y otros clientes habituales. Una mujer que está sola se colocará a la par de mí, pero en el otro lado del pasillo; la primera impresión es la de una mujer mística y amargada, pero no necesariamente mi diagnóstico tiene que ser acertado. Llegan dos chicos y uno le “roba” al otro patatitas fritas de su plato. A otra mujer se le ha antojado colocarse en medio de una mesa para 6 u 8 comensales; después se pondrá en la misma mesa otra que hace pasatiempos mientras come y que será molestada cada vez que a la primera se le antoja salir; en uno de esos movimientos se caerá la bebida; luego llega una pareja mayor a la misma mesa y se tendrá que levantar para que la señora pase al fondo. Mi otro vecino, aunque con mesa de por medio vacía, trocea el queso tipo Burgos y le echa sal y pimienta, mientras habla largo y distendido por el móvil. Tres mujeres esperan turno, porque les apetece comer en la mesa de la “amargada”. Así dejo el panorama de comensales cuando pago y el jefe del comedor me desea buen viaje.


Encuentro pousada sin buscarla
En principio, salgo a la estrada, pero pronto me meteré por un camino con vistas al mar. Me encuentro con João y le explico las últimas horas de mi viaje y los lugares donde dormí las dos últimas noches (ontem y anteontem). Me dice: “¿viste Olhos de Agua?” y, como le digo que no lo vi, me explica que está en Albufeira y que es un lugar en que, dentro del mar, mana agua dulce; creo que pasé cerca pero nadie me lo dijo y yo no me enteré. En febrero de 2011 estaré en el lugar, pero no podré apreciar el fenómeno, por estar la marea alta, pero el paseo entre praia Falésia y Albufeira es precioso, cosa que no pude hacer en 2007 porque me dijeron que con marea alta no se podía pasar y, todo ese tramo, lo hice por la estrada. Me despido de João, quien me dice que en agosto irá de vacaciones a Lagos y me desea buen viaje, de coração.

Llego a una bifurcación del paseo y, hacia la derecha, la carretera va hacia el interior, hacia Oeiras; yo continúo por el paseo marítimo y me encuentro delante, paseando, a una mujer, Jacinta que va con su amiga, Leonor, que lleva durmiendo a su nieto, Martím. Les hablo de mi viaje y saco una foto de lembrança. Ya estoy en Catalazate y entrando a un puerto deportivo.











En el propio paseo marítimo, sobre un muro y en plano inclinado, al borde, está sentado un chico y, cuando paso por debajo, le digo: “no te suicides”; se asoma más, pidiendo aclaración y continúo: “que no te mueras, que no te mates” y me responderá: “no hay cuidado”; sigo, y cuando no he dado ni veinte pasos, me doy cuenta que estoy en una pousada que no andaba buscando. Con la anécdota de Vagner, que es el “brasileiro suicida” y la charla que tendré con él y con su amigo Renán, al final decidiré quedarme y aprovechar para escribir postales. Como en recepción, el chivato del ordenador, les da datos de mi paso por otras pousadas, no tendré problemas para dormir y corrigen Irum por Irun. Los brasileiros me dicen que ésta es la pensión más barata y les digo que pagué 9€ en la de Setúbal (aunque era albergue y no pousada); aquí me costará 11€ que pagaré con Visa-Lector 10. Me dicen que la habitación estará disponible a las 16:30h y, sin dejar las mochilas, sigo paseando en dirección Cascais-Estoril.









No encuentro un lugar adecuado para darme un baño en bolas, ya que son playas pequeñas y con zonas de gente agrupada, pero con otras con gente dispersa.






MARÉ VIVA
Me encuentro con unas chicas que van vestidas iguales y les pregunto: “¿sois nadadoras-salvadoras?”; me dicen que no, pero no tienen conmigo una conversación natural; están en la edad de sentir vergüenza por todo, propia y ajena. Encuentro un lugar adecuado para el baño y lo hago rápido y en bolas; cuando me estaba secando, ha pasado un chico que se entrenaba corriendo. Al volver de mi paseo, me volveré a encontrar a la chicas de Maré Viva dentro de su garito y se esconderán; sólo podré fotografiar a dos de ellas: María e Isabel son las que están a la vista y Joana y Marta escondidas tras el mostrador de madera. Luego me encontraré a otras dos que, paseando, me explican; están llevando a cabo un programa municipal que se llama Maré Viva; recogen información de todo lo que ocurre en la costa y el mar, para mejorar. Les digo que hagan referencia a un español que se bañó desnudo, en lugar discreto, cerca de la fortaleza que tiene uso militar, a pesar de la prohibición. Una de ellas dice que lo comunicará.











Dormiré en compañía
Cuando llego a la pousada me dan la llave. Dos de las camas de abajo ya están ocupadas y yo ocupo la tercera. Uno de ellos tiene en una de las taquillas un candadito mínimo; yo no pienso cerrar nada, ¡espero que no haya ladrones! Me afeito, ducho y hago la cama con las sábanas y funda de almohada que me han dado. Luego me pongo a escribir el diario y, como tengo tanto que escribir, me dan las 20:45h. He iniciado la escritura del diario, primero, en la terraza, pero luego he entrado en el interior. Cuando antes he llegado a la pousada, una mujer alemana estaba sentada en un sillón en recepción y, ahora, ahí sigue. Una mezcla entre indigente y turista exótica, parece culta y tiene dificultad para la deambulación. En mi salida, he visto dónde está el teléfono y, hacia las 22:00h llamo a Alsasua para despedirme de mi hermana Luchy que, al venir de Londres, ya estuvieron en Suiza. Camino del teléfono voy hablando con José Varela, que es director de equipos de fútbol y que está aquí de responsable de cuatrocientos chavales que vienen de las distintas provincias y jugando partidos interprovinciales; todos son nacidos en el 93 y tienen entre 13 y 14 años y están en Inatel, en instalaciones aledañas al albergue donde estoy hospedado yo. Al volver a la pousada, tras hablar con mi hermana, decido no cenar y comerme la última pasta de sésamo que me quedaba de las que compré en Sagres.

Una familia de Badajoz en la pousada
Cuando voy hacia la habitación, oigo hablar en castellano y me pongo a hablar con Fernando Torres y su mujer Carmen; están pasando unos días de vacaciones con sus tres hijos: Daniel, Carlos y Álvaro, que tiene alergia en la piel y todas las piernas magulladas; no les preocupa mucho puesto que es un problema que ya superó Carlos. Nos ponemos a charlar de mi viaje, de sus vacaciones, de comidas, de nombres de cosas. Ellos sacan chorizo, panecillos de semillas, pipas de girasol, sésamo y yo aporto mis guirlaches de sésamo y mi semente de abóbora y, con todo, improvisamos una cena. Me dan sus señas en Badajoz; les mandaré la foto que les saco. Charlaremos a gusto hasta las 23:00h y me despido y retiro a mi cuarto; no sé si nos veremos mañana. Cuando entro en la habitación, está allí un chico noruego, de Bodo; está rojo, porque ayer se quemó en la Barceloneta. No es fácil la comunicación, así que nos acostamos y a dormir. Llegan ruidos de la zona de recepción, así que cierro la ventana y corro las cortinas; de madrugada irán llegando los otros tres con quienes compartimos la habitación; al que le toca en la litera sobre mi cama, es el más grandullón y ronca suavemente. Descanso bien y no orino hasta la hora en que me levanto; para las 7:00h ya estoy en pie. El sello de la pousada pone: Pousada de Juventude de Catalazate 2780 Oeiras-Portugal.
Hoy ha sido día tranquilo, con poco avance, con llegada temprana a destino. Ya he pasado otro escollo, el río Tejo, que me obligaba a coger vehículo de transporte, el transbordador. Los encuentros han sido poco significativos hasta la cena improvisada, pero el encuentro con Norbe e Isidoro será lo mejor del día y tendrá repercusión para el futuro.

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