lunes, 9 de enero de 2012

Etapa 48 (108) Porto-Lavra

Etapa 48 (108). 16 de julio de 2007, lunes (2ª feira). Porto-Matosinhos-Leça de Palmeira-praia de Boa Nova-Perafita-Lavra.

Última noche en Porto
He dormido bien ¡Lluvia de nuevo! Veremos cómo evoluciona. Sigo sin mapa. A mediodía tomaré una decisión. Me levanto y voy a la ducha: el día que llegué caía a chorro sin cebolleta, ayer el agua caía bien, y hoy cae peor. Cago, pero me doy cuenta tarde de que no hay papel; con el culo al aire salgo para coger papel higiénico del servicio de al lado; no hay cuidado: “no hay moros por la costa”. ¿Habrá salido Luis? Como preludio del desayuno, como las patas pequeñas de la zapateira, que todavía están buenas; salgo al bar para tirar las cáscaras y no dejar olor en la habitación; escribo y bajo a desayunar con ¼ de hora de retraso. Las belgas están acabando su desayuno; su avión parte a las doce y para las 10:00h quieren estar en el aeropuerto; se ven que son jóvenes precavidas. Dicen que las Ardenas es un sitio muy bonito, que no las deje de ver si algún día voy a Bélgica (en 2012 tengo previsto patear la costa francesa ¿quién sabe si 2013?). He hecho un desayuno muy completo: marisco, zumo (el mejor de todas las pousadas), naranja, bocata de jamón y queso, un panecillo en cuatro rebanadas de pan con mantequilla y mermelada y dos cafés con leche y azúcar, previos a un yogur de sabor. Las belgas están en recepción, listas para salir: “Bon voyage”, les digo. Regreso a mi habitación para seguir escribiendo; hay días en que se acumulan las noticias.

Cuando pongo al día el diario, sigue lloviendo y me voy a la sala a dibujar. Esta vez elijo pinos y hago un refrito con el Douro. Hacia las 11:00h parece que viene clareando, apareciendo espacios azules, entre nubes blancas, que presagian mejoría del tiempo. Termino el dibujo, cago de nuevo (estoy en fase de limpieza intestinal), devuelvo la llave y salgo ansioso de caminar. ¡Qué distinto el placer de caminar a buena marcha y avanzando! Patear una ciudad es bien distinto.

Saco una foto de despedida con el puente más costero de Porto y un Ángel guardián que me ha cuidado debidamente hasta aquí; éste es pétreo; estuve mejor cuidado, en Amoreira y Rogil, por Paulo, mi ángel de la guarda de carne y hueso. Sigo bordeando hasta que se acaba el dique: primero el de las dos grúas que dibujé ayer y luego el otro, más corto y con grúa menor. Desembocó el Douro. Pregunto, y alguien me dice que me faltan dos kilómetros para llegar a Matosinhos y me hace un cálculo de ¾ de hora. Para mi forma de andar, algo no
cuadra.









Eduardo, reformado de la banca
Llego a otra de las fortalezas marinas; la miro, foteo y continúo andando. En ese momento se me incorpora a la marcha Eduardo, que venía por detrás; le ofrezco la posibilidad de ir charlando hasta que llegue a su destino y acepta. Tenemos una charla político-social que va unida a un deseo común de que la península sea un único país; él díce, incluso, que tienen más vínculos, más cosas en común, con Galicia que con Lisboa (puede que sea debido a la pugna por la capitalidad Lisboa-Porto, que continúa en el subconsciente colectivo). Eduardo tiene un hijo ingeniero trabajando en Bahrein, cerca de Qatar, en el Golfo Pérsico, porque en Portugal no encontraba trabajo; y otra hija que hizo periodismo pero que no encuentra trabajo porque todos los puestos, en periódicos, en la televisión, están ocupados por los hijos de los que ya están dentro; como consecuencia de esa falta de trabajo, de poder ejercitar lo que estudió, ahora está sufriendo depresiones, que le tienen preocupado ¡no me estraña! “Hay muchos enfermos en Portugal”, dice Eduardo, “por esa causa, consecuencia de la globalización y de la deslocalización”. Su familia la formaban diez hermanos (como la de mi padre) y mantienen una casa en el Algarve, a diez kilómetros de la costa; él la aprovecha en agosto, con los cuatro miembros de su familia, cuando venga el hijo golfopersiano. Eduardo es el que más aprovecha la casa, porque era bancario y tuvo oportunidad de acogerse a las jubilaciones anticipadas a los cincuenta años (trabajaba en el BPI), cuando trasladó su sede de Porto a Lisboa y, muchos, gestionaron su reforma. Está feliz en su situación, pero el panorama de sus descendientes no ayuda: un hijo lejos y una hija con depresión y con dificultades para resolver los problemas laborales que la originan, le supera. Su mujer es profesora de educación secundaria en activo; pero ya no está en edad de pelear con los chavales, “tan difíciles como en España”, me dice. Lleva 35 años de servicio en la Administración, aunque en Educación lleva menos, se le reconoce el tiempo que estuvo desempeñando otra función. En cuanto pueda, está deseosa de jubilarse, de solicitar ser reformada, como él. Llegando cerca de Matosinhos, él se va hacia el interior y nos despedimos. ¡Adiós Eduardo, que se te resuelvan los problemas! ¡Chao! Este paseo, junto con el que hice camino de Samouca, con Martos y el que hice en Tróia con Helena y Gabriela, será uno de los más largos en compañía.

El carimbo más difícil de conseguir
Al llegar a Matosinhos, veo una bocana de salida de puerto y otra fortaleza, ya familiares para el caminante, también una playa urbana con surfismo.


Acaba de finalizar una exposición naval, ayer fue el último día, y hoy la están desmantelando; todavía quedan objetos en las estanterías de los “stands”, que guardan en cajas.

En la rotonda hay un enorme retel (salabardo) que, por su tamaño y transparencia, lo veo singular.








En la playa saco foto de un ¿bronce? con mujeres deseperadas por sus hombres que no acaban de llegar de la mar y anuncian la tragedia. Muy cerca está el Centro de Monitorização e Interpretação Ambiental. Pregunto por oficina de Turismo.

Paso por un cruceiro cubierto por algo tan potente que minimiza lo que contiene. El guardia municipal me lía tanto que me pierdo y doy tantas vueltas que, para cuando llego a Turismo, ya está fechado.





El último tramo lo he hecho con una mujer que, en principio quería despacharme pronto dándome una orientación puntual pero que, enganchada a mi conversación, acabará acompañándome hasta muy cerca de la Câmara Municipal;  enfrente está Turismo pero, como he dicho, ambos están fechados hasta la tarde. A pesar de estar ambos fechados, entro en la Câmara y, el vigilante me orientará hacia el Henrique, pero hoy no tengo día de suerte, pues está fechado también por ser 2ª feira, el día de su descanso semanal. Entro en el de al lado, la Confeitaria Duquesa y como sopa de coração, con col y zanahorias y espetada de lulas (calamares) con batata y verduras cocidas; no recuerdo qué bebí, pero sería cerveza, y descafeinado. Al ir a pagar cojo un pastel (fatia noz/caramel) de nuez y caramelo y pago 8,45€. Escribo y cuando dan las 14:00h voy a Turismo. Me atiende una de las chicas y, cuando va en busca de mapas para el tramo que me queda, hablo con la otra; luego llegarán otras dos más; se ve que es un servicio bien atendido. Cuando la primera trae los mapas, selecciono los que me interesan, sustituyo el que llevaba por otro mejor y más completo (que va de Espinho hasta Apulia) y casi lo completo todo, salvo un trocito entre Apulia y Esposende, que ya completaré. Me dejan las tijeras y recorto lo que me conviene.

Segundo intento de carimbo
Agradezco los mapas y la atención prestada y, como no tienen carimbo, voy a Câmara Municipal para obtenerlo. Como está enfrente, llego en un plis-plas; cosa más difícil será salir, como váis a ver. Primero me dan la credencial (nuestra txartela) para poder ser identificado en el interior del edificio y no me meta donde no debo. Me remiten a Relaciones públicas. Allí me atienden enseguida pero, no tienen carimbo y me mandan a la última puerta del primer piso. Tardan en atenderme pero, por fin, una mujer (que luego se disculpará) me manda a la oficina de Tasas. Allí, la responsable del servicio, se niega a ponerme el carimbo, ya que no es función de su oficina. Este rato que he estado en Tasas, no ha sido una pérdida de tiempo total, ya que he sido testigo de una conversación muy interesante entre la responsable y un ciudadano. Voy a tratar de explicar lo que he sacado en claro de una conversación en portugués y hablada por portugueses. El hombre pretendía que se le autorizase para hacer algo (no me preguntéis qué) y se amparaba en que antes se podía y otros pudieron hacerlo; ahora ella le respondía: “los portugueses estamos en Europa y debemos acostumbrarnos a hacer lo que marcan las leyes y, si antes hicimos mal, ahora nos toca hacerlo bien”. No es mal recuerdo éste que me llevo de la oficina de Tasas; pero no era esto lo que venía a buscar y, en vista de que el carimbo no es lo más importante de mi viaje y aquí no lo voy a obtener, me voy deseando “boa tarde”. Bajo las escaleras, voy a recepción a devolver la txartela y le digo al que me la ha dado que no he conseguido nada y se lo traslada a la mujer que parece tener más poder en el grupo de tres y ésta se empeña en que no me marche de la Câmara sin mi carimbo. Hace cuatro llamadas internas, desde allí, me acompaña de nuevo a Relaciones Públicas, para que espere cómodo. Habla por teléfono con otra responsable, Paula, y se va. Me quedo hablando con el chico de la primera vez y vemos mis diseños. La que se empeñó, ya ha hecho sus gestiones y me vuelve a buscar y, ahora, me acompaña a la última oficina del primer piso; la primera a la que había ido yo. La que me pone el carimbo, se disculpa, y la que me mandó a Tasas se levanta también para disculparse; ha sido ella la responsable del desaguisado; parece ser que, al verme, hizo su prejuicio; mi aspecto le hizo creer en mí a un inmigrante. Inmigrante lo soy, pues vengo de España, pero mi migración es cultural y temporal, no como otros que migran de sus países africanos o latinoamericanos o asiáticos, hacia este primer mundo que les llama, o como algún portugués que tiene que ir a Bahrein a trabajar; o como en los años sesenta y setenta, tantos portugueses y españoles tuvieron que emigrar a Europa mendigando trabajo. Tampoco esta experiencia en esta oficina ha sido tan negativa como pareciera, aunque para obtener este carimbo, haya perdido, ¿perdido?, tanto tiempo. Cuando me ponen el carimbo, reacciono sin acritud y, con elegancia digo: “Hombre, mi primer carimbo bermelho!”. Tiene un escudo (que salió machucado) muy similar al de Porto, con leyenda también ilegible y pone: Câmara Municipal. Matosinhos. Me despido de todos y me voy.

Autobuses gratis
Antes de salir de la ciudad, y aunque yo no lo vi, pongo dos líneas de lo que dice Saramago: “En Matosinhos hay que ver la iglesia del Senhor Bom Jesus y la Quinta do Viso.”




Me costará salir de allí, porque me encontaré con un inmenso puerto y el puente elevado (que no levadizo) construido para cruzarlo, y que reduciría el camino hacia Leça de Palmeira, está siendo reparado. Cuando pregunto a una mujer cómo pasar al otro lado, me dice que, mientras dure la reparación, lo compensan con autobuses gratuitos; como ve que me voy andando, me insiste: “¡Que son gratis!” y no entiende que yo me vaya andando y, sobre todo, cargado con mochilas, como voy. Retrocedo para explicarle que mi camino es a pie, pero no queda muy convencida; tampoco otro hombre que se ha acercado.

Media hora para pasar al otro lado del puerto comercial
Veo el final del metro que viene de Porto; me dicen que hay otro ramal hasta el aeropuerto y, en mi nuevo mapa, veo otro hasta Póvoa de Varzim. Voy por una carretera alta que me permite ver, desde arriba, la gran dársena del puerto, con infinidad de coloristas contenedores (con sus corner castings ¡cuántos se fundieron en Fundiciones del Estanda!) apilados, con su sensación de pesantez y cogiendo mucha altura. Saco un par de fotos que, aunque no son bellas, tienen sentido para mí (24 años de trabajo, los rechupes, las pruebas de fuerza de las probetas, tanta vida y tantos amigos que las sufrieron).






Dando una vuelta de media hora, llego al otro lado del puente elevado. Ya estoy en Leça y me llama la atención un edificio que intuyo fuera un antiguo faro que se hubiera quedado obsoleto, pero me aseguran que no, que el faro está más adelante. A pesar de ello, persisto en mi primera opinión.





Saco foto y a la fortaleza que ya va siendo tan habitual en estos pueblos costeros, como baluarte defensivo.


Paseo, capela y ¡por fin! baño en la playa
Voy por un ancho paseo con la perspectiva del farol, al fondo, y que compensa el exceso de piedra y cemento, con unos espacios verdes irregulares, que ayudan a perder la monotonía.



En la costa se obseva abundancia de rocas que obstaculizan la entrada al mar. Bajo a las rocas y saco una foto de una capela que se encuentra al fondo, junto al mar; las rocas están mojadas por el salto de las olas.




Cuando saque fotos de la capela se me acabará el rollo nº 22 y pondré el 23 sobre la marcha.






Pregunto a un hombre cómo se llama el pueblo que tengo enfrente, al fondo, y me dice que Lavra. No es mala la información para quien allí se dirige. Llego a una playa que está a la altura de una fábrica con muchas chimeneas humeantes. No es la playa más atractiva del mundo, pero para alguien que no toca el mar desde Pedras Amarelhas, cuando se bañó entre rocas y charló con Bernardino, hace ya dos días, le parece suficiente como para darse un baño.
Más juegos de cortejo
Ya se empieza a ver poca gente en la playa y empiezan algunos paravientos y en uno hay un chico desnudo. Me quedo entre él y el siguiente paravientos que, desde mi posición no sé en que atuendo está su habitante (luego veré que los dos salen con bañador pero, al volver del baño, se lo quitan). Lo mismo hace el primero, así que estaremos intermitentemente cuatro desnudos, más otro merodeador y un puntual visitante; y otras sólo yo desnudo. Como a mi no me importa que me vean y paso olímpicamente, me dedico a mi juego de observar comportamientos. El merodeador se acerca y se aleja de mi vecino. Se ve que le atrae y no se atreve y establece una ceremonia de cortejo muy  divertida; alejado del chico, busca objetos pequeños por el suelo y los lanza; se va acercando al paravientos y se pone casi encima del muchacho desnudo, allí coje lixos más grandes y los echa hacia el fondo. Así, consigue dejarle la zona limpia, pero acaba marchándose con su llamativo monokini naranja. Se irá lejos de nosotros y allí se lo quitará, protegido de hierbas y en zona con muchos merodeadores a su alrededor, tanto en el paseo de arriba, como en el de abajo. Otro merodeador de la falésia, bajará cerca de mi vecino, se desnudará, se asomará para ser visto por él, se volverá a vestir y volverá a subir a la falésia. Para todo esto, los que están más al norte, saldrán y entrarán a su paravientos; el más lejano, siempre que se va de su quitavientos se viste y se desnuda siempre que vuelve a él; total que, desde arriba, le ven desnudo y, desde abajo permite ver lo que quiere enseñar; no le veo sentido que se vista para bañarse; pero cada cual tiene sus manías. El más cercano a mí, también se quita el bañador que lleva, pero se lo quita y vuelve a salir con otro más escueto. Pasea en las dos direcciones, pero se le ve aburrido. Cuando, después de tres o cuatro baños, coincido con mi vecino, le aplaudo el éxito que tiene y lo que atrae a tanto hombre. Cuando decido irme, veo que el de bikini naranja ha vuelto y ¡ahora sí! Se sienta para hablar con él. ¿Se conocían?, ¿estaban juntos?, ¿era un juego? Saludo de despedida y así les dejo: uno desnudo y el otro con el taparrabos naranja.
Un fotógrafo en postura de Kamasutra
Subo a la falésia, que va paralela a la fábrica de las chimeneas humeantes que, por suerte, desde la playa no se veían y las había olvidado. Como el camino es bueno, no me dan ganas de salir a la estrada y paso viendo desde arriba al último desnudo que, sin ver yo razones para justificarlo, ha cambiado la orientación de su quitavientos. Sigo adelante y la aparición de dos riachuelos me obligará a bajar de nuevo a la playa. Un fotógrafo saca foto en postura increíblemente difícil (yo diría que de Kamasutra) y me imagino lo peor (una pareja follando) o algo más suave (una mujer desnuda pillada “in fraganti”), lo que se suele llamar: “un pillado”. Quizás vengo obsesionado con el juego que se traían en la playa. Posiblemente el fotógrafo no hacía periodismo de investigación, ni preparaba reportaje para revistas del corazón, ni pornográficas; seguro que había localizado un insecto peculiar posado en planta dunar o un animalejo raro y lo fotografiaba para revistas de naturaleza científica.
Intento de llamada a Sergio desde Perafita
Camino otro rato por la playa y salgo a paseo marítimo y allí un joven, que está con su chica, me dirá que estamos en Lavra. Busco una cabina con intención de llamar a Sergio y, cuando la encuentro y meto la tarjeta, me dice una voz que no la he introducido bien; así que no insisto y busco otra. Llego a una casa donde dos hombres están haciendo reparación en su vivienda; les pregunto y me dicen que estoy en Perafita y que Lavra está a 5km. De esto deduzco que me habré bañado en la playa de Boa Nova. Sigo hacia Lavra y, llegando a un barrio, que me parece puede ser previo, una mujer me dice que ya estoy en Lavra; como no encuentro teléfono, voy hacia la iglesia del pueblo, que está junto al cementerio y que no me parece mal referente para que Sergio dé con el lugar. Llamo y, con la primera tarjeta, me sigue insistiendo en que el saldo no es suficiente y que, ya comprobado que el saldo tampoco sirve para una llamada local, mejor es que la tire ya, definitivamente. La dejo allí abandonada, por si acaso alguien sabe utilizar el poco saldo que le queda.

Llamo con la otra y Sergio, que ya creía que no iba a aparecer, se interesa por dónde estoy. Iglesia y cementerio son mis referentes, pero el no conoce bien la zona y va a tratar de localizarme: “llámame dentro de 10 minutos”, me dice. Antes de que pase ese tiempo, aparece Sergio en su coche, en el mismo que le conocí y fotografié. Me estuvo llamando a Porto, pero el teléfono no daba llamada. Estaba en la ducha cuando le llamé. Maria me esperaba también. Bueno, al final, se ha producido el reencuentro.
Una noche en Lavra, en casa de Maria y Sergio
Retrocedo con él en su coche a casa de Maria. Después de sortear las dos tablas de surf, hay que descalzarse. Tienen dos perras y una gata. A la gata la atan a menudo para que no pase a las dependencias comunes de la urbanización, con piscina incluida, pero, a pesar de ello, consigue escaparse, a veces. Me invita a darme un baño en la piscina pero, como ya vengo de la playa, no me apetece; pero sí una ducha que empieza en templada y acaba en fría y a lavar el equipo que llevo y, luego, tenderé en la terraza (por la noche la meteremos dentro para que se seque mejor). Me dice que dormiré en el sofá y acepto encantado; es una oferta que ni debo ni quiero rechazar. Con ésta Lavra y Odeceixe quedan unidos bajo el mismo signo en este viaje, como ocurrió con Tróia y pasará en Afife, como se verá. Maria también quiere conocerme y tendremos que esperar, pues está dando su clase de Pilates, como profesora de Educación física que es, en su establecimiento de Porto; mientras tanto, Sergio prepara la cena en la cocina y me deja andar en su ordenador y meterme en mi correo electrónico. Miramos también Hearth de Google y buscamos Lavra, Irun y algo del camino norteño que me falta. Luego, ya con Maria, estableceré distintas estrategias para el resto del viaje. Llega Maria de trabajar; nos presenta Sergio, pero no necesita mucha presentación pues ya le habló de mí. Me cuenta que ha montado un pequeño taller en Porto, lo que me había dicho Sergio, donde pone en práctica el método Pilates que aprendió en Madrid; aunque es profesora de educación física, no puede ejercer en circuitos educativos. Se ha lanzado a esta aventura y, de momento, le va bien. Maria es una chica de 30 años, delgada, vegetariana y muy convencida de que lo que hace: ejercicio (Pilates y surf) y lo que come es bueno y sano para ella. Cenamos sopa, que está en la línea de las que me sirven en los restaurantes ¡qué ricas las preparan los portugueses! Y pasta con mozarella, tomate y queso; hemos tomado cerveza negra de bienvenida y ahora un vinillo reserva del 2004. Dudo que sea reserva, pues estamos en 2007, pero en Portugal, todo es posible. Está bueno, pero no bien definido; no es un vino redondo. Buena lágrima, pero algo “verde”, que yo diría afrutado. Es increíble que te obsequien con un vino agradable y que uno se ponga a dar su opinión de lo poco que aprendió en su curso de cata de vino de 2006, con Hobetuz. Diremos que es un vino que se deja beber y  que lo bebo con mucho gusto y en grata compañía. Hablamos de mi viaje, del encuentro con Sergio; les leo el trozo del diario donde lo registré, cuando buscaba Praia Azul, en la falesia. Dicen que soy buen observador y que tengo buena retentiva. Yo me lo creo (pues nunca tuve abuela) y le explico mi método de la “chuleta”, el papelin que suelo llevar a mano, donde apunto palabras que, tirando del hilo, me ayudan a hacer el diario. No tomo ni café, ni la infusión que me ofrece Maria por temor a que me desvele por la noche y salimos con las dos perras a dar su paseo nocturno por la playa. Han educado para cruzar la carretera a la perra vieja de 8 años y llevan a la jóven con correa hasta la playa, hasta que aprenda y, al regreso, para volverla a atar, la engañan con pelotita inexistente. Sergio hace como que se la tira y, al quedarse la perra agachada, en actitud de salir corriendo, aprovechan para ponerle la soga al cuello. Lo de soga es un decir, que no estamos en época de ajusticiamientos tan burdos como los de tiempos de la Santa Inquisición. Tras dar un paseo, nos metemos en la casa; pero aún falta sacar a la gata otro ratito, para que no se ponga celosa. La gata utiliza una estrategia de enroscarse entre las patas de las mesas y pide auxilio para que vayan a desenroscarle. Tienden una sábana sobre el sofá y me tapo con una colcha. Ellos se van a dormir en habitación con tatami y futón y los animales tienen cada uno su sitio. En el cielo asoma un filete de luna empezando a creciente y está muy clara la Osa Mayor. Maria, antes de acostarse, ha tenido que sacudir su edredón, para quitar profusión de pelos de perros y gato. ¡Boa-noite!

Hoy día de observador playero. Bonito paseo acompañado por Eduardo, al que escucho más que cuento. Experiencia curiosa para obtener el carimbo en Câmara Municipal de Matosinhos, tanto por el deseo de algunos de adaptarse a Europa, como por despertar el drama de las migraciones. Y con un colofón magnífico en casa de Maria.

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