miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 23 (83). Comporta-Setúbal

Etapa 23 (83) 21 de junio de 2007, jueves (5ª feira). Comporta-Sol de Tróia-Tróia-Setúbal.




Abro los ojos  poco antes de las 6:00h. Cada vez que me he despertado durante la noche, he podido escuchar el zumbido de los mosquitos; los oía a través del saco y, por tanto, he evitado asomar la cabeza; no me he levantado más que una sola vez a orinar, y me he vuelto a esconder en el saco a toda velocidad; ¿será el temor a su picadura un antídoto contra los efectos de la próstata?  




Como a las 6:15h sigue la zumba y uno ha conseguido colarse dentro, sin pedir permiso, decido levantarme; me pongo rápido el jersey y el pantalón y con los bártulos sin recoger, agarro todo y salvo la duna saliendo a la playa a la mayor velocidad que puedo. Ya tranquilo en la playa, donde no hay mosquito alguno, me dedico a organizar mi mochila y recojo saco y esterilla, eliminando los restos de  volátiles que he ido aplastando a manotazos.
Buscando el Sol de Tróia
Me encamino hacia Tróia y voy pendiente de encontrar la urbanización Sol de Tróia, que Ionut me dijo ayer sería donde podría desayunar. Avanzo por la playa de Comporta que, en mi lista, aparece como de nudismo tolerado: “Enorme playa con extensas dunas, casi virgen, aguas tranquilas, rodeada de vegetación, alejada de poblaciones excepto algunos bungalows turísticos, cuenta con algunos servicios, se puede acceder hasta zonas próximas a la playa en donde se puede aparcar en lugares destinados a ello.”
Me puedo hacer la película que quiera
Al salir de Comporta, sólo he visto a un pescador en la orilla del mar y varios arrastreros esquilmando de peixes la costa más próxima a la playa. A lo lejos, veo que se asoma un hombre por la duna, otea el horizonte y se vuelve para atrás, desapareciendo de mi vista; pienso que puede ser un pescador o un surfista que ha ido a ver cómo está la mar para sus fines deportivos, ¿podríamos incluir la pesca como deporte?; también habría que analizar si el surfismo es un deporte o una religión con fieles adeptos, quizás como tantas otras aficiones, puesto que las aficiones “enganchan”. Pero dejemos estas disquisiciones y volvamos a la playa. Sigo caminando por la orilla, y cuando me voy acercando a la par de donde el hombre se asomó a la duna, veo que éste aparece y empieza a bajar a toda velocidad; me da mala espina, hago como que no le veo y acelero el paso; de forma que, cuando está a mitad de playa, entre la duna donde sale y la orilla, por donde voy, me giro hacia él y le saludo: “bon dia”; lo digo con energía y sin dejar de caminar. El hombre, para en seco y ya ni se acerca y yo sigo adelante. Si él hubiera seguido adelante también, yo ya estaba preparando mi estrategia de huír a la carrera, aunque dudando de que fuera con éxito, puesto que él iba sin peso y yo con mis dos mochilas, aunque con mucha experiencia de caminar por arena. Hubiera tenido que subir a media playa para correr más. Digo que me puedo hacer la película que quiera, porque en realidad no sé cuáles eran sus intenciones. Sigo pensando por la playa: “¿querría preguntarme algo, pedirme fuego?” pero yo mismo me respondo que, si esa era su inención, habría bajado hasta donde estaba yo, o me habría gritado algo; “¿pensó que era un extranjero y venía con intención de atacarme?” pero al oír un “bon dia” con tanta seguridad, como si fuera un autóctono, pensó que lo era, pues fue nada más decirlo cuando paró. Cuando me preguntaban, dos años después, si no había tenido ningún problema durante el viaje, ningún susto, ninguna agresión, solía contar esta anécdota, como único incidente con visos de intento de todo mi camino, pero siempre planteándolo como duda y como corroborando que mi camino no tiene riesgos, que es bastante seguro, aunque soy consciente de mi vulnerabilidad (y sozinho). Digo que hasta que en 2008, en Ayamonte, perdí la cartera con todo el dinero y la Visa, y me quedé más vulnerable todavía, pero que no podía achacar a terceros y hasta 2009, donde entre Montgat y El Masnou, me robarían el monedero, y que yo calificaría de un robo bonito, mi viaje, ahora que ya terminé la vuelta a pie de la península ibérica, y lo puedo contar, ha estado libre de agresión de ningún tipo.

Sol de Tróia
Un poco antes de llegar he pasado por la zona llamada Costa da Galé y lo que ayer contaba como propio de Praia Galé, cuando me encontré con la chica del bikini negro mínimo, habría que situarlo en esta posición geográfica, coincidente con mi listado. Llego a Sol de Tróia a las 9:00h pero, todos los servicios que están en la zona de playa, están cerrados a cal y canto; merodeo por la urbanización; me esperaba algo de menor categoría, pero tanto el restaurante de la playa, el hotel, y casas lujosas, me han sorprendido, se ve que es un lugar que ha atraído a nuevos ricos. Hay un derroche de agua, con aspersores que riegan grandes espacios de hierba, sobre todo, en el hotel. La pastelaria cafetaria Tróia Azul es más asequible a mi estatus socioeconómico y a las 9:30h, cuando llego, saco todo a la terraza, voy al servicio y cago; desayuno mi descafeinado con leche habitual, un enrollado y una magdalena (2,70€) y, tras escribir algo, para las 10:30h ya estoy en marcha. Como en Tróia Azul no tenían sello, voy a intentarlo en la portería de la urbanización; en la oficina, una empleada consulta con el jefe, al cual no le hace mucha gracia, pero accede y la chica me pone su carimbo: Aprosol (la O de “sol” con cuatro rayos en la semiesfera superior, que más que rayos, parecen cuatro pétalos de margarita) Associação de Proprietários em Tróia. 265494640 Portaria Soltroia 7570-788 Carvalhal. Pregunto por donde debo coger el barco para pasar a Setúbal y me indican que, de momento, no me queda más remedio que salir a la estrada. Me encuentro con una recta larguísima y, caminando por ella, el anuncio de Ruinas Romanas, cuando hago mención de ir a verlas, un joven me dirá: “estarán abiertas dentro de dos años”; interesado por mi caminhada, me pregunta: “¿quién te lo patrocina, Visa?”, lo dice por el anagrama de mi mochilita, pero le digo que no tengo esponsor, que mi caminada no tiene ataduras de ningún tipo y que no tengo que dar cuentas a nadie de lo que hago, sino ser consecuente conmigo mismo; así que me despido de él y continúo por la carretera; al llegar a la curva, tiro hacia la izquierda por un camino que me volverá a llevar a la playa. Mirando en otro mapa, que conseguiré más tarde, veo que las ruinas romanas se refieren a las encontradas en Cetóbriga. Leyendo a Saramago en su Viaje a Portugal, él visitó por Santiago de Cacem, Miróbriga (pág. 509) ¿Nos estamos refiriendo a las mismas ruinas romanas?
En busca de Elena de Tróia
Caminando por la orilla, me encuentro con una pareja a la que le pregunto: “¿cuánto falta para llegar al barco?”; la respuesta de él es que voy bien, pero ella, que me ha entendido mejor la pregunta, consulta con su marido, y me dirá: “meia hora”. Como van muy despacio, agradezco la información y sigo adelante. Poco después y por la parte dunar de la playa, veo a un hombre vestido de oscuro que enreda entre materiales de deshecho acumulados por el mar y por el viento; cuando llego más cerca, compruebo que el hombre no está vestido de oscuro, sino que está desnudo pero, con tantas horas de sol encima, que parece de ébano; más tarde me enteraré que recolecta el calzado que encuentra y otros elementos y los cuelga en una especie de exposición de esculturas permanente, que yo no he visto.

Lo que dice mi lista sobre la playa de Tróia, es similar a la de Comporta, también de nudismo tolerado: “cuenta con todos los servios en la zona Norte y ninguno en el Sur”. Buen acceso en coche. Empiezan a caer ligeras gotas que me hacen dudar si son restos de las rompientes olas del mar o un aviso de que va a arreciar la lluvia, pero se mantienen como algo aún grato. Un poco más adelante, dos mujeres van por la orilla; una se ha vestido y la otra va en bañador; como van en mi misma dirección, las alcanzo y pregunto si no les importa que vayamos charlando juntos; acceden, yo bajo el pistón, y vamos comentando. Como el día se ha puesto gris y las nubes son amenazantes de lluvia, han disfrutado de un buen baño, pero retornan a casa. Son Elena Baptista y Gabriela Ferreira; amigas para siempre. Por la zona del cabo Espichel y Lisboa, se ven algunos claros, que acabarán dejando un día expléndido. Un grupo de chicos juegan a fútbol en la orilla y otros en el agua también, con dos o tres balones; las chicas, con algún chico más, están tumbadas en la arena seca. Cruzamos sin recibir ningún balonazo ¡ha habido suerte! Las dos amigas me dicen que me indicarán por dónde llegar más derecho al barco y renuncio al placer de dar la vuelta a toda la circunferencia del final de la lengua de arena en que culminan la duna y playa de Tróia.

Atajamos por un lugar donde Elena ha dejado la ropa, escondida en una bolsa, y se la pone por encima, mientras Gabriela y yo vamos hacia la pasarela. Les saco una foto que, al regreso, se la mandaré, para lo cual me darán sus señas en Lisboa y su correo electrónico, y ellas otra a mí, con la Serra de Arrábida al fondo. Seguimos hablando y me cuentan que, al principio, hicieron dos rascacielos y que a Elena le ofrecieron un apartamento en régimen de multipropiedad, es decir, que puede disfrutar de él durante dos semanas al año (2ª y 3ª semana de junho, aunque se pueden hacer variaciones mínimas de fechas).

A Elena le gustó el lugar y lo contrató pero, alrededor de estos rascacielos, un nuevo rico, Belmiro Acevedo, compró terrenos y está construyendo un complejo urbanístico, a dos pasos de la playa y el puerto y donde van a hacer un nuevo puerto deportivo. Es un gran negocio que, para hacerlo realidad, ha hecho falta cargarse la duna madre y que se teme que, con el tiempo, el mar volverá a recuperar lo que es suyo pero, para entonces, Belmiro Acevedo habrá emigrado con su botín y nadie será responsable. Esto es lo que se teme en el lugar.

Yo tengo  mucho que contar y ellas también, así que Elena lo comenta con Gabriela y deciden invitarme a su apartamento; desde allí podré ver todas las construcciones de que me están hablando. Acepto, sin dudarlo, la invitación; no tanto por el ahorro económico ¡que también!, como por disfrutar del placer de ser invitado en un país del que soy menos extraño que extranjero. Me parece una invitación preciosa en mi viaje y me siento aceptado y feliz. Elena me dice que no hay nada especial para comer, que lo que tienen lo compartiremos. Subimos al apartamento del hotel: tienen un “jolín” (pequeño hall), un baño con ducha (me invitan a una ducha, pero renuncio), taza, lavabo y bidé, una cocina en espacio de pasillo y en la sala dos camas, un sofá cama y sofás, mesa de comedor y sillas; un apartamento que, con la terraza, duplica el mío o más. Me parece muy bien aprovechado, aunque yo habría hecho otra distribución. Nos asomamos al balcón y veo la desembocadura del río Sado, la curva de la playa y las construcciones de Acevedo de las que hemos hablado. El río Sado tiene una desembocadura tan grande que parece más un mar interior; me recuerda al mar Menor de Murcia. Setúbal se ve al otro lado. Para completar la dieta del caminante y como un aporte de hidratos de carbono, Elena hierbe unos tallarines, corta un trozo de carne en lonchas y las pone con mantequilla y un chorrito de aceite de su tierra, la Vera, que intuyo, es gemela a la nuestra y al valle de Jerte, puesto que también produce riquísimas cerezas que, también, probaré ¡las últimas! Son de Donas, en la Serra de Estrela. Lo pone a calentar en una sartén, para que vaya cogiendo gusto; prepara también lechuga, tomate y cebolla y me invita a que lo aliñe a mi gusto, pero me quedo un poco corto de aceite. Mientras nosotros preparamos, Gabriela ha bajado al super a comprar dos cervezas, una blanca para mí, y otra negra que comparten. Sacan un choricito delgadísimo y lo trocean (pareciera lomito embuchado) y también probaré un trozo de queso (parecido al de tetilla galego). Todo muy rico. Sobrará algo de tallarín, al que a Elena se le ha olvidado echar sal al cocer, pero con la carne, que sí la tiene, no queda soso; yo terminaré y rebañaré el cuenco de ensalada. Elena tiene 72 años y Gabriela 73, ambas están reformadas y su trabajo fue de asistencia social; estuvieron trabajando en Angola, cuando era colonia Portuguesa, hasta que, junto con Mozambique, estos países recobraron su libertad. Las dos eran del mismo curso de la escuela de Asistentes Sociales y cuando Gabriela tenía 32 años, se marchó a Angola con un programa educativo, donde estuvo 6 años; se trataba de enseñar a los nativos, algo que luego tendrían que poner en práctica, ya solos, en sus pueblos. Ella hacía el trabajo en la capital, Luanda. Como consecuencia de que Gabriela enfermó, fue a sustituirle Elena y, cuando ya se recuperó, a su amiga le había gustado tanto el trabajo allí, que se quedó tres años. También estuvo con ellas otra compañera de curso. A Gabriela también le tocó estar en París en 1968, con el mayo francés, en tiempos de Cohn Ben Dith, Daniel el Rojo, y guarda de aquel tiempo un recuerdo inolvidable. Comenta que, en la Universidad, un negro protestaba porque su gobierno se había gastado un dinero para que él aprendiera y se consideraba con derecho a quejarse si no recibía ni clases, ni sacaba el título que había ido a buscar. También me habla de las desavenencias entre Daniel el Rojo y los sindicatos y de los piques para ver quién estaba delante de las pancartas en una manifestación concreta. Eran tiempos todavía de Oliveira Salazar y, en Portugal, las manifestaciones estaban prohibidas. ¡Qué tiempos! (De lo contado, algo no casa en fechas, pues si Gabriela nació en 1934 y tenía 32 años cuando fue a Angola, en el 68 estaba en Angola. Ellas lo podrán aclarar y ampliar y, con la veemencia con la que narra Gabriela, no pongo en duda nada de lo contado por ellas. ¿Alguna diferencia por el idioma?, pues a Gabriela me cuesta entender un poco más que a Elena). Cuando me dan las señas, veré que Elena lo escribe con h: Helena; pero para mí siempre será Elena de Tróia. No sé si porque estamos en su propiedad, Elena es más ágil en la preparación de la comida, Gabriela tiene que recurrir a preguntar hasta lo más elemental. Tomamos una copita de licor de granada; resulta dulcecito y entra bien. Sin recoger, bajamos a tomar el café, a un lugar del que son asiduas clientas y es a lo único que me dejarán invitar (1,95€). Preguntamos en un banco si en Setúbal podré encontrar cajero del BBVA y nos dicen que sí; en la avenida de Luisa Todi. Me acompañan hasta la taquilla del barco y nos despedimos. Yo me voy muy agradecido por la invitación, por la compañía y por las vivencias de que me han hecho partícipe. También por el programa que me han propuesto para mañana: Palmela y Serra de Arrábida. ¡Hasta siempre, Elena y Gabriela!

Setúbal: una ciudad grata para vivir
Tras sacar el billete Tróia-Setúbal (1,15€), subo al transbordador, que no tardará en partir y vengo tan entusiasmado con el bonito encuentro que he tenido, que no tengo ningún interés en hacer ninguna amistad más; no sé si por falta de singularidad, porque todos vamos en el mismo barco, no siento esa necesidad.

Voy en el exterior, en el 2º piso y saco una foto de alejamiento de Tróia, con la bocana de salida al mar del río Sado, y otra de acercamiento a Setúbal. Cuando bajo al puerto, pregunto a un chico, quien me remite a uno señores, para que me indiquen dónde está la calle, en este caso el largo (plaza) de José Afonso (nombre de un cantor portugués), que es donde aparece que está el Albergue de Jouventude de Setúbal, que está en otra lista de ocho, distinta de las Pousadas de Juventude, cuya 2ª opción encontraré al llegar a Aveiro. Las califican como Alojamiento con misión social ¿Y las Pousadas no? Me dicen: “todo direito”, pero veo unas construcciones que, si sigo todo recto, no me dejarán pasar; por tanto, pregunto a otro señor y me manda por otra calle, distinta de la que había elegido; llego a un BBVA que, en el cajero automático, en el menú de tarjetas, no aparece Servired. Una empleada no me sabe dar una respuesta y me pone el letrero de fechado (acaban de dar las 15:00h). Ahora, cuando escribo el diario en el albergue van a ser las 18:00h y no acabo de escribir, de tantas cosas que me han pasado y tengo para contar. Me veo obligado a esperar, puesto que antes hay que resolver un problema técnico: un escape de agua. Llega otra empleada y se ve que está cabreada; la razón parece ser que está en que llega gente a husmear cómo va el funcionamiento del albergue, si hay gente o no, y otras cosas similares, que les hacen sentir como si les estuvieran controlando. Planteo mi deseo de pernoctar y, como ya tengo la experiencia de Almograve y, por tanto, ya estoy fichado, aquí tampoco tendré problemas. Ahora ya está más tranquila, puesto que ya se ha resuelto el problema del agua y, me dice que, en principio, estaré solo en la habitación. Pago con la Visa Lector-10 (9€) que incluye desayuno, pero allí no tienen comedor y el desayuno lo tienen conveniado. Me ponen carimbo en la credencial: Centro de alojamiento de Setúbal. Largo José Afonso. 2900 Setúbal.

Buscando lugar para dibujar y luego para cenar
Antes, al pasar, ya he visto un lugar que ofrecía plato del día de pescado, por menos de 4€ ¡A ver si lo encuentro para la cena! Me he duchado, afeitado, lavado camiseta amarilla y calzoncillo y me las he ingeniado para colgar la camiseta en el enganche de la ventana. También he extendido el saco para que se airee y seque de la humedad del rocío de la noche anterior. Cuando salgo, tras escribir un buen rato, pregunto a la morenita y me dice que ella está en recepción hasta las diez de la noche; como pretendo llegar antes no habrá problenas pero, en caso contrario, me tendría que dar un papelín que no sé en qué consistiría, ¿alguna clave? Salgo del albergue y, en el Luisa Todi, ha habido a las dos un concurso de canto masculino que me habría gustado ver-oír (pero estaba en Tróia y sin el sentido de la ubicuidad); mañana habrá teatro en otra sala y, hasta la semana que viene, no echan “Las hadas” una película de Cuerda, que no tengo vista, en la que trabaja Ricardo Darín; habría sido curioso verla en versión original con subtítulos en portugués (en Aveiro tendré ocasión de ver otra subtitulada con el original en italiano y con Jordi Moyá de actor principal). Voy hacia el puerto, buscando candidatos para la cena, cuando regrese. Donde a la ida ofrecían para comer peixe por 3,75€, ahora ofertan como prato do dia: Lasaña; me apetece menos, sobre todo hoy que ya he comido tallarines; luego encuentro dos menús de 4,50 y 6,50€, pero pareciera que el local está fechado. Ya frente al puerto, la oferta de peixes se aproxima más a la de lugares más turísticos. Buscando la parte antigua de la ciudad, llego a un lugar al que sólo puedo acceder cruzando las vías del tren. Pregunto por una igreja, que me pareció ver por arriba al llegar en el barco, y me dicen que por allí no hay ninguna igreja; pero, al que me responde, no le entiendo bien. Subo por un parque que conduce a casas y, a media altura bajo y me voy hacia otro lado, que me meterá en camino, pero que tampoco sigo porque la vista me lleva al río Sado, en la zona en que se empieza a estrechar y parece más al ancho de un río ancho; por aquel lado se ve la zona industrial y portuaria, que no me interesan mucho. La visión desde allá arriba, me permite ver que la arena casi ha desaparecido en la punta de Tróia con la marea alta y ahora, la bocana de salida del Sado al mar, que ya era enorme en marea baja, ahora lo es más. Vuelvo a salir por las vías del tren en el momento en que las cruzan trabajadores que acaban de finalizar la tarea, espero y doy prioridad a lo prioritario, dejándoles pasar; no en vano los trabajadores nos tienen que mantener a los reformados; dos personas mayores, que iban a pasar, también se han quedado retenidas. Ya, de nuevo, a este lado de las vías, hablo con dos chavalillos negritos, uno lleva una caja de zapatos cerrada que, a pesar de que muestro mi curiosidad por el contenido, no me lo desvelarán; al mayor no le entiendo bien el saludo, pero me doy cuenta luego que ha dicho “boa tarde”. Les pregunto y me dicen que por donde venía no hay ninguna igreja y que si quiero ver alguna tendré que seguir hacia el centro de población; se ve que mi visión desde el barco me ha jugado una mala pasada. Voy más para el centro, subo una cuesta y me encuentro con un túnel pequeño, algo más que un arco, donde la acera es mínima y, más que resaltada, parece dibujada por los adoquines cuadrados, a igual o menor altura que el asfalto. Menos mal que los carros bajan con precaución.


Llego al Largo dos defensores da Republica y allí encuentro un centro de Formación Profesional y una portada con frontal estrecho, que me parece adecuado para dibujar. A la izquierda está el Museu do trabalho Michel Giacometti. Al principio, busco sombra y me coloco bajo un árbol pero, después, tengo frío y cambio de posición, lo que acabará distorsionando mi dibujo que irá perdiendo los puntos de vista y acabará no ajustándose a la realidad. ¡Al menos, sirve para el recuerdo! El museu es un edificio moderno, con bastante cristal, y contrasta con el otro edificio más clásico, pero en el dibujo apenas se aprecia este contraste. Mientras dibujo, llega un hombre que saca fotos con una cámara muy sofisticada y que es de la localidad. Me pregunta por el diseño, como ellos llaman a los dibujos (yo entiendo que diseñar tiene más de invento y yo lo que hago es tratar de plasmar la realidad, aunque líneas y puntos no sean más que un convencionalismo para trasladar la realidad al papel), y le enseño la decena de dibujos que llevo hechos con éste. Ya es la tercera vez que los enseño hoy: a Helena y Gabriela, a las chicas de recepción del Centro de alojamiento y, ahora, a él. Uno de los temas que hemos tenido, ha sido sobre el miedo y me ha dicho: “cualquier sitio es bueno para morir”. Estoy de acuerdo y creo que, si este pensamiento fuera compartido por muchos de los que me dicen “¿no tenes medo?”, habría más caminantes sin temor por el mundo. Se despide deseándome suerte en lo que me queda hasta Caminha. Termino el dibujo y paso por el arco dibujado. Cuando estaba dibujando, una paloma caprichosa se ha colocado en el medio del escudo, y así la he plasmado.


Bajo buscando lugar para cenar y, al pasar, veo un centro con internet gratis que, mañana, abrirán a las 9:00h. Trataré de acercarme. En una plaza, con adornos de fiesta, dos hombres jóvenes comen caracoles, pero no veo nada que me anime a quedarme allí. Me acuerdo de la lasaña anunciada y trato de localizar el lugar, sin dejar de mirar otras ofertas. Paso el Luisa Todi, pero no veo ni rastro de la oferta culinaria de la mañana; lo cual quiere decir que ya me la he pasado. No retrocedo y en un metido de la calle veo la pastelaria snack Doce Mar y pido los caracoles que se me habían encaprichado al verlos comer en la plaza y un bife de vaca; me ponen pan tostado con mantequilla y tomo ½ litro de vino (1,30€). Como no tiene el 12% de iva incluido, me saldrá todo por 13,50€, pero he salido muy satisfecho y los caracoles, aunque alguno amargaba, tenían un sabor mucho más rico que algunos que comí en Cádiz, en el viaje de semana santa de 2006, regalo de mis compañeros de trabajo en mi jubilación. Salgo de cenar y llamo por teléfono de cabina a Vera; creo que utilizo todavía la primera tarjeta, que hoy sí funcionaba, pero no tengo certeza. Hoy le cuento más cosas, sobre todo de mi encuentro con las trabajadoras sociales y también del anterior encuentro, en Odeceixe, con el periodista de Público. Regreso al alojamiento y, la morenita, me dará la llave. Un vendedor jóven, pero el clásico vendedor, al que no le gusta que le llame así, preferiría que le llamáramos mannager comercial, está tratando de venderle un móvil; como ya la ha convencido de la bondad de su producto, le empieza a preparar el contrato; cuando ella lo firma, yo ya me voy para mi cuarto. Los problemas con el agua, que parecían ya solucionados,  mañana continuarán sin resolverse. Ya en la habitación, se confirma que pasaré la noche sin compañía; me he librado de un pesado, tipo el alicantino de Villena, de la última pousada, pero también la posibilidad de conocer a alguien interesante. Había hecho la cama y he elegido la almohada más blandita; aunque había dejado debajo de ella el aloe-vera para dármelo, se me olvida. ¡Qué gustito otra noche en cama!
¿Qué aprendí hoy? Se confirma que ir receptivo e ilusionado con el viaje que estoy haciendo, da una buena imagen de mí que es captada por algunos portugueses y me permite tener encuentros tan bonitos como el de hoy con Helena y Gabriela, que serán amigas para siempre. Encuentros menos transcendentales, también tienen su dosis de enseñanza-aprendizaje: el perseguidor de Comporta que no sabemos qué perseguía y la reflexión del fotógrafo de Setúbal sobre el lugar idóneo para morir. Temor y muerte vistos en positivo, hacen que el caminante se sienta libre por una vida no amenazante. El encuentro de Helena y Gabriela, en Tróia, implica vida y también una lección de historia; a la que hay que añadir la información recibida para mañana, Palmela y Arrábida, que ya serán futuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario