miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 37 (97). Praia do Norte-praia de Samouco

Etapa 37 (97). 05 de julio de 2007, jueves (5ª feira). Praia do Norte-praia de Légua-Valforado-Paredes da Vitória-praia Polvoeira-S.Pedro de Moel-praia de Samouco.


Grutas da Moeda de São Mamede

Esta noche he dormido, echando una línea horizontal hacia el interior de Portugal, a la altura de Fátima. En marzo estuve pernoctando allí durante todos los días de mi estancia portuguesa y mi recuerdo va para las Cuevas de la Moneda de S. Mamede, que descubrieron en 1971 cazadores persiguiendo a una raposa (zorra) de las de cuatro patas (no de dos como me advirtieron a la salida de Sines). Hicimos una bonita excursión caminando y disfrutamos de la belleza de la variedad de salas. Se llaman grutas da Moeda porque unos asaltantes arrojaron por el precipicio el cuerpo de la víctima sin antes quitarle la bolsa con monedas que llevaba y éstas se desparramaron y perdieron en su caída. Si echamos la horizontal más hacia el interior, llegaríamos a la Universidad politécnica de Tomar, donde mi amigo Sergio Leal Nunes, el profesor de Economía Regional, ya estará de vacaciones. ¿Le veré en Lavra?
Por dunas y playas hasta Valforado
Aunque me ha costado coger el sueño, al final me he dormido hasta las 6:30h. Me visto. La colchoneta está mojada en el lateral derecho, supongo que del relente de la noche o del rocío matutino y, como al saco, no se le acaba de marchar el blanquecino cemento. Al saco, además, se le han adherido algunas hojitas.










Bajo a la playa que, ahora, iniciada la bajada de la marea, permite pisar arena dura, muy buena para caminar descalzo y así, también, evito la hierba humedecida de la duna. Se van formando varios riachuelos que vienen de las dunas y las montañas, y que se van filtrando y son absorbidas por la arena antes de llegar al mar. Saco unas fotos antes de llegar a Légua, con molinos y el sol que empieza a dorarlos, aunque todavía sus rayos no llegan a la playa.



El primer pescador que encuentro, me dice que podré seguir tranquilamente por la playa hasta llegar a un pueblo que se ve colgado en el acantilado, Valforado. Me hace un gesto con el dedo en su sien, como dando a entender: “estás loco”, por hacer esta caminada “a pe”.


El segundo pescador es de Batalha y piensa algo parecido al anterior. Al tercero, más cercano a unas rocas que salen al mar, le pregunto si puedo pasar y le entiendo “pois, pois”, pero en realidad me dice: “podés, podés”, pero por encima de las rocas y, efectivamente, puedo y voy sacando fotos de acercamiento a Valforado, la última ya dando de pleno el sol en la cima del acantilado.






Aprovecho que me he encontrado con un pescador de Batalha y que estoy a la altura echando línea en horizontal en el mapa, para hablar de este magnífico lugar que visité en marzo.


Estas no son fotos mías, sino 2 postales compradas

Mosteiro de Batalha
Este monasterio fue construido para celebrar la victoria contra los españoles en la batalla de Aljubarrota. El que quiera ampliar datos que lo haga por otros medios. Lo único que puedo decir es que es un edificio inmenso, de gran belleza, que su ábside quedó inacabado y que tiene un claustro con arcos manuelinos, que merece la pena ser visitado.

De Valforado a Paredes da Vitória
Cuando llego al final de la playa, el acantilado no me permite continuar y tengo que ascenderlo. Al pie, encuentro tres escaleras posibles para subir; dos de ellas parece que llevan a propiedades privadas y, con muchas dudas a mitad de camino, compruebo que he elegido la buena y llego a la cima saliendo por el Barranco dos Tremocos. El bar y el café están fechados así que, un poco continuando por la falésia y otro poco por el camino, veré una gran playa y llegaré al camping de Paredes da Vitória que, también, tiene la cafetaria fechada. He visto cómo un hombre salía de su casa, pero no consigo darle alcance. Uno del camping me dice que baje al bar de la playa y, haciéndole caso, llego a Brisa do Mar, donde pediré descafeinado con leche y dos pasteles con crema (2,60€). La chica que me atiende es muy simpática y, mientras llevo las cosas a la mesa, entra Micael, el hombre al que no podía alcanzar cuando bajaba. Es de USA, pero de origen checo y está de vacaciones. Cambia el “chip” para hacerse entender en castellano, le enseño los dibujos y le cuento algo de mi camino. Su mujer se llama Lucia; se tiene que ir. También le enseño los dibujos a Tania, la camarera. Cojo agua, cago, escribo y a las 10:20h me voy a la playa, no sin antes despedirme de Tania, a la que hago salir de  la cocina: “Chao”.

En praia de Paredes da Vitória, protegido del viento por roca y dibujando
Antes se me caía, pero hace mucho tiempo que no se me sale un cristal de la gafa que corrige mi presbicia. Salgo del bar a la playa y enfilo hacia la parte final. No veo a nadie desnudo. Pregunto a un hombre que acaba de llegar y está de vacaciones y me dice que no puedo pasar por el fondo rocoso de la playa que, desde donde estoy, ya lo voy viendo. Me acerco al pie de la falésia y voy siguiendo su base hacia las rocas y voy tratando de vislumbrar algún camino que parta por allí ascendiendo en dirección a la siguiente playa. Cuando llego al final, hay un pescador con dos cañas. Voy al fondo-fondo y, aunque el señor de vacaciones me había dicho que no, se puede pasar facilmente, por un corto camino, a la playa siguiente, que luego sabré, preguntando a una pareja, se llama Polvoeira (¡qué buenos recuerdos de pulpo!). Así que tengo dos opciones, o me traslado a esta nueva playa, o me quedo en la anterior cerca del acantilado y lejos de la orilla, puesto que el viento arrecia, o lo que hago finalmente: me coloco en una roca solitaria que está en medio de la playa, de espaldas al mar (que es de donde viene el viento y me protege) y mirando a la falesia. Si estoy en Paredes, ¡castigado contra la pared! “Al rinconcito”, como nos decía la señorita Jesusa, en el parvulario, cuando nos portábamos mal; parece que fue ayer y han pasado sesenta años.


Ya que estoy mirando la pared, decido dibujarla. Me surge el problema del paso del tiempo, como a Antonio López pero en menor escala (aquí no tengo membrillos que maduren), puesto que el movimiento del globo solar volverá a jugármela con los cambios en las sombras. Una cosa es el planteamiento que haces cuando inicias el dibujo y luego los claros y oscuros que van apareciendo; todo quedaría claro si en un mismo papel se pudieran reflejar estos cambios. En la que he sido más fiel a la realidad, ha sido en la montaña de la derecha. La parte izquierda, además de por el paso del tiempo, ha sido desvirtuada por un cambio de mi posición, debido a que el viento me empezaba a dar con fuerza. Con todo, no me quedaré muy insatisfecho. Ha llegado un hombre con sombrilla y se ha puesto cerca del paso a la otra playa; parece que se toquetea los huevos, pero que no pasa de ahí; acabará poniéndose en las mismas rocas de paso. En el intermedio del dibujo, me voy a darme un baño y se nota más el azote del viento; el agua parece algo sucia y la ola, al romper, deja un reguero de espumilla en la orilla; quizás no esté tan sucia como me ha parecido al llegar. Tras el baño, me seco en la zona de lo que estoy dibujando, bajo la falésia, y regreso a mi roca protectora. Ahora que retomo el dibujo, veo mi pretensión perfeccionista. Me gustaría hacerlo más suelto y diferenciar mejor los claros, pero hago lo que sé y puedo y acabo llenándolo de puntitos y rayitas minúsculas. De lo que sí cojo conciencia es de mi ejercicio de paciencia. Por el fondo llegan dos bikineras con culero mínimo; para ir enseñando casi todo, prefiero el nudismo ¿o son conscientes que están más provocativas enseñando sin  enseñar del todo?, ¿es eso lo que pretenden? Se colocan en zona protegida del viento. Me he empezado a preparar con intención de llegar a algún sitio a comer; recojo el material de dibujo y meto la ropa y toalla en la mochila y dejo el calzoncillo, en la red delantera, para tenerlo a mano en caso de necesidad. Paso por el camino conocido a la otra playa, a Polvoeira, donde ya me relamo del posible pulpo que comeré; voy por la orilla, pero en la zona de arena seca, veo una pareja de textiles con él arriba y ella debajo, haciendo imitación de un polvo salvaje. “¿Habré interpretado mal el nombre de la playa?”, pienso. Resulta hasta divertido verles. Es como un quiero y no puedo o no debo (o mi moral no me lo permite) que, textil, resulta como un triste simulacro.

A comer a São Pedro de Moel
Sigo desnudo por playa solitaria; cuando llego a zona civilizada me pongo el calzoncillo y, cuando la paso, me lo vuelvo a quitar. Al llegar a la praia Agua de Madeiros, hablo con el nadador-salvador, que lleva el atuendo último modelo: camiseta amarelha y pantalón laranja con el bordado en amarelho. Pregunto a André por un sitio bueno para comer y me dice que a 500m tengo uno pero, al ponernos a hablar y decirle que suelo preferir pueblos de interior para comer porque se cosigue mejor relación de calidad y precio, me dice que es mejor que aguante hasta S.Pedro de Moel, pues sólo son unos 3km por la playa. Agradezco a André su información y le deseo que no tenga que salvar a nadie, al menos hoy. Cuando salgo de la zona vigilada, donde está concentrada la gente, me quito el calzoncillo y sigo adelante, hasta cerca de la villa. Antes de llegar hay una zona de rocas bajas que entran y salen a la playa, pero, entre que la marea está alta y que las rocas gotean, por la humedad de la vegetación aérea, no resulta lugar grato para quedarse entre los intersticios. Como ya los he visto, me servirán para volver un rato por la tarde, cuando baje la marea. Veo dos rocas más orilladas que, ya veré, si también me sirven luego. Entrando ya en San Pedro, me pongo calzoncillo y pantalón; pregunto a un señor que me orienta hacia un restaurante que tiene especialidad en pizzería y a mí no me va mucho (sólo los uso cuando no me queda otro remedio). Veo otro en el callejón de una plaza, donde el aire es algo fresco, y pido sopa de feijoa (con las alubias purificadas) que lleva algo de pasta y berza ¡está rica!, y también el medio robalo. Luego hago una ensalada con las patatas cocidas, las vainas y la zanahoria, que era el acompañamiento de la lubina y todo me sabe exquisito. 12€ que pago en metálico. No recuerdo lo que bebí. Me echan el carimbo en la credencial: Café Restaurante “A Fonte” Jorge Miguel Unipessoal Lda. Trav.Antigos Armazéns, 5 Tel. 244599479 2430-480 S.Pedro de Moel. En la mesa de al lado, hablan castellano; les pregunto de dónde son y resultan ser de Porto; “¿me he familiarizado tanto con el portugués que hasta me parece mi idioma?” Al marcharse me quieren dar su teléfono de Porto, por si necesito algo cuando llegue allí; pero se lo agradezco y les explico que la ciudad me gusta, pero ya estuve allí en marzo y que tengo intención de pasar de largo por ella, bordeando la costa por Gaia, pasar el primer puente sobre el Douro y seguirlo por la ribera norte hasta el mar, y tirar hacia Matosinhos. Agradezco y me desean buen viaje. Estas previsiones variarán por la lluvia. Dos chicos que toman café y Fanta me informan de dónde está Turismo y de cómo pasar a la siguiente playa por el faro. Es ahora cuando el dueño del bar me echará su carimbo. Tras escribir y poner al día el diario, que para eso es, retrocedo a la playa que he dejado.

Un baño vespertino
A pesar del viento, ahora hay bastante gente en la zona más urbana de la playa; retrocedo hacia la zona elegida pero todavía ha subido más la marea y la roca que había previsto está cubierta por el mar. Voy hacia los entrantes y salientes que filtran agua de la tierra y plantas superiores y pregunto a un chico que merodea por allí, si se suele hacer nudismo; su respuesta: “podes”. Me desnudo, me doy el baño y, mientras me seco al aire, veo que él también se ha desnudado, pero se ha colocado estratégicamente en un entrante, con una pequeña roca en medio que le oculta sus partes y, cuando paso, oculta más agarrándose con las manos su miembro. Ya veo que es un nudista poco convencido, y me olvido de él. ¿Qué misterio de la naturaleza querrá ocultar? Al poco rato se irá.

Pasa poca gente por la orilla y, después de estar un rato tumbado, me pongo a dibujar olas y la roca en donde estoy. En el entrante siguiente hay un perro con sus dueños; a ellos no les veo, pero el chucho se asoma de vez en cuando y me obliga a estar atento, no vaya a mearme la ropa. Las olas me salen peor que en Odeceixe, dibujo las pisadas de la arena, que parecen ratones persiguiendo al flautista de Hamelin ¿habrán visto la flauta al nudista prófugo?, y con la roca de la derecha, intento que parezca húmeda y goteante (tarea imposible para un rotulador, aunque sea un Staedtler finito de tecnología alemana). La marea ha subido tanto, que el agua choca contra las rocas; razón por la que lleva un rato sin pasar nadie por delante. Me visto y asciendo la roca húmeda y salgo a un camino sobre duna-falésia y, de allí, salgo a un paseo de madera, con algún fallo de mantenimiento. De allí saco foto del pueblo y la playa urbana y me voy hacia Correios para ver si llego antes de las 18:00h; llego a las 17:50, pero resulta que aquí cierran a las 17:30h; otro día más de retraso para enviar la postal de felicitación de mi prima Isabelita, que cumple años el día de San Fermín.










Por el Pinhal de Leiria. Paseo acompañado por Martos
Fallado Correios, salgo de S.Pedro de Moel en dirección al Farol do Penedo da Saudade y, nada más bordear la falésia y sacar foto del faro, veo nuevo cartel para la protección de las falésias y me encuentro con Inatel. Me acuerdo del que estaba junto al albergue de Catalazate y me acerco a preguntar (allí, como ya tenía Pousada, no pregunté nada) y me dicen que en ese Inatel sólo me puedo quedar con tienda o caravana, pero que, en Cervera, hay opción de habitación. Pregunto precios y, no sé si pasaré o no por Cervera, pero aunque lo haga no iré a Inatel, ya que cualquiera de las opciones es carísima para mí. Salgo al camino y veo cómo un hombre viene cercano a mí; le espero porque llevamos la misma dirección. Martos tiene intención de seguir el “bidegorri” (nuestro camino de peatones y bicicletas) y regresar por la playa. Iré con él charlando hasta que me abandone. Me dice que tengo buen camino hasta Pedrogão y comentamos la situación de Portugal en relación con España, sus similitudes y desemejanzas. La opinión de que “con el euro, todo es más caro”, no es diferenciadora de los dos lados de la frontera. Hablamos de la diferencia en las pensiones de los reformados y de muchas más cosas. El paseo con conversación se me va haciendo más ameno; quizás sea éste y el que di con mis amigas troianas, los tramos que más tiempo he ido acompañado (el tiempo de compañía en Odeceixe con Cerejo, el escritor de Público, fue en lugar estanco, sin caminar o en su coche). Se va Martos, deseándome muy buen viaje, y decido seguir el “bidegorri”, que va paralelo a la estrada y con señalizaciones periódicas, que ayudan al caminante a saber a qué altura de la costa se encuentra. ¡Lástima que el mapa no sea tan explícito! A cada rato ¿cada kilómetro? Aparece un camino que, entre pinos, va para la playa. Es lo único que veo: carretera, camino de bicis y peatones y pinos a diestra y siniestra (pareciera que estoy en las Landas francesas). La playa va paralela; la estrada es una recta con badenes para que los coches no vayan a mucha velocidad; no hay mucha circulación. Esta carretera va de São Pedro de Moel a Praia da Vieira, ambos en la costa y tiene su límite en interior en Marinha Grande; estos tres límites son los que corresponden a esa especie de parque natural que es el Pinhal de Leiria. He visto anunciada Praia de Somouco y, cuando llegue, si el suelo es mejor para antrar andando que el que he visto en las entradas anteriores, me animaré a ir para dormir en la playa. Es un poco absurdo que, en una playa tan inmensa, que va entre las dos ciudades, decidan dar nombres tan variados a tramos de la misma. La única justificación es que así la gente que decide entrar por los diversos accesos por el pinar, se pueda encontrar, pero yo, si hubiera ido por la playa, no habría sabido donde estaba en cada momento, pues siempre pensaría que estaba en la misma playa.

Encuentro con Emilia Teresa y António, de Aveiro
Tras dejar a Martos y andar unos kilómetros solo, con paisaje monótono, veo a un matrimonio que retorna pues está haciendo sus 10km diarios. Yo voy comiendo pipas de calabaza de Filomena Maria y he tenido que cambiar de estrategia, pues la sal me empezaba a dañar los labios (aunque tengo mi duda si la pupa que me salió ayer no fue de procedencia febril nocturna); en vez de con la boca, las pelo con la mano, no me entra tanta sal, detecto las de mal sabor y sólo como aquellas que tienen la telilla verde. Bueno, os contaba que llegaba el matrimonio de los diez kilómetros diarios; ya han llegado hasta mí y nos paramos a charlar; les hablo de mi viaje y ellos tienen interés en hablarme de Aveiro, que no sé si habría visitado pero, tras hablar con António y Emilia Teresa, no me podré quedar sin visitar. Ellos son de Aveiro y me hacen recordar los “ovos moles”, esas pastas hechas con yema de huevo, que tanto le gustan a mi yerno Josu, y que son propias de ese lugar. A Aveiro le llaman la Venecia de Portugal y que no deje de comer enguia (anguila) y caldeirada. Me dicen: “comiendo semente de abóbora previenes el crecimiento de la próstata” (no sé si ésta es la primera vez que lo oía, o es que ya las compraba por esa razón que alguien me había dado; en cualquier caso, ellos, de Portugal, lo confirman) y, “andando, masajeas el corazón ¡Todo muy saludable!”. Agradezco sus informaciones y chao. Cuando llego al cruce de Somouco, veo que el camino que lleva a la praia es bueno. Hay una furgoneta a la entrada y un cartel explica la singularidad de la samouca, una especie de pino autóctona y de especial protección; un árbol singular. Ya en medio del bosque, aunque pone prohibido acampar, hay otras dos furgonetas y hay gente. Me acerco, y se trata de una colonia alemana (no sé si son surfistas o no, pero podrían ser). Ellos mismos tienen claro que están ilegales, pues han visto la prohibición, pero ya tienen al dente los espagetti o tallarini. Hay, al menos, tres chicas, una de ellas embarazadísima y 4 o 5 chicos; uno de ellos me saca foto de recuerdo (esta foto la saca con su cámara, así que se perderá para mi reportaje); él y otro hablan algo de castellano; el resto parece que no, pero los que no, reciben las explicaciones de los que sí saben. El que me ha sacado la foto me ofrece agua buena, que tiene en la furgoneta, pero yo prefiero coger la de la fuente, aunque tenga cierto sabor ferruginoso. Me desean buena continuación de camino y me alejo y por las dunas salgo de la pinada (mejor samoucada, para hablar con más propiedad, ahora que sé el nombre de la variedad autóctona) a la playa. Allí, un cartel indica obras de acondicionamiento de praias de Samouca y da Aberta (esta segunda no sabré cual es, si hacia el sur o hacia el norte). Salgo a la playa y busco duna adecuada, que me proteja del viento. En la orilla, hay pulgas de mar a miles, saltan hacia el sur, empujadas por el viento que llega del norte; así que, aunque ellas salten hacia el norte, no les queda más remedio que ir hacia el sur, hacia donde el viento las lleva (recuerdo que alguien se puso a comercializar estas pulgas de mar –cangrejitos diminutos y blancos- como manjar exquisito; no sé con qué resultado). Sigo un rato por la orilla, pero siempre sin perder de vista la duna apropiada. Encuentro una duna alta pero, a pesar de ello el viento entra por delante y por detrás; avanzo a otra que, de lejos, tenía mejor pinta y, efectivamente, allí me quedo. La orientación de la duna me protege del viento del norte. Un poco antes había visto una valla de plástico roja, de esas que se suelen llenar de agua o arena para darles peso y estabilidad; pesa tanto que desisto de trasladarla.

En el lugar elegido para dormir, hago un aligeramiento de arena en la parte superior y relleno la inferior, con idea de allanar el terreno. Poco después de las 21:00h ya estoy acostado. He andado bastante más que ayer y estoy cansado. Escapo de los agujeritos con hormigas, pero alguna pululará por los alrededores; al principio me dedico a cogerlas y lanzarlas lo más lejos que puedo, hasta que me aburro del trasiego ¡Si entran en el saco, que entren! También hay huellas de animales: ¿coelho, raposa, lontra… o quizá un simple cão? ¡A dormir! Durante la noche veré media luna en menguante y la Osa Mayor, de nuevo en el mar.
Sigo receptivo al paisaje y a las personas que el camino me ofrece; lo que éstas me aportan configuran mi camino. Hoy apenas tengo nada de qué arrepentirme, aunque al comer las pipas que compré ayer, me convenzo de haber cometido un error; ¡que todos los errores sean así de leves!

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