miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 33 (93). Areia Branca-Peniche

Etapa 33 (93). 01 de julio de 2007, domingo. Areia Branca-São Bernardino-Consolação-Peniche (y paseos desde la Fortaleza hasta el farol de Carvoeiro).

Hoy recibiré la mejor noticia que me podrían dar: el 10 de marzo de 2008 seré aitona (abuelo) por tercera vez, esta vez será el primer hijo de mi hija menor, Vera y de su marido, Mikel: se llamará Gari, aunque para saberlo habrá que esperar a que nazca, en marzo. Tres chicos para el equipo de fútbol.


Desayuno con Madalena
A pesar de la música, he dormido bastante bien. Para no despertar a los trasnochadores aún  durmientes, procuro hacer poco ruido con la bolsa de la máquina de afeitar; me levanto, afeito, cago y lavo y, como ayer ya me duché, evito hacerlo ahora para no llevar la toalla mojada.

A las 7:30h voy por el paseo marítimo hasta la roca final y, sin bajar a la playa, haré un estudio de olas en la praia de Areia Branca. No me quedo muy contento con el diseño. Luego escribo postales que echaré en un buzón del largo (plaza) en que ayer telefoneé. Puesto que ya son pasadas las 8:30h, voy a desayunar; ya hay movimiento de los de Marketing en el comedor y se van ocupando los puestos seguidos. Me coloco en lugar estratégico, de espaldas a una chica que está sola, para que los estudiantes me queden del lado de mi oído derecho pero, me lo pienso mejor, y pregunto a Madalena si quiere estar sozinha; me invita a sentarme enfrente. Le hablo de mi viaje, le enseño el diario, los diseños. Madalena es profesora de secundaria y comparte conmigo la dejación de muchos padres, de sus funciones educativas con sus hijos, en manos de los colegios; el tema de la demanda de límites, que muchos chavales piden a gritos; la pequeñez de los valores de la sociedad de consumo, que entorpecen más la consecución de valores más altruístas. Cuando le digo que soy pedagogo, se ríe ¡No en vano la coincidencia! Me despido de Madalena, voy a la habitación por las mochilas, y como ya se han levantado los dos trabajadores y uno está en el aseo, me despido del más bajo y accesible, quien me desea éxito en el viaje. En recepción me dicen que deje las sábanas en la habitación, que ya las retirarán ellos y me devuelven la credencial con el carimbo echado: Pousada de Juventude. Praia de Areia Branca. Lourinha. Portugal. Salgo a las 9:30h, y por la estrada voy en dirección a Peniche. Veo indicador de 13 km, pero cuando llego a la desviación a São Bernardino, me dicen que esos kilómetros son por la estrada; comprobaré que, por donde yo voy, hay más.
Un bañito en la playa de los Frailes
Llego a São Bernardino un poco antes de las 11:00h. Los feligreses van a misa y, antes de que empiece, trato de obtener el carimbo para mi credencial; todavía no ha llegado el padre (cura) y dos hombres me dicen que allí no lo tienen, que mejor si lo trato de conseguir en Consolação o en Peniche. Previamente he ido pasando por pueblecitos, unos pertenecen a Lourinhã (Vale de Adares y Casal de Muita) y los últimos a Leiria (Atouguia da Baleia y Casal do Alta Foz). Estaré en São Bernardino entre las once y las 11:30h pero, en vez de bajar a darme un baño a su playa, iré a la del sur, o praia des Frades (playa de los Frailes), que es más larga y es más discreta para un baño en bolas. Llega un chico con dos perros, que viene de más al sur y me dice que donde me voy a bañar la ola rompe más fuerte y que está mejor algo más al norte, donde está su amigo y tres amigas más; había rebasado al grupo para no crear problemas, así que me doy un chapuzón y, una vez remojado, estoy más cómodo en lugar fuera de su vista. Me seco apoyado en una roca que suelta arenilla gris y me tumbo en la arena, que es algo gruesa y, al secarse, se desprenderá con facilidad. De regreso a São Bernardino (tardaré en saber, hasta el día de su boda, que Dino, el portugués de Irun que me orientó antes del inicio de este viaje, es Bernardino), pregunto por dirección a Peniche, y recibiré informaciones contradictorias.

Cuidado con los perros
Un hombre me remite, de nuevo, a la estrada principal, para lo cual tendría que retroceder más de un kilómetro y no me apetece; lo que queda claro es que no hay otra estrada secundaria; cuando me estoy yendo, una mujeruca me dirá que, sin ir por estrada, hay un buen camino por la falésia, pero que tenga cuidado con los cãos (perros) y con la boca, me hace un gesto de morder. Con esta referencia, bajo hacia la costa y tiro hacia el norte; encuentro un camino que me parece adecuado. Llego cerca de una casa, donde un hombre pone riendas a su caballo, que tira de un carro que me parece demasiado elegante; el hombre tiene aspecto agitanado; dos perros negros y grandes están atados con larga cuerda y otro suelto; me ladrarán. El amo retiene al suelto y me libro de problemas. ¡Menos mal que estaba el dueño de los perros! Si no, ¿habría tenido los problemas que me vaticinó la mujeruca? El hombre, que me pareció de raza gitana, me dice que siga el camino, siempre hacia el mar.

La religión del Surf
Una vez en el acantilado, el camino es magnífico y agradezco “in mente” a la mujer que me animó a seguirlo y que me advirtió de los perros y al gitano que me los retuvo y me dio la última orientación. Paso por una casa singular con tejado azul y un pequeño templete; “¿un antiguo faro?”, me pregunto. Ahora, se trata de llegar a Consolação, donde me hablaron de las piedras milagrosas (José Tomás en Samouqueira). Como decía, el paseo por la falésia es magnífico y sin tránsito; a lo lejos veo aparcados al borde del precipicio, dos carros y a un chico que tira con fuerza piedras al mar; no me parece un ejercicio propio de pescador y cuando llego hablo con él. Es Hugo, surfista, y está allí esperando, junto a Conqui y Tiago, a que empiece la ola buena, que no se producirá hasta las cuatro de la tarde (¡y son las 12:00h del mediodía, y a saber el tiempo que llevan esperando!). Cuando planteo el surf como religión, es porque es un deporte que engancha, como otros muchos, y los practicantes se entregan en cuerpo y alma a él; están pendientes de la ola y es un deporte que exige gran esfuerzo físico y voluntad; madrugar mucho para adaptarse a la naturaleza: las mareas, el viento y otros fenómenos atmosféricos. Cuando todo el día lo pasan pensando en ello, yo lo llamo religión. Los tres surfistas son de un pueblo cercano a Lisboa y tienen la comida en los dos coches; se interesan por mi viaje; les cuento algunas anécdotas; Tiago saca foto a Conqui, para lo cual me pedirá que me aparte, y yo les saco otra a los tres, para lembrança, y me voy. ¡A ver si la ola buena llega a las cuatro!

No encontraré piedras milagrosas en Consolação
Enseguida veré gente que toma el sol, entre nubes, por las rocas de la costa; familias que tienen intención de comer allí y pasar el día. Y, en poco rato, llego a una gran playa, que es Consolação, y que llegará hasta Peniche. A todo lo largo, por la parte alta, va una duna, cambiante de altura. El agua está asquerosa y el nadador-salvador me dirá que el nombre de Consolação lo tiene hasta más de media playa y que el resto ya es Peniche (no será fácil saber cual es el lugar fronterizo). Luego veré, en la propaganda, que toda la praia es considerada de Peniche, de la cual, probablemente, Consolação no deja de ser una freguesía. Como no creo en milagros, ¡bastante milagro es poder hacer el camino que estoy haciendo!, ni me molesto en buscar las piedras milagrosas.
Segundo baño del día en Peniche
Poco antes de llegar a la parte vigilada del final de la playa, como veo que el agua ya está más limpia, me desnudo y me doy el segundo baño del día y subiré a secarme en el peralte de la duna; cuando estoy seco, sacudo la arena de mi culo y espalda, me visto y me voy. Pregunto al nadador-salvador de esta zona, por dónde me conviene salir de la playa para entrar en la ciudad de Peniche, pero mi pregunta ha llegado en mal momento, pues acaba de llegar su enamorada y asisto a la sesión de arrumacos y carantoñas, esperando la respuesta; me atiende, por fin, y me señala el lugar que él considera mejor.
Profesión de fe
Cruzo pasarela y luego entre montañitas de arena y piedras; un camino paralelo al puerto y todo cercado con entramado metálico para encofrados; pero vislumbro, más que veo, un lugar de paso angosto y por allí salgo. Se ve que he salido a la estrada en un lugar de nueva construcción, como un barrio periférico de Peniche, pero como me parece que ya es hora adecuada para comer, veo un restaurante: Manjar do Narra, y me digo “Navarra abreviado” y allí entro. Sin saberlo, voy a celebrar por adelantado la noticia que me van a dar unas horas después. Pido dorada regada por Gatão (una botellita de vinho verde para mí solito), que me sentarán a las mil maravillas (¡qué mejor milagro!, ¡a la porra las piedras de Consolação!).

Hay algunas mesas completas y otras libres pero, justo delante, hay una celebración familiar. Mientras ellos celebran no sé qué, puesto que no es boda (no hay novios), ni bautizo (no hay recién nacido), ni comunión (no hay niña de “novia”, ni niño de marinerito; ignoro las costumbres del lugar), pienso que puede ser un cumpleaños, un aniversario o algo similar, yo disfruto con las aceitunas y sacando brillo a las espinas de la dourada. No pido postre, pues ya me he quedado satisfecho. En la mesa grande sacan una tarta y me acerco a preguntar el motivo que celebran; se trata de la fiesta de Profesión de Fe (equivalente a nuestra Confirmación) de Carlos, un chaval de 13 años, que está en la ESO y no tiene nada claro qué es lo que va a estudiar cuando acabe el curso. Todos abrumamos a Carlos y su mãe (madre) me ofrece un trozo de la tarta que yo, agradecido, acepto. Me la como muy gostoso. Luego me invitan a su mesa y me siento junto a la avó (abuela) y la mãe, me ofrecen más tarta, que rechazo, pues ya es suficiente con el primer trozo, y me despido simbólicamente (con un gesto de la mano, pues el chaval de la Profesión de fe está ocupado con su parentela) de Carlos (que se parece a su madre, pero más a su tío), pago mi cuenta (15,10€) y me voy. Se les olvidaba cobrar las aceitunas y no cogen Visa.

Buscando pensión en Peniche
Salgo hacia la ciudad antigua; entro en el parque de Bomberos; me acuerdo del equipo con el  que coincidí en Magoito y busco carimbo, pero no lo tienen. La chica que atiende la cantina es de Mafra y, mientras hablo con ella,  un bombero consulta en vano.











Llego a un lugar que dan comidas y tiene mucho movimiento, todos van a lo suyo y, finalmente, encuentro a un chico al que pillo momentaneamente liberado y me dirá que, para dormidas, vaya por detrás del edificio. Estoy en A Popular y, en recepción, me atiende muy bien Ivone, quien me escuchará mi viaje y razónes y rebajará la habitación de 25 a 20€. Me pone el carimbo en la credencial: A Popular – Sociedade de Turismo Lda. A Gerência. Me da información de qué ver en Peniche, me recomienda que no deje de ir a Isla Berlenga y me da la habitación nº 12, que es magnífica, para mí, la mejor del viaje; con una ducha genial que me masajea cuello, espalda y demás ¡qué gusto!

Cuando me visto y salgo al exterior, empieza a lloviznar y me quedaré un rato bajo los toldos, mientras hago la gestión para visitar la isla mañana, haciendo más caso a Ivone que al João de Praia de Foz. De las dos ofertas que veo, hay una que me atrae más ya que, además del crucero, ofrece visita guiada por el mayor atractivo de la isla, el hábitat de las gaviotas; sus gaivotas. La chica me llama, me enseña fotos y me asegura que mañana hará buen día.


































Recorrido por lo más destacado de Peniche
Amaina, vuelvo al hotel, y salgo de nuevo para dar un paseo hacia Cabo Carvoeiro. Dirijo mis pasos hacia la Fortaleza (que ya está fechada) y las casas de colores que no me gustan porque se meten en el acantilado y no dejan pasar (luego, al regreso, comprobaré que he cometido un error de apreciación y sí había paso entre ellas).

Tras sacar varias fotos, me dirijo hacia el cabo. Por el camino veré distintas señalizaciones, que iré anotando al regreso.

















Llego a la más cercana al Farol, que se llama Varanda de Pilatos, que es una especie de furna muy caprichosa, como veréis en la foto, hecha por el agua del mar y la erosión del viento y a la que se accede por escalera metálica. Creo que esta escalera es una buena solución, para acceder bien al interior, ver desde allí el cabo Carvoeiro y no deteriorar demasiado la furna.

Luego entro y salgo de zona militar, pues algunos de estos cabos suelen estar protegidos por las fuerzas armadas, ya que son lugares estratégicos. Una rulote matrícula de Madrid está aparcada en la zona; hablo con Bernabé, su mujer, Maite, y su hija, Lara. A Bernabé le encantaría poder hacer un viaje como el que yo estoy haciendo; ya ha hecho una bajada del Sella por caminos, hasta la desembocadura del río en Ribadesella, pero Bernabé considera que esa bajada es algo menor, lejos de lo que yo estoy haciendo. Maite no le sigue bien y, ahora que Lara ya está creciendo, era un buen momento para hacer caminadas con ella.

Bajamos juntos por una escalera hasta una plataforma sobre la que saltan algunas olas, no demasiado fuertes que, al chocar su espuma contra el viento, levanta ligera brisa con gotitas pulverizadas de agua de mar. Espero ola para foto, pero no consigo la que quería. Menos es nada y me conformo con la olita pequeña. Maite no ha descendido con nosotros; se ha quedado a media altura; se comprueba que no le sigue. Como ellos se quedan allí, me despido y sigo a la siguiente: Furna que sopra Banhos de sol, de la que no sacaré foto. Llego donde un pescador con su hijo, que no habla conmigo mientras estoy, pero que, cuando me vaya, hablará con su padre; les enseño mis dibujos. El efecto que se produce en esa furna es similar a lo que ocurre en Donostia en El peine del viento de Chillida donde, en realidad, lo que se ha hecho ha sido furnas artificiales, con gran bocana de entrada desde el mar y pequeña en la salida al aire, de tal forma que lo que se produce son como grandes fumarolas, aunque no de humo sino de polvillo de agua. La diferencia con San Sebastián, es que el golpe de mar, con la marea alta, produce un sonido más ruidoso y espectacular y es tal la potencia del envite marino, que hasta vibra la roca en que estamos, parece, bien seguros.


Llega La Cova de Dominique que, como su nombre indica, es una gran cueva que, según me dirá Filipe (el camarero de A Popular que me atenderá en la cena), atraviesa toda la península de Peniche por el centro y que tiene dos ramales que, ahora, por hundimientos, se han ido perdiendo. Los Paços de Doña Leonor son concavidades en la que dos pescadores están pescando; se quejan de que, al estar la mar tan bravía, los peces no pican.

Mas adelante encontraré tres carreiros: Furninha, Joannes y Do Inferno. El que más me gusta es Joannes que tiene una salida a playa. Llego a una indicación que llaman Tromba, pero no llego a saber qué cosa es.

Tras retornar a la zona de casas bajas (las casas de colores que ví desde la fortaleza) veo un gran cartel de propaganda electoral y pregunto sobre las siglas CDU, que ya se que es la coalición de los comunistas, pero quiero saber el significado de CDU y no logro enterarme; ya se que PCP es Partido Comunista Portugués; tampoco lograré saber el significado de PEV. Sobre todo, es más difícil de enterarte si, el portugués al que preguntas, es ucraniano, como ha ocurrido en este caso.
Preparado para recibir la buena nueva
Busco cabina telefónica para llamar a Vera pero, la que está cerca de la Fortaleza, no me da ninguna opción a marcar, ya que antes y cuando marco, emite un sonido repetitivo y continuo. Encuentro otra por la zona de las iglesias. Hablo con Vera y me da la noticia del día (y la del viaje, y la del año), tanto tiempo esperada y deseada. Está embarazada. ¡Mi tercer nieto! ¿Será nieta? Ya tengo dos chicos, hijos de Sara y Josu: Julen y Lander; ahora éste será el primero de Vera y Mikel. Lo principal es que venga bien. Vera está bien y me dice que lo celebre con los 5€ que me ahorré con la rebaja de Ivone de la dormida. Con tan buena noticia, iré a cenar al Restaurante A Popular y el jefe me dice que me siente. Miro visa y no veo, pero há y pagaré 17,65€ que pago con Visa-Lector 10, mientras que los 20€ de la dormida los había pagado con Visa-Laboral. Dudo entre pedir besugo o robalo, pero el jefe me recomienda una brocheta de pescados variados, especialidad de la casa, que es más barato y está mejor. La sopa de verduras es más flojita que las habituales, pero está buena y celebro con café (descafeinado) y una copa de aguardiente acoñacado, algo más suave que el orujo. No me sentará mal. En el comedor hay hormigas, algunas andan por la pared. Tras explicarme Filipe, el camarero que me ha atendido, lo de la cueva que atravesaba la península y otros detalles interesantes del lugar y de mi visita mañana a Berlengas, subiré a dormir. Felices sueños pensando en Vera y en lo que venga en su tripita. “¡Que no se lo diga a la tía, hasta que Mikel no lo diga a sus hermanos!”, me ha dicho mi hija. ¿Y cómo voy a saber yo cuando se lo va a comunicar mi yerno a su familia?
Con esta buena noticia de la noche, estoy más feliz, si cabe. Feliz conmigo mismo y feliz con mi familia. Ni me planteo si he aprendido algo nuevo hoy. Peniche formará parte importante de mi viaje y en mis recuerdos, complementado con la experiencia de mañana en Berlengas.

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