miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 16 (76). Amoreira-Odeceixe praia

Etapa 16 (76). 14 de junio de 2007, jueves. Amoreira-Rogil-Odeceixe-Odeceixe praia. (En coche Odeceixe praia-Odeceixe-Odeceixe praia).


Examen de pies
Antes de seguir narrando, voy a hacer un repaso de los dedos de mis pies. Necesitan un corte de uñas, en primer lugar.


Puestos delante y siguiendo de izquierda a derecha, me los voy numerando del 1 al 10; siendo el 1 el meñique del izquierdo y el 10 el meñique del derecho: 1 piel recogida y flotante bajo el dedo arrugado. 2, 3, 4 y 5 están bien, la base plantar del 5 está fuerte ahora; un pincho sobre 5. 6 la planta ya fuerte y la ampolla a la derecha consolidada. 7 uña muerta y negra. 8 bien. 9 corte en la parte baja en la unión con el metatarso. 10 piel plegada que no me duele; adaptada al camino.

Lluvias al amanecer
Casi toda la noche he descansado bien, pero hacia las 5:00h ha empezado a llover. La lluvia no era muy intensa y, en cuanto la he notado, me he cubierto la cabeza con el propio saco y no la he vuelto a sacar. El saco ha ido aguantando bien la lluvia, pero al rato, creo que por la cremallera, al formarse una pequeña bolsa de agua, me ha empezado a filtrar un reguero fino que me resbalaba por las rodillas. Ese rato me lo he pasado tenso, confiando en que la lluvia no fuera a más y acordándome de Pedro, me digo: "¡se equivocó!"










La lluvia venía a ráfagas intermitentes y ligeras, que hacían ruido al caer sobre el saco, que no es impermeable. Después de la lluvia, he suspirado para que se levantara el viento y secara mi saco y algo así es lo que ha ocurrido. Sólo he dejado que me cayera un poco de agua por las rodillas y me he levantado. Son las siete; para las 7:15 ya estoy en marcha y a las 7:30h subiendo la falésia.

Paulo, mi ángel de la guarda
Aparecerá un playa y rocas, pero no veo continuidad de arena; así que sigo y llego a una casa que tiene pasarela acordada, pero las cuerdas parece que limitan el paso; en realidad no lo hacen, más bien reconducen el camino, para que los caminantes no se desvíen y penetren en la propiedad privada. En el momento en que llego a la explanada, Paulo está arrancando su coche. Al verme llegar, para el motor y nos ponemos a hablar. Él tiene frío y se queda dentro del coche y me invita a que me siente en el asiento del copiloto, pero yo, que tengo una ligera sordera del oído izquierdo, no voy a estar cómodo y, además, no tengo frío y, sin descargar las mochilas, continuaré charlando con él de pie. Paulo sólo saldrá de su coche para buscar un mapa que me sirva, pero no lo encuentra porque está en el otro carro. Estoy un gran rato hablando con él, pues le interesa mucho lo que estoy haciendo; algo que a él también le gustaría hacer, pero “me falta corage”, dirá. Vivía y trabajaba en Lisboa, pero le agobiaba la gran ciudad, donde tenía dificultad para hacer amigos. Un dicho portugués: “das un chorizo y quieres conseguir un porco”. En su experiencia, los amigos que ha tenido han estado más interesados en recibir que en dar. Se volvió a Rogil y arregló la casa del avó (abuelo) en Amoreira, pues estaba muy maltrecha; él la ha puesto en condiciones y, ahora, es una casa confortable. Aquí vive mejor que en Lisboa. Ahora está casado, pero sigue siendo un lobo solitario. Trabaja como jefe de seguridad de la zona y gana bastante menos que los de su profesión en España, pero aquí está bien. Estos días ya me ha visto andando por la estrada. “¿No tienes miedo?”, me pregunta y, al negarlo, me recomienda que tenga cuidado cuando pase por Lisboa. Si antes no sentía temor, ahora, con Paulo, que sé que me vigila, como mi ángel de la guarda, menos. Me dice: “yo no seguiría por la falésia” y nos despedimos. Antes me había invitado a pasar a desayunar a su casa, pero prefiero hacerlo luego, en mesa y con tiempo para escribir. Cuando me ha dicho que vaya por Rogil, que es su pueblo, y he visto en el mapa que está en interior, le he dicho que ni pensarlo. Paulo se va en su coche y yo voy por donde ha dicho que no debo ir. Debiera haber bajado a la playa, pero no lo he hecho en la ocasión propicia, aparecen las jaras y ahora me voy metiendo por una vaguada y un cañaveral que me está haciendo malas pasadas; agarrado a las cañas consigo no caerme al regato. Después un difícil pinar y un pastizal acordado con suave electricidad, me decidirán a girar y caminar en sentido contrario. He retrocedido poco antes de llegar a la praia de Carriagem.
Rogil: recuerdos de mi niñez que me harán brotar lágrimas
Me da la impresión de que retrocedo hacia Amoreira. Al rato veo un camión de la basura, con luz intermitente y que viene directo hacia mí. Viene por un camino ancho, que no veré hasta que salga del pinar; pero, cuando salgo, el camión ha desaparecido. Más tarde volverá de regreso, lo que me hace pensar que ha ido al vertedero. He cambiado de sandalias y ahora llevo las de suela vibram y protejo los talones con tiritas anchas, lo que me hace andar mejor; los talones, ya se me van curando. Después de un rato, mi camino dobla hacia la izquierda y me tranquilizo porque, como mal menor, me hará retroceder hasta Aljezur. Sigo caminando por la rodada central, cuando oigo que se aproxima un coche; me da rabia hacerle parar cuesta arriba, pero me hace falta su información y lo hago; es un chico de coleta, muy amable y me da muy buena explicación: “sigue hasta la estrada principal y a esquerda Odeceixe y a direita Aljezur”. Agradezco su información y compruebo que me pierdo las playas de Vale dos Homens, Samouqueira y Quebrada que, como no las veré, tampoco podré informar. Paso el cruce y veo en un bajo a un hombre que hace de todo en su taller: lo mismo pule una pieza metálica, que pone marcos a cuadros; parece un “manitas”. Es muy amable y me dice que si sigo adelante me encontraré en tierra de nadie, y me recomienda retroceder 500m; como me da fiabilidad lo que dice, decido hacerle caso y ¡en buena hora!  Total que pronto llego a Rogil, aunque a Paulo le había dicho que no iba a ir a su pueblo. Entrando en el pueblo, ha empezado a lloviznar (pareciera xirimiri). Pregunto a un señor por cafetaria-pastelaria y me remite a la izquierda. Es el Quiosque já disse y pido: descafeinado largo de leite, un bollo que parece también de leite y un pastelillo que se asemeja a los de nata de Belem, pero que resutará algo salado, poco apto para untar en la leche. Cuando sumerjo lo que creía bollo de leite en la leite y doy el primer bocado, me llega el sabor de las txintxortas que hacía mi tío José en la panadería de Alsasua. José Lanz era tío segundo, pues era primo de mi madre; solíamos decir José de Casa Lanz, por un juego de palabras que nos remitía a San José de Calasanz, querido por los niños porque nos propiciaba un día de fiesta en la escuela. Creo que mi madre le llevaba los trozos grasos de cerdo y él ponía la masa y el azúcar, quizás llevaran también algo de canela; cuando había txintxortas en casa, hechas por el tío José, era un acontecimiento. ¡Qué tiempos!  Y hoy en Rogil, al recuperar el sabor, y con él todo aquél período de mi niñez, ¡qué emoción! Me levanto para preguntar a la señora qué es lo que lleva el bollo y su respuesta es breve: “porco”. Lloro por la lembrança ¡qué sensible a estos pequeños detalles se vuelve uno en el camino! Pequeños para el intelecto pero enormes para mi parte emocional. ¡Y yo que no quería venir a Rogil! Y eso que Paulo me lo había recomendado. ¡Cuánto saben los ángeles de la guarda!, ¡y más los arcángeles! Y eso que Paulo no es Gabriel, ni Rafael, ni Miguel (al que en efigie veré dentro de un rato, a la vez que al santo flechado) ni, mucho menos, Luzbel. Cuando esté narrando en mi diario esta anécdota de Rogil en Odeceixe, me volverá la emoción y, aún, pero más atenuada, ahora que ya va a pasar de lo privado a lo público, cuando lo plasmo en el ordenador para compartirlo con vosotros.

Camino de Odeceixe. Encuentro con José António Cerejo, que escribe en Público.
Cuando entraba en Rogil lloviznaba, y ahora que salgo, el sol calienta cuando se asoma entre las nubes ya menos grises. La camarera negrita que me ha atendido tan bien, anda muy mal en cálculo; para pequeñas sumas, le tiene que ayudar la dueña y también para dar los cambios en la vuelta. El desayuno me ha costado 3,30€. Antes de salir, paso por la Junta de Freguesía de Rogil y me ponen el carimbo con dicho texto en la credencial. En la planta baja tienen un WC-ducha y tengo que cagar sujetando la puerta con una cuña; también podía haber aprovechado para ducharme, pero parece que sé que me espera la casa de una belga. Salgo del pueblo a las 11:45h y me dicen que hay 10km hasta Odeceixe (creo que hay menos). Como voy bastante tiempo por la carretera, ya no puedo hacer el juego de matrículas españolas, pero el sistema combinatorio de letras y números de los portugueses, no acabo de pillarlo y pasarán muchos días para entenderlo, hasta poder vislumbrar cuáles son las últimas matriculaciones. Pero debo dejar mi juego, y poner más atención a la carretera, porque a falta de pocos kilómetros para llegar a Odeceixe, se acaba el arcén. Antes de llegar a Maria Vinagre, un indicador dice que en 2km están asfaltando; pero no veré a nadie y, al llegar allí, sólo habrá un semáforo siempre en verde. Me cruzaré con un ciclista con equipaje lateral solapado, que está haciendo la misma ruta, pero de norte a sur.

Y, sin arcén, aparecerá Odeceixe. Lo primero que me sorprende, al avistarlo, es que la iglesia aparece a media altura y el molino está arriba, en la cumbre; es de los pocos pueblos que priorizan lo material (la harina) a lo espiritual (el alma). ¡Me gusta! He llegado al último pueblo del Algarve; una vez que pase mañana el río Odeceixe, que también dicen río Grande, estaré en el Baixo Alentexo; así que empiezo a buscar pensión. En una, la chica me da los precios 25€ o 22,50€ con ducha compartida y con ese dato me acerco a otra en que ofrecen 22,50€ para dos personas; voy a preguntar y digo: “¿y para una?” y su respuesta será: “está completo”. Empieza a llover copiosamente, lo que hace que me decida a entrar a comer a Chaparro. Todo se ha puesto de mi lado: la lluvia, el que en la primera pensión no me decidiera, el que la 2ª estuviera completa, para que estuviese sin ataduras para aceptar una invitación. En Chaparro, pido feijoada con chocos, para salir de las sardinas y el frango, pero no sabía que son alubias y ahora está funcionando la pedorrera; con los errores se aprende y ya no se me olvidará que feijão es alubia. De los extras, he pedido que me dejen las aceitunas negras, que me ayudarán a comerlo, pero no consigo terminar el plato. De postre, pido un dulce de almendras y, cuando pido la cuenta, me cobran el pan pero se olvidan del vino; les digo, lo corrigen y pago con Visa (13€). El dulce de almendras lo había pedido un chico de los dos que comen a mi derecha y la pinta del postre me atrae y, con esta excusa, les hablo de mi viaje y también se suma el encargado de las parrillas para asar carne y pescado.

Entre tanto, en la mesa de mi izquierda, se ha sentado José António, que ha pedido caldeirada de bacalhau y tiene mejor aspecto que mi feijoada y nos ponemos a hablar. Vive en la parte del pueblo que está en la playa, a unos 3-4km de distancia, está pintando la casa de una amiga belga, me dice que tiene sitio y me da la posibilidad de dormir allí. No desaprovecho la oportunidad y acepto la invitación. Ya ha dejado de llover; Cerejo paga su cuenta y me invita a montar en el coche; pero yo le digo que, si voy, será andando. Él tiene intención de echar la siesta y me dice que la casa es la segunda entrando hacia la playa y que vaya cuando quiera y, con esa cantilena, me quedo. ¡Hasta luego!


¿Qué pinta aquí José Sócrates? Se verá.

Visitando el pueblo de Odeceixe: Donostia y Aralar
José António Cerejo se va en su coche y yo subo hacia la iglesia; dentro fotografío a  los dos santos que me resultan más próximos: San Sebastián y San Miguel arcángel.



En un momento, enlazo Donostia en Gipuzkoa y Aralar en Nafarroa; Irun y Altsasu.














Luego subo al molino que tanto me ha llamado la atención al llegar y, poco antes, veo que están abriendo una zanja para meter un tubo nuevo, para la conducción de agua, como sustituto de otro que se ha roto. Saco una foto a los que, con el tractor, están haciendo la maniobra y parece que el conductor se enfada “¿Por qué no les he pedido permiso?”, pregunto; y me dicen que sí, pero creo que están de broma. Le enseño 10€ y me dicen que con 5€ es suficiente. No le doy nada, pero me quedo con la “mosca” de si lo decían en broma o en serio.

Subo al molino y, el molinero, me dice que él está pagado por el municipio (me sorprende que no me diga por el concello); como estaba viendo la obra,  sigue tras de mí  y me dice que puedo entrar. Dentro veo que el molino está preparado con granos de maíz, para obtener harina de milho (igual que los galegos: maíz).




Saco una foto de interior y otra del molino, la rueda suelta y con Candeias, el molinero que, antaño, era trabajador profesional de la molienda. Al iniciar la bajada, le pregunto cual es la Junta de Freguesía y me señala el edificio a lo lejos y veo que está un poco antes que donde he comido; así que llego sin contratiempos y me sellan la credencial, con un escudo muy vegetal en su exterior y que pone: Junta de Freguesía de Odeceixe. Me desean buen viaje.
En busca de la casa de la belga
Me encamino hacia la playa cuya dirección está indicada a la salida del pueblo. Pronto veo un río, bastante ancho, el Odeceixe, y aunque empiezo a temer lo de ayer con el Amoreira/Aljezur, supongo que en todo caso el problema lo tendré mañana, puesto que José António no me ha dicho nada.

Cuando estoy llegando, compruebo que el río desemboca en el mar por el lado contrario de la playa, su lado norte, y es así como hace frontera regional. Entro al pueblo por la calle que podía ser la que me ha dicho el periodista pero, al pasar por la segunda casa, todo está cerrado a cal y canto y sólo me ladra un perro, Max; así que sigo adelante, bajo del todo la calle, subo, doy la vuelta y nada; ni visos del pintor, ni de fachada que indique esté siendo pintada ¿sería sólo lavado de cara interior? Cuando de regreso por arriba, vuelvo a bajar, José António está abriendo las ventanas. Me hace pasar y, aunque está todo manga por hombro, me lleva a una habitación que no tiene bártulos y que será toda para mí. Me instalo y le enseño a José António lo que llevo de equipaje. Abre una botella de vino y bebemos una copa. Él va a pintar a una habitación y yo lavo la ropa y la tiendo en la terraza, que tiene una vista magnífica de la playa. Me ofrezco a ayudarle a pintar (posiblemente le habría ayudado bien poco, pues soy un negado para esos menesteres), pero me dice que soy su invitado y que vaya a disfrutar de la playa y de las bonitas falésias; sin insistir más, bajo a la playa y voy directo al nadador-salvador que, aquí, hoy son dos y me dicen que la zona nudista está al otro lado de la roca, en el lado sur, y me desea suerte en mi viaje.

Encuentro con Philippe, que será Filipe
Como la marea no está del todo baja, me doy cuenta de que voy a tener problemas para pasar por las rocas; así que vuelvo al camino y accedo por arriba y, desde la falésia, veo como alguien se quita la camisa y se mete al agua desnudo. Veo unas escaleras de madera, que parecen fuertes y bien diseñadas, aunque sean de factura tosca: dos largos troncos que soportan otros más cortos que harán de peldaños. Llego a la arena, me desnudo y también me baño. Hay unas cuevas que voy a visitar y me parecen curiosas; regreso donde el otro bañista y me dice que ya las conoce. Cuando lo escribo por primera vez, y al decirme que acaba de llegar de Bélgica, y hablarme en francés, he puesto Philippe, pero luego, en la conversación veo que es portugués, aunque haya cogido hoy el avión en Bruselas. En Bélgica, vive en un pueblo del interior y pocas veces ve el mar, al que ama, así que no ha perdido un minuto para acercarse a él; primero se ha echado una siesta en la arena y acaba de despejarse en al agua; aunque todavía continúa algo espeso. Está casado y tiene una hija de 12 años a la que no puede evitar sobreproteger. Su mujer se ha quedado en Bélgica. Es técnico de fotografía en la televisión belga. En los años sesenta se marchó con sus padres, teniendo él 2 años, así que más Filipe que Philippe. Me hace recordar los inicios de Carlos Iglesias en la Suiza alemana. Me quedo con las ganas de hacerle infinidad de preguntas y él poniendo la excusa de que tiene frío y que le esperan, huye de mí como de alma que lleva el diablo. Ha venido de Bélgica deseoso de desconectar de aquella vorágine, se va para estar solo en una playa y llega el pesado de turno a darle la vara. Filipe se va, pero no se escapará tan facilmente de mí.
Dibujo, paseo por la falésia y regreso a casa

Me da pena que se vaya Filipe, pero me viene bien para hacer mi cuarto diseño. Serán mis mejores olas y una de las pocas veces en que aparecen nubes en mis dibujos. Uno de los socorristas que estaba en la otra parte de la playa pero que, en realidad, le corresponde vigilar ésta, viene y se mete en las cuevas; cuando sale, me levanto a saludarle y despedirme de él.



Como estoy solo y ya he terminado el dibujo, me visto y voy a pasearme por la falésia sur, hacia Quebrada, pero no llegaré a ninguna otra playa, aunque hay sitios magníficos.












Vuelvo a la casa y saco una foto de José António pintando la fachada. Me siento a escribir. Todavía no está seca la ropa, pero la voy a bajar a mi habitación; allí se terminará de secar. Por la otra carretera, pasan los socorristas, y les dicho “chao” desde la terraza.

Como José António sigue pintando, y son las 20:30h salgo para llamar a Vera; me estoy quedando helado y termino la cerveza ofrecida por el pintor de brocha gorda, escritor de pluma fina incisiva. No sé quien me lo dijo, pero Cerejo, o alguien de su equipo, descubrió que el primer ministro, José Sócrates, había obtenido el título de ingeniero, gracias a un amigo, en una noche de Internet. ¡Qué bien funciona el teléfono público de la playa! Y sigo sin saber cuanto saldo queda. Pido ayuda a un chico, pero él tampoco sabe cómo informa la máquina del saldo disponible. Hablo con Vera y le digo que ya estoy en el final del Algarve y que voy a dormir invitado por un periodista, en casa de una belga, a la que, a cambio de dejarle la casa gratis, él se la acondiciona, también gratuitamente. ¡Favor por favor! Mientras, él se está duchando, yo he estado hablando por teléfono con mi hija y, cuando regreso, él coge al perro (Max) y lo mete en el coche, que está aparcado más arriba. Bajo un cubo de pintura, ya vacío, y una cuchara de palo que estaba mohosa, por la humedad, y lo echo al contenedor de envases, que es lo que me recomienda hacer un autóctono. Me recoge José António y nos vamos en el coche hacia el pueblo, con Max atrás. Este será el primer vehículo motorizado que cojo, después de mi vuelta de Ilha de Tavira en barco y la barquita de Cabanas; no me importa, puesto que será un viaje de ida y con vuelta al mismo lugar de partida; esto es, que no supone un avance sin caminar.
Cena. De nuevo en Chaparro
Cuando llegamos a Odeceixe, aparcamos a la entrada del pueblo. Cerejo quería que cenáramos en un sitio que él conocía, pero no puede ser, así que acabamos cenando en el mismo sitio en que hemos comido, en Chaparro, el lugar en que nos hemos conocido este mediodía. Pido carapaus, que serán dos chicharritos, e incorporo a la ensalada las patatas cocidas que los acompañan. José António me dirá que la ternera a la jardinera que ha pedido tiene poca gracia y nos terminamos la botella de vino tinto. Pago con Visa (17,50€) y quiero invitarle, pues bastante satisfecho estoy con que tenga la cama gratis, pero él se empeña en pagarse lo suyo y me da 10€; le devuelvo uno, así que los carapaus me han costado 8,50€. Mientras cenamos, un matrimonio, cercano a los 60 años, que se ha sentado cerca de nosotros, nos da conversación. Hablamos de la romería del Rocío, a la que ellos van todos los años, y comentan que es el único día que dejan pasar por el Coto de Doñana; un día a la ida y otro a la vuelta. Tomo nota, por si coincido con la romería el próximo año, pero la boda de mi hija Vera me impedirá salir para esa fecha. Como la pareja conoce bastante España, tenemos tema de conversación.

Encuentro con Juan José, Dora y... Filipe
Sin tomar ni postre, ni café, nos volvemos hacia el coche, pero al llegar a una plaza, Cerejo me dirá que no le queda más remedio que acercarse a saludar a un amigo; nos aproximamos hacia dos hombres que cenan en una terraza; uno de ellos se levanta y se abrazan; el otro, mientras, esconde la cara, como si tuviera un flemón; cuando quita la mano, me doy cuenta que es Filipe y, ya en situación más distendida e inevitable, me confesará que se ha ido de la playa porque le esperaba su amigo para ayudarle, pero también porque le estaba agobiando con mis preguntas; todavía no había terminado de aterrizar de Bruxelas y necesitaba desconectar en tranquilidad. Así estaba dormido cuando llegué y el baño no le había despejado lo suficiente. El amigo de José António es Juan José, que tiene una perra enorme, ¡parece una vaca!, Dora, y eso que no tiene más que seis meses y todavía le quedan dos años para crecer; es fotógrafo, del gremio de Filipe, pero apenas hace nada como para vivir de la fotografía. Yo, sin más datos, sacaría la conclusión de que es el mantenido de su mujer, lo que no es muy aventurado, al saber que ella es directora de Rank Xerox en Barcelona. Ella era muy amiga de la mujer de José António, pero con el cambio de estatus y más poderío económico, unido a un cambio ideológico, esta amistad se va distanciando. Además se han construido una casa en las afueras del pueblo, y se sienten envidiados, por lo que se relacionan más con la gente de Aljezur, puesto que allí conocen menos la trayectoria que les ha llevado a su ascenso económico. Juan José ahora siente desprecio por Odeceixe y eso no gusta a José António. Aprovecho para preguntar a Filipe alguna de las cuestiones que se me quedaron en el tintero en la playa; entre ellas, si sus padres se quedaron en Bélgica o si volvieron a Portugal. “Se quedaron”, es la respuesta. Filipe se quedará todavía una semana, para desconectar de su trabajo en Bruxelas. Cerejo me había recomendado un licor hecho con el fruto del madroño, típico de Odeceixe, pero se les ha terminado y tomaré un chupito de hierbas, muy suave, al que me invitará y pagará Filipe. El periodista se ha sorprendido de que conociera los madroños y tampoco sabía que es el árbol que aparece, junto al oso, en el escudo de Madrid. José António es periodista en Público, cuya editorial está ubicada en Lisboa, y hace periodismo de investigación y profundiza sobre temas de corrupción y especulación en la construcción y demás temas similares, como el de José Sócrates, que siendo sólo ingeniero técnico, consiguió mejorarlo fraudulentamente por mediación de un amigo, como he mencionado. Mañana, antes de partir, ojearé un periódico de Público, pero en él no encontraré ningún artículo suyo, puesto que está de vacaciones.
Cerejo llama al móvil de su mujer y yo me quedo con Max en el coche
Empieza a refrescar y nos despedimos. Llegamos al coche y me meto dentro con Max, que se había quedado esperando con la ventana abierta un tercio ¡Qué pinto yo allí con un perro! Mientras, José António llama a su mujer. Son las 00:10h. Me parece una hora ya intempestiva, pero luego me dirá él que es la hora idónea, puesto que su mujer iba a acudir a un espectáculo y sería la hora en que justo habría salido de la función. Así había sido. Apenas seguiré la convesación, entre otras cosas porque es privada y, además, el portugués de corrido resulta difícil para mí. José António estaba deseoso de contarle a su mujer el encuentro con Juan José. Después regresamos en el coche a la playa de Odeceixe y nos acostamos enseguida, cerrando cada uno nuestra habitación para que Max no nos moleste durante la noche. Extiendo la esterilla  y el saco sobre la colcha y, aunque pasaré calor de madrugada y tendré que bajar la cremallera, acabaré sacando piernas y brazos fuera. Duermo bien y me levanto una vez, ya avanzada la noche, para orinar; al pasar por el pasillo, doy una palmadita a Max, que ya es mi amigo.

¿Qué he aprendido? Más sobre relaciones humanas: los portugueses no son muy distintos que nosotros. Que no hay que desesperar si en algún momento te sientes rechazado; la vida todo lo reconduce. Que me sigo sintiendo cómodo en el camino y muy receptivo. Que sigo siendo agradecido cuando me dan y hoy la vida me ha dado mucho: Paulo, txintxorta, Cerejo, Filipe… y como muestra una carta del contenido de la felicitación de Navidad  “Olá Javier, qué gusto la carta que mandaste en setiembre, más la foto… Qué historias has vivido en el camino. Qué suerte… ¡Si pasas por aquí no olvides que tienes casa! Bon Natal y buen año para ti. Un abrazo. José Cerejo.”

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