miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 24 (84). Setúbal-Arrábida

Etapa 24 (84). 22 de junio de 2007, viernes (6ª feira). Setúbal-Palmela-Arrábida-(Portinho de Arrábida, en coche).


Hoy me espera un día duro, aunque el avance en el mapa sea mínimo, con una tarde-noche-madrugada infernal. He dormido muy bien, aunque me he tenido que levantar dos veces a orinar y, al volver a la cama la 2ª vez, me he echado una manta por encima de la sábana. Cuando me levanto sobre las 7:30h, el guarda de noche me dirá que, de nuevo, estamos sin agua pero, como tengo necesidad de defecar, lo hago y allí queda la muestra, pues no han tenido la previsión de llenar algún cubo con el mineral líquido; el papel va al recipiente; hay veces que se me olvida, sobre todo, cuando va muy manchado; parece ser que no quieren que vaya ni un ápice de celulosa por los desagües. Hoy empiezo mi etapa 24. Lo que me importa, para saber si voy bien o mal, será el referente de Lisboa; pasarla hacia el día 30, será un indicativo de buena señal, esto es, que podré recorrer la costa portuguesa en sesenta días. Con un hilillo de agua del grifo limpio los pelillos de la barba y me lavo la cara. ¡Menos mal que ya me duché ayer! Recojo el tenderete de ropa y el saco, que me cuesta mucho meterlo dentro de su saquito. Escribo y, a las 8:15h, empieza a sonar un taladro, que me hace pensar en que ya están arreglando la avería. Son las 8:35h cuando bajo a desayunar. El chico de recepción, que está en el turno de la mañana, un joven distinto al que ha estado de noche, me da un vale para desayunar en el bar Joven, que está al final del edificio, bastante cerca. Tampoco tienen agua y ya no les queda más que un poco de zumo; esa circunstancia me hará permitirme un segundo vaso de leche; también desayunan a la vez que yo: el vendedor, que prefería que le llamara mannager, y un chico australiano que viaja en moto, que la tiene justamente debajo de mi balcón, y que me dará el queso y el embutido que él no quiere. Recojo los utensilios que he usado, veo cómo el de Australia se monta en su potente moto, y me dirijo hacia internet a las 9:10h.

La capela de la Casa do Corpo Santo
El recorrido que hago me lleva bien al lugar, pasando por una iglesia, que fotografío, pero que no sabré su nombre y tampoco entraré a verla. Se lo pregunto a una señora, pero no logro entender su respuesta. He llegado a la plaza que buscaba y compruebo que el horario de internet que ví ayer corresponde, en realidad, al de Cruz Roja, que está en el mismo edificio y la puerta de internet gratuíto está dentro del recinto del bar provisional al que entré ayer, pero está fechada. Vuelvo al dispensario y no saben decirme a qué hora abrirán, quizá a las 10:00h. Me doy una vuelta y paso por Santa Maria da Graça, que sigue fechada, al igual que ayer. Veo la fachada de la Casa do Corpo Santo, con indicación de barroco y, aunque no es estilo de mi devoción, tiene una capilla pequeñita, muy recargada y con muchos relicarios expuestos, muy bien presentados; quizás la pequeñez del retablo haga que tanto dorado sea digerible y apto para mi vista; podría decir que, a pesar de mi rechazo inicial, esta capela, me resulta hasta bonita. El resto del edificio que, actualmente, recoge una exposición de objetos de navegación, tiene una cerámica en los antepechos muy interesante y unos techos con unas pinturas muy armoniosas con el entorno, ¡a que todavía me va a gustar el barroco portugués! He pagado 1,05€. Dice la hoja que me entregan: “Esta casa, anexada ao palácio da Família Cabedo, construida en 1714, serviu de instalação à importante e abastada Confraria de pescadores navegantes e armadores de Setúbal, existente desde o séc. XIV (com compromisso de 1340), à confraria do Corpo Santo…” Para mí lo peor de este barroco es el exceso de pan de oro, pero en algún sitio tenían que meter el oro que trajeron de Brasil ¡Lástima que no sirviera para algo socialmente más útil!
Primer contacto con internet en Portugal
Saliendo de la Casa do Corpo Santo y, al doblar la calle, encuentro la oficina de Turismo y, una chica muy amable, me indicará en un mapa de la ciudad, el lugar donde está la Biblioteca Pública Municipal, donde podré utilizar internet gratuíto. Agradezco y llego con facilidad al lugar; la persona de recepción me indica un ordenador que está allí mismo y que está libre; ¡nunca había entrado tan rápido a mi correo! A las primeras que escribo agradeciendo será a Helena y Gabriela y otro a mis hijas: Sara y Vera. No quiero pasarme toda la mañana, así que agradezco, cojo agua, orino y, como la encargada ya ha colgado el teléfono, le cuento el viaje que estoy haciendo, le gusta y me desea buen viaje. Vuelvo a Turismo, y ya no está la chica que me orientó hacia la biblioteca, pero sus compañeros se comprometen a transmitirle mi agradecimiento. El 25 de junio recibiré respuesta de Helena que, entre otras cosas, dirá: “Tambem acho que, de tão inesperado e pouco convencional, o almorço conjunto nos fez sentir que como seres humanos somos afinal todos irmãos…” ¡Que bonito y emotivo! Y, añade: “…é formidável ser capaz de realizar um sonho que de uma maneira  ou outra muitos temos recalcado dentro de nós!”

Hacia el interior: Palmela y su castelo
Salgo de Setúbal cogiendo la carretera hacia Palmela y, cuando tengo duda, pregunto. Quiero fotografiar la imagen del castillo, en la lejanía, pero nunca encuentro lugar adecuado para fotografiarlo. A unos tres kilómetros, antes de llegar a Palmela, dos hombres y una mujer, que están hablando delante de una puerta, me desean buen viaje. Llego a una gasolinera y pregunto si me conviene coger un camino que se ve por allí, pero me recomiendan que lo haga por la estrada, hasta el pueblo. Una chica va subiendo por la carretera y me parece que se va a quedar en la parada (Paragem) de bus, pero mi apreciación es incorrecta, ya que sigue; no pierdo ocasión para hablar con ella, pero nos tendremos que despedir pronto, ya que ella tiene que seguir hacia la derecha y yo tirar para la izquierda. Le estaba contando mi encuentro con Gabriela y Helena y se despide deseándome buen viaje.
Como ya he ido ascendiendo suavemente, me doy cuenta que Palmela y su castillo ya no están tan arriba como me parecía. Llego a una construcción muy tosca que está frente al cimiterio, bueno, que yo creía que era el cementerio, a la que intento entrar y, como unos perros me ladran y me intimidan, la rodeo sin resultado. Pregunto a tres jóvenes y no me sacan de la duda sobre si es un lugar público o privado.




El castelo de Palmela
Ya en Palmela, visito la iglesia, a la que se accede por escalinata, pero la visito por dentro y no me ofrece ningún interés, así que sigo hasta el castillo y, cuando entro por una de las puertas, me doy cuenta de que los carros pueden entrar hasta la propia esplanada del castillo. Hago una reflexión: Debiera haber foso con cocodrilos y puerta levadiza, para que no pasaran. Pero, los ricachones que quieren pousada en lugar privilegiado, en hotel de lujo, y con coche hasta la habitación, si fuera posible, son los que demandan y mandan; ¿cómo van a andar tantos metros? ¡Ellos se lo pierden! ¡Y su salud! Al llegar he pedido que me enseñaran el menú, por si entraba dentro de mis posibilidades y, no sólo se me escapa del presupuesto, sino que, además, no quiero. La que me enseña el menú, más parece inglesa que de la tierra y, del menú, me basta ver que una sopa ya cuesta 7€. Preferiré la oferta de tercera generación: 3ª Geração.

Palmela, es un castillo, que no fortaleza y, desde sus almenas, puedo apreciar una visión privilegiada, que no se paga con dinero: Sines, Tróia, Lisboa, son los más reconocibles para mí. Me alegra haber subido y haber hecho caso a mis amigas troianas. Me encuentro con la oficina de Caballeros de Santiago fechada, al igual que lo están la de turismo y la oficina del conjunto monumental, cada una tiene su cometido compartimentado.







Visito la igreja de Santiago con su talla grande en versión Matamoros y, luego, podré ver las pequeñas tallas del coro. ¡Qué contrasentido, como en Compostela! En una época de acercamiento de culturas, éste es un elemento más de discordia. He podido fotografiar el que os presento, pero otros que están en el coro, no me autorizarán a fotografiar, como veréis.

En las almenas coincido con dos mujeres peruanas, a las que cuento mi viaje y me envidian (envidia sana); una de ellas lleva ya cuarenta años viviendo en Madrid, Elsa, la otra, Marcia, está de vacaciones y deberá regresar pronto a Perú. Con Marcia me volveré a cruzar, ya que siente el deseo de ver desde la otra almena el puente 25 de Abril que, me dicen, fue construido, durante la dictadura de Salazar, con materiales portugueses, aunque con tecnología americana. Hago pesquisas para conseguir el carimbo de los Caballeros de Santiago, pero será en vano y, al final, me tendré que contentar con el escudito mínimo que me ponen en la Cámara Municipal de Palmela, con dos chicas que me enseñarán el coro, pero que no me dejarán fotografiar las versiones de Santiago Matamoros.
Una comida de la tierra: cocido portugués
Salgo del castelo y pregunto por camino hacia la serra, para hacer lo que mis amigas de Tróia me dijeron y no tener que volver a Setúbal, pero todo el mundo me lo pone difícil y me preocupo, de momento, en buscar un lugar para comer. En la escalinata de la igreja hay un joven que me acompaña por la calle de la Junta de Freguesia, pero no encuentro lo que busco; pregunto a dos mujeres que hablan en la calle y me orientan hacia la calle anterior y, en frente, encontraré el restaurante 3ª Geração, en donde ofrecen cocinha portuguesa. Elijo cocido portugués, pero no me comeré el arroz que lo acompaña, a pesar de haber visto los arrozales de Comporta y recordado a Ionut y Ana Maria y eso que me han recomendado, como suficiente, media ración. ¡Bien recomendado! Y, cuando aparece un ingrediente desconocido, pregunto a la cocinera. Lo conocido es: media berza cocida en bloque (hay una parte más verde que yo creo que será grelo, pero ellos dicen que no lo utilizan y que todo es berza), una patata cocida entera y partida en dos mitades, un trozo de nabo (se nota su sabor dulzón y tengo que preguntar) y una zanahoria; estos son los ingredientes vegetales; los animales serán: carne de cerdo, costilla, tocino con magro, morro y la mitad de una manita, dos trocitos de morcilla de sangre (sin arroz ni cebolla), un trozo de chorizo y otro trozo de farineira (que es un poco de cerdo picado con harina). Con esta comida de Palmela, he cambiado mi concepto de comida como subsistencia, al de comida como cultura; para ello ha sido necesaria la colaboración de Idelina que, más tarde, me ofrecerá un postre de calabaza con almendra (muy lejano al sabor del empalagoso cabello de ángel), un descafeinado y no puedo pagar con Visa (11,20€) y lo hago en efectivo. El precio me parece adecuado, pues lleva incluido el vinho, y agradezco la atención y la información para salir de Palmela en dirección a la Serra de Arrábida y me despido. ¿Volveré a Palmela alguna vez?
Saliendo de Palmela
El comedor ha tenido bastante movimiento, pero apenas me he entretenido observando al resto de comensales, bastante tenía con disfrutar de mi comida y de la charla con Idelina; de su información, se colige que el camino por la serra es muy fácil, al contrario de lo que me decían en el castillo, así que salgo con bastante optimismo. Para mí, salir de la costa, me suele resultar inquietante; me falta el referente del mar que, pocas veces me engaña. Además, me han dado otro mapa más grande y que parece que informa bien, para que no me pierda, pero esa impresión será engañosa, como veremos. El dibujo que me hacen de rotondas, me sirve para salir de Palmela y me orienta hacia Vale des Barris. Bajo por calle ya conocida y paso por Junta de Freguesia que, ahora, ya está bierta, y donde no tienen carimbo mejor que el chiquitín obtenido;

me regalan una pegatina de la Vila de Palmela, que pego en primera página dura de mi libreta-diario, y un bolígrafo, que nunca está de más, sobre todo yo, que escribo tanto, se me acaban o se me pierden. Sigo bajando la calle, y encuentro a un joven brasileiro, que está repartiendo propaganda; me acuerdo de Hierro-3, la película de Kim-Ki-duk, y le cuento la táctica que empleaba el protagonista, también repartidor de propaganda, para entrar en las casas y cómo actuaba dentro de ellas; hacía uso de los servicios que la casa le ofrecía, pero les lavaba la ropa, o arreglaba algo que estuviera roto; en definitiva: un "ocupa" amable y circunstancial. Un poco más abajo veo: bar Azkoyen y me recuerda al equipo de fútbol de Peralta (Navarra), entro, pregunto y me dicen: “es la empresa vasca que les suministra café”. Como yo sé que el equipo es navarro, pero no sé si la envasadora de café está o no en el país vasco y como, además, una parte de Navarra, también es vasca, aunque Peralta ya pertenece a la parte menos vasca de Navarra; pero ¿por qué razón se conserva este nombre vasco?, ¿en tiempos remotos hablarían euskera? Vista mi inseguridad, no me atrevo a decirles nada en contra del café vasco que para ellos reciben ¿será de los cafetales de vasconia?

Paso, en mi descenso, por una calle que, a mano derecha, tiene una escalinata ascendente y jardines y me dicen que el edificio que está arriba es la biblioteca municipal. Como ya voy consumiendo tiempo de mi tarde y me gustaría llegar a tiempo para dormir en el Convento de Arrábida, que está inserto en el Parque Natural, no hago mención de entrar, sobre todo, habiendo ya entrado en internet por la mañana. Cuando voy a salir de la primera rotonda, aparece un grupo de chicas y  chicos y, al decirles que busco la salida que me enfile hacia Arrábida, piden ayuda a un GNR y, tras consultarle, se ofrecen seis de ellos a acompañarme.

El chaval es Victor, y hace de graciosillo, pero parece que tiene verdadera gracia, a juzgar por lo que se ríen las chicas: dos son Inés, una Ana, otra Ana Sofía y, la quinta, Caterina. Tras salir de la encrucijada, les saco foto, con el castillo de Palmela arriba y me despido del sesteto; me desean buen viaje.















Presento fotos de alejamiento del castillo de Palmela.


Grupo de Teatro o Bando en cochiqueras
Sigo por una carretera de tercer orden y llego a un cartel que pone: Teatro o Bando, anunciando la representación de: “Cabeça de pregos sem cabeça” que, según me dirá Hugo, “pregos” son clavos.

Hay una flecha indicativa de dirección y llego a dos edificios bajos, de una planta, que fueron cochiqueras, en sus inicios, y que ellos adaptaron para sus talleres teatrales. Paseando hacia el extremo final del primer pabellón, a través de una ventana, veo a una chica que está fregando; por otra anterior, he visto dos grandes arañas de cristal; se trata del nuevo montaje que están preparando, por lo que no podré visitar su interior (más tarde lo veré, pero como no puedo usar flash, me quedaré sin fotos de dentro). Las fotos de interior son del segundo pabellón.










Subo al segundo pabellón y veo que tienen grandes espacios para guardar la tramoya de los diversos espectáculos que van representando en los últimos tiempos y que van adaptando a los espacios de donde les llaman. Veo la distribución de espacios de interior: sillas dispuestas en círculo, que pueden servir lo mismo, para puestas en común, torbellino de ideas, terapia; después un escenario con butacas, pocas, para teatro de pequeño formato y, al fondo del escenario, los camerinos.

Al final del edifico, tienen las oficinas, que es donde me atiende e informa Hugo (Saliendo de Palmela, Victor, ahora Hugo, ¿una invitación a leer a Victor Hugo? Hace muchísimos años leí “Los trabajadores del mar”, que me impactó gratamente; después “Notre Dame de París”, pero no volví a leer nada más de él).






Hugo me acompaña al lugar donde hicieron el último montaje, sobre el tejado y con butacas al exterior sobre terreno escalonado, bajo las estrellas y con los sonidos de la noche. Un espectáculo que gustó mucho. Tres bustos cuelgan de un árbol y forman parte de la coreografía.







Me recomienda que suba una escalera que han construido ellos, pues, desde arriba, se aprecia mejor el lugar y los espacios donde trabajan.
Llego arriba con la lengua fuera, pero la vista merece la pena.











Al bajar pido e-mail a Hugo y me da un separador de libros con el elenco del espectáculo mencionado. El lugar se llama Vale dos Barris y http://www.obando.pt/ Me quiere regalar un libro y un CD, pero no se lo cojo para no acumular peso. Me presenta a Suzana, una de las actrices del grupo, que también le gusta la praia Meco, que será la siguiente que buscaré, pero le llaman al móvil y nos abandona; llega también Miguel Jesús, hijo de madre indú y de padre portugués, pero predominan en su rostro los rasgos indúes de la madre. Les agradezco su atención y me despido de ellos.













Ha sido como un espejismo en el camino, con la gracia de lo inesperado. Cuando salgo a la carretera, un hombre hace trabajos hortícolas en la finca intermedia, pero no sé si también pertenece al grupo teatral, si ese hombre que la trabaja también es el del grupo o si nada tiene que ver lo uno con lo otro.
Una tarde que se me hará eterna
Seguiré bastante rato por la carretera, hasta que llego a un lugar en que hay una desviación a la izquierda.

Pregunto a un chico y me da instrucciones precisas: primero, que suba al molino y luego que coja la carretera que va hacia Setúbal y, nada más empezar a bajar, que coja un camino a direita. Cuando llego al molino, veo que se trata del Centro Moinhos Vivos, que parece que está dedicado a escuela agraria. De allí sale un chico en bicicleta que bajará la carretera a tumba abierta. El camino por el que voy es bastante ancho y, a medida que asciende, se va extrechando y volviéndose cada vez más bonito para andar; como las ramas de la vejetación lateral van cerrando el espacio, las voy apartando con mi visera que, ahora, más que del sol, me proteje de ellas.

Llego a una pequeña cantera y, muy a lo lejos, en otra loma hacia la costa, veo una construcción que, intuyo, pudiera ser el Mosterio hacia el que me dirijo.







Está todavía lejos, pero el hecho de verlo me da ánimos. No pasará de ser un espejismo, pues será un edificio de una cementera y el camino no me llevará hacia allí, que sería el sur, sino hacia el oeste. En esa parte, se observa una gran zona boscosa, que da origen a un hermoso paisaje. Por entre la foresta, vuelve a asomar Setúbal.


El camino se vuelve a ensanchar y llega a un ermita entre pinos; se trata de la Capela de São Luis da Serra; un sitio muy agradable que contrasta su blancura con los hermosos pinos piñoneros. Bajo por otro camino ancho, que me llevará hasta la estrada N-10 en el tramo Setúbal-Lisboa. Allí mismo hay un cruce; unos ciclistas me dicen que me conviene coger, pues me llevará a las playas de Arrábida pero, precisamente, es lo que no me conviene, pues me obligaría a bajar y, luego, tendría que volver a subir para ir al Mosterio (Si hubiese sabido lo que me iba a pasar, habría hecho bien bajando a las playas pero, después de visto, todo el mundo es listo). Así que, de momento, sigo dirección Lisboa. Tras andar un buen rato, llego a Aldeia Grande y, a la salida, encuentro el camino hacia Arrábida; un hombre me lo confirma antes de llegar al pueblo y una mujer que está sentada en altura, sobre un alto muro, también lo reafirma.

Naranjas de regalo
Una vez cogida esta desviación, pasa un chico en su coche y para cerca de una casa, a la par de donde voy yo; le pregunto, y me dice que vive allí. Le digo si me puede dar agua y él lo afirma. Aparca el carro y entra por un lateral y, con la llave, abrirá las dos puertas por dentro. Entramos en una casa en la que la tele está encendida, pero no hay nadie viéndola. Cuando me da el agua, aparecerá un niño ¿su hijo, su hermano pequeño? Al regresar, veo que tiene naranjos con muchas naranjas caídas. Me coge unas cuantas del árbol para dármelas, pero el chaval dirá que son mejores las que da un árbol más pequeño; finalmente llevo tres naranjas de los árboles grandes y una del pequeño. Cuando volvemos al camino, Fernando se da cuenta de que el coche empieza a rodar, pero no puede evitar que se pegue contra una señal de tráfico, que quedará algo doblada. Intento, pero no la puedo enderezar; y eso que parecía un topetazo de nada. Al carro no le ha pasado nada. Fernando, al que creo portugués, me enfatiza que es brasileiro; le agradezco el agua y las naranjas y me despido; ya, alejándome de su lugar, me saludará el niño.

Buscando el Convento de Arrábida
Seguiré hasta una bifurcación, donde coincido con un inglés y su hijo en bicicleta; el padre tiene buen dominio del castellano y me cuenta que hace unos días vino desde Albufeira en la bici (11 horas sin bajarse de ella); “me dolía el culo”, me dice. Me recomienda la carretera de la derecha: “es más corto”, me dirá, y yo le hago caso. Llego a un nuevo cruce, y un hombre, me orienta hacia alguien que se apellida Mosteiro y, al decirle que eso no es de mi interés, me dice que pregunte en el camping. Dos perros me ladrarán y perseguirán un rato. Ya en el camping, el que parece dueño o, al menos, está muy ducho en el lugar, me dirá que, puesto que ya he avanzado hasta allí, que siga un poco más, y que la siguiente, a direita, siga todo el camino ancho entre pinos y, al salir a la estrada, siga dirección izquierda. Los caminos y estradas son estupendos, el problema es que no sé dónde estoy, ni lo que falta para llegar al Mosteiro, y la inseguridad de que si llegaré o no. Hay unos trabajadores forestales con una mujer; están talando pinos. El del camping me ha dicho que veré señal de Convento; salgo de esta carretera a otra; poco antes, un hombre me ha dicho que faltan más de 10 km. La tarde se me está haciendo eterna y este dato me baja la moral. El hombre tiene dos perros, controlados, dentro de la finca y otro fuera. Como todos ladran, no nos dejan entendernos; cuando me voy, sin sacar nada en claro, el perro de fuera se meterá en el recinto. Llego a un cruce, que será ya en la carretera definitiva que me llevará al Mosterio (que ni será Monasterio ni Convento). Estoy en Casais da Serra. El bar se llama Café snack bar Coutada Real o Bon Petisco (picoteo). Allí está el hijo de la casa, con otro perrucho ladrador, y me informa que me faltan 4 km. Este dato ya me anima más pero, no sé si por consecuencia del cansancio, o por que empieza a anochecer o por el viento que arrecia, se me hará una distancia más cercana a los diez kilómetros que me dijo el hombre, que a los cuatro que me dice el chaval. Camino y camino, pero nunca aparece ni la señal de Mosterio ni la de Convento hasta que, por fin, llegaré al cruce en que, a direita, pone: Portinho y Praia da Arrábida.
En el Convento me atiende Fray Cascarrabias
A los pocos metros veo señal de Convento. La noche ya se me ha echado encima. Como no suelo ir por carretera y menos a estas horas, no llevo ninguna prenda reflectante. Mientras he ido por el lado de interior y protegido del mar por la montaña de la Serra, no ha habido problemas, pero cuando ya, perdida esa protección, salgo a la vertiente marina, el viento que viene del mar ha empezado a arreciar y, a pesar del peso de mis mochilas, hay momentos en que parece que me va a tirar a la estrada; me aferro con los pies como puedo. Por fin llego a una verja, cerrada a cal y canto, y con sistema de apertura por control remoto. Son las 21:45h. Intento pasar la verja, pero la posibilidad de que al otro lado haya un perro, me intimida. Un letrero indica un número de teléfono pero, como no llevo móvil, no me sirve de nada; si hubiera aquí una cabina, podría llamar al número indicado, pero no es el caso. Hoy se da por hecho que todo el mundo tiene su móvil. Yo había previsto llegar a un monasterio y, si no bajo techo, al menos dormir protegido bajo un porche, pero esta verja, da al traste con todos mis sueños. Las condiciones del lugar, un pequeño espacio de camino entre la estrada y la verja, no me animan a tumbarme; los arbustos de los lados tampoco permiten un hueco suficiente como para no correr peligro si entra un coche al recinto; miro entre los arbustos y tampoco veo condiciones para conseguir la horizontalidad ¡y con este viento, menos! Así que, a pesar de la hora tardía, me decido a tocar el timbre. Cuando oigo la voz que me responde, todo mi sueño de dormir como los ángeles, agasajado por los frailes del convento, con una sopa caliente y los frutos de la huerta y con sonidos tipo los de la Schola Gregorianista Donosti Ereski, se me viene abajo; quien me habla es el hermano gruñón. Me dice que nadie duerme allí, ni ha dormido nunca. Le digo que si no puedo entrar para dormir, me quedaré a dormir fuera, donde estoy. Me contesta que tampoco, que me tengo que ir. Le digo que ni lo sueñe. Cuando estoy buscando acomodo, una luz potente ilumina la zona interior de la verja y sale al exterior por los resquicios. La puerta se abre y aparece un coche con los faros encendidos, con el hermano gruñón al volante, que me conmina a montarme y me dice que me va a bajar a la praia. De primeras me resisto y le digo que estoy haciendo la caminhada a pie por la costa portuguesa y que, por tanto, no puedo subirme a su carro pero, visto el cariz que está tomando el asunto, la negativa a dejarme entrar al Convento, las condiciones climáticas de fuera, recapacito, me lo pienso mejor y monto en el carro.

Bajada en carro del Convento (que no es convento) a Portinho de Arrábida
Me baja por el Portinho da Arrábida, dobla en la desviación que ya había visto al pasar, y me deja pasada una rotonda para que pregunte en un restaurante. En el camino, que habrá sido de unos seis km. y visto ya su empeño en hacerme desaparecer de los dominios en que él está encargado de la seguridad –el único objeto de bajarme hasta la zona marítima es el de quitarme de la verja del Convento, lugar que está en su jurisdicción de responsabilidad-, decido ir más tranquilo y le cuento lo que estoy haciendo; me habían dicho (me lo invento) que había un Mosterio y llegaba con idea de pernoctar allí. Él me cuenta que aquello funciona para organizar seminarios y convenciones (lo que me hace pensar en que camas hay, y de sobra), pero que no reciben a durmientes aislados. Cruzamos en la noche a dos perros (mañana los volveré a ver y pasarán a mi lado) y me advierte del peligro de esa carretera por los asaltantes de caminos, que se cobijan en las cuevas aledañas a la estrada, que ya he visto al pasar, y por los perros salvajes. También me dice que donde me lleva hay una Casa do Gaiato, y que me indicarán en el restaurante. Me explica en qué consiste esa Casa do Gaiato, pues es una especie de Casa de colonias que se usa más en verano. Un fraile las creó para acoger a niños abandonados que iba encontrando por los caminos y los fue recogiendo en una especie de horfelinatos que, en la época vacacional se vacían parcialmente con la oferta de estas Colonias de verano. Toda la organización funciona bajo los auspicios de la Iglesia.
Primera noche en Casa do Gaiato. Noche infernal
Total que, el hermano gruñón, encargado de la seguridad del Convento, que no es convento, me deja allí tirado, en medio de la noche, con viento infernal, y se vuelve por donde ha venido. Se ve que no quiere que los de Casa do Gaiato vean que les traslada el muerto que él se quita de en medio. Después de contarme la génesis de la creación de esa Santa Institución, no tiene reparo en dejar allí, avandonado, al niño desvalido que yo soy en ese momento. Ya solo, me acerco al restaurante, pero ya está fechado; tengo suerte de que, al salir a la carretera, entra un coche que me ve y al que paro y, al preguntarle por Casa do Gaiato, me dirá: “ésa es, la blanca y alta”; aunque es de noche, destacan su luminosidad y tamaño, y hacia allí me dirijo. La puerta está fechada; como no es muy alta, la salto, aunque con temor a que me salga algún perro vigía, pues de los salvajes, que me decía el hermano gruñón, parece que ya me he librado; entro en un corredor protegido por cristalera y que conecta con otra, con puerta también acristalada, que da paso a otro corredor, éste ya a la intemperie. Me instalo en el rincón más alejado de la entrada; “al menos el viento me dejará tranquilo”, pienso pero, piensa mal y acertarás; al poco tiempo de tumbarme, una ráfaga más fuerte que las anteriores, hará que la puerta acristalada se abra y, por mucho que lo intente, ni atando cuerdas, conseguiré cerrarla. Tras dejarlo por imposible, toda la noche la pasaré arrebujado, temiendo que se rompan los cristales y me caigan encima. Las flores de las buganvillas (papeleras, como las llama mi amigo Augusto), barridas por el viento nocturno, arrastrándose por el suelo, añadirán más ruido al ruido. Dormiré muy poco y haré que no dure la agonía levantándome mucho antes que al amanecer. ¡La noche más horrible de todo el viaje!
Balance del día: Todo el día fue precioso: en Setúbal: Corpo Santo y Biblioteca Municipal; en Palmela: Castelo, peruanas, la cocina de 3ª Geração, los seis jóvenes que me acompañaron; en Vale dos Barris, con el grupo de Teatro o Bando y, después, paseando entre bosques y pinares: el brasileiro de Aldeia Grande, su agua y sus naranjas; la información del ciclista inglés que iba con su hijo. Sigo siendo agradecido a lo que me dan, material e inmaterial. Toda la parte final del día, que culmina en noche aún peor, la zozobra de la incertidumbre, la inseguridad, la climatología adversa, han servido para que aprenda que en el viaje no todo es de color de rosa y que, un poco de sufrimiento, no viene mal, puesto que revaloriza los días buenos.

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