miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 4 (64) Manta Rota-Ilha de Tavira

Etapa 4 (64). 2 de junio de 2007, sábado. Manta Rota-Cabanas-Tavira-Ilha de Tavira.




Amanecer en Manta Rota
Me despierto con una luna preciosa a las 6:10h, antes de la salida del sol y para las 6:25h ya estoy en marcha. Hoy me quedaré sin el baño tempranero, pero lo haré cuando caliente un poco más; de momento, hasta me pongo el jersey a rayas.

A esperar la bajamar
Cuando llego a Cacela, ya he entrado en calor y me lo quito, pero la entrada de agua a la ría interior no me dejará pasar. Barcas que vienen del mar, entran en la ensenada de Cacela. Voy por la parte interior, pero la arena se hunde mucho y no me deja caminar bien, con seguridad.



Retrocedo hasta llegar a la zona más saliente y pregunto a un pescador, quien me dice que no podré pasar. Más tarde, hablo con un recolector de coquinas y me dice dos cosas, o que me vuelva a Manta Rota, para abandonar la playa y coger la otra ribera, o que espere hasta la bajamar, que será a las 9:30h. Tomo la segunda opción, pero me impaciento, me desnudo y me introduzco en el mar; el agua me llega casi hasta las tetillas; no me queda más remedio que esperar. El agua ya está a buena temperatura y por este lado se pisa bien, pero lo peor es la fuerza que trae la corriente al salir de la ensenada hacia el mar. Cojo como referencia del camino que seguiré, las olitas que se van formando y que son un indicador de que la arena pronto aflorará. Para no obsesionarme, deambulo por la zona.

Me ataca un vencejo
Encuentro una pasarela y, desde allí, fotografío el entrante de mar que me está reteniendo, así como un cartel curioso en el que se recomienda no tirar basura (aquí, lixo). Regreso al lugar, y recibo el ataque de un pájaro, una especie de vencejo. La primera vez que se me acerca me asusta, pero le sigo con la mirada, le veo coger altura (unos 20m) y lanzarse casi en picado hacia mí, parándose y revoloteando  en el aire a unos dos metros, sobre mi cabeza; trato de asustarle con las manos y la visera, pero vuelve a atacarme, aunque baja a unos diez; ya no se acerca tanto; así que corro y salgo de la zona de la lengua de arena; he pensado que podría tener por allí cerca sus crías. De todas formas, no es una situación nueva ésta que cuento, puesto que ya me ocurrió otra similar en Asturias, como ya conté, en mi viaje de 2006, saliendo de Gijón.

Paso desnudo la bocana con la mochila brazos en alto
Vuelvo a la bocana y  hago una segunda prueba, cogiendo como referencia a un coquinero y una pequeña boya a lo lejos; compruebo que me cubre menos, pero aún es mucho y se me mojarían las mochilas. He visto a otro pescador de coquinas pasar por otra parte más estrecha y voy allí a probar fortuna, pero es zona peor porque la coriente forma ondas profundas en el fondo, que dificultan y hacen irregular el andar y, además, la corriente es mucho más fuerte. Decido intentarlo de nuevo por el primer sitio y apoyado en los referentes mencionados, reduzco al mínimo los cinchos de la mochilita Visa, voy con las sandalias de agua, que no me las he quitado en toda la mañana y, la mochila grande la coloco encima de mi cabeza. Para las 8:45h ya estoy en el otro lado, casi una hora antes de la bajamar, y colocando en su sitio la mochila, camino en bolas hasta un poco antes de la playa vigilada de Lacem.
¿Cómo pasar a Cabanas?
Dejo las mochilas, me baño, pongo el calzoncillo y voy a preguntar a los vigilantes de la playa. Me informan de que podré coger una pequeña barca a Cabanas, pues encontraré una especie de río que no me dejará pasar, necesario si deseo pasar a Tavira; me ofrecen bar, ya que la playa está sujeta a una concesión y el concesionario pone las condiciones y está abierta a todo el mundo, pero yo prefiero desayunar más adelante. Agradezco, y voy hacia el pueblo de Cabanas pero, al salir de la playa, hago uso del cagadero y me ducho. Como no me puedo secar al sol, porque ya está llegando gente, me pongo el calzoncillo, salgo, me seco al sol y me visto en la pasarela. Un chico que viene a la playa, me explica que, en vez de pasar al otro lado, también puedo coger un bote-taxi hasta el puerto de Tavira y, desde allí ir a Ilha de Tavira en barco municipal, que es más barato. Con este último dato, lo tengo claro, no voy a gastar innecesariamente; y el bote-taxi ¡a saber lo que me va a costar! No me apetece negociar y, además, prefiero desayunar al llegar a Cabanas una vez que pase el dichoso río; además, sabiendo que Tavira está a 4km, no tengo ninguna urgencia para llegar. Me despido del informante, se acaba la pasarela en la que hemos estado hablando y, al seguir bajando, veo enseguida el ramal de agua que me interrumpe el paso. Pregunto a un chico de servicios de playa que acarrea un carretillo hasta los topes, y me indica una barca que llega como la que deberé coger y que pague 0,50€. Bajan los clientes y monto junto con otro chico que también viene de la playa. Le doy al conductor los cincuenta céntimos y me dice que son 0,60€ y se mosquea, quiere saber quién me ha informado del precio y si en otro paso me han cobrado medio euro. Le digo que me lo ha dicho un chico de servicios de playa, pero que no tiene mayor importancia, el otro usuario de la barca entiende lo que le digo y luego le explica al cobrador. El paso al otro lado se hace rápido y “alucinan” del proyecto de mi caminada Huelva-Galicia, ¡toda la costa de su país, que ellos no han hecho y ni siquiera se les ha ocurrido nunca realizar!
El sello que ponen en la credencial se llama carimbo
Desayuno en la pastelería Chave D’Ouro un café largo de leche, como un pan de leite (lo que nosotros llamamos bollo suizo) y un croissant y pago con monedas; en España las acumulaba para llamadas telefónicas en cabinas públicas, pero ya en Portugal, todas las llamadas las tendré que hacer con tarjeta, aunque no tendré ocasión de comprarla hasta el día 7; con este pago, casi he consumido todas mis monedas (2,40€) ¡menos peso! Me pongo a escribir el diario y, como no tienen sello para ponerme en la credencial, me mandan a una papelería cercana, Marés de Eusebio Pereira Correia en Rua Capitão Batista Marçal 281370220 8800-591 Cabanas de Tavira. En Portugal hay una pequeña variación en el nombre de algunos establecimientos: libraria, papelaria, cafetaria, pastelaria, que, aunque no llevan tilde, el peso de la palabra sí cae en la “í”. También deberé acostumbrarme a pedir, en vez del sello, el carimbo.
En busca del barco municipal
Recojo las mochilas y me pongo en marcha hacia Tavira. Al salir, pregunto a una chica que está sentada en la terraza de la pastelaria, la dirección que debo seguir para ir a Tavira y me indica que siga adelante y que hay 5 km, uno más de los previstos, y sigo adelante, pensando que deberé continuar más, pero, al llegar a la esquina, me encuentro la indicación Tavira; se trata de una carretera estrecha y mal asfaltada, pero sólo estará mal hasta salir a la general. También me deberé acostumbrar a estrada, en vez de carretera. En un cruce, pregunto a un extranjero (con cascos que no se quita para hablar) y no hace ningún esfuerzo para enterarse de lo que pregunto; otro, que sube en bicicleta, me dirá: “rotonda y a izquierda”. Pareciera una colonia alemana. Olor a higuera, por el camino; arcén izquierdo suficiente y con no excesiva circulación. Nada más que destacar. Llego a la rotonda y me meto hacia Tavira. Cuando estoy preguntando a un chico, justamente acaba de aparecer la indicación Ilha de Tavira, así que el propio cartel me da la respuesta a mi pregunta. Llego a un puente moderno de cemento que pasa por encima del río Gilão y, no lo puedo asegurar, pero me parece que desde él se ve el afamado puente romano; ya lo veré mañana. Pasado el puente, veo la indicación Cuatro Aguas y recuerdo que alguien me ha dicho ese nonmbre, así que tiro en dicha dirección, pero prefiero confirmarlo y pregunto a una señora, que me indica en sentido contrario; le indico lo que pone en la señal y me dice que esa es señal para carros (también tendré en cuenta esta denominación equivalente a coches, automóviles); me da fiabilidad y le hago caso pero, antes de ir hacia allí, voy a un bar y compro un bocadillo de carne (2€). Un chico me envía bajo un puente y compruebo que tenía razón la señora, porque allí, una chica que está amarrando barcos, me remite a seguir la carretera. Primero, seguiré el río y luego, pasando unas salinas, que parecen no estar en explotación, aunque de lejos se ve una montaña blanca, que podría ser de sal. Espero a un hombre que viene por detrás y resulta ser inglés “¿Tavira Island?”, es mi pregunta, y su respuesta será clara: “yes”. Otro chaval ¿portugués? Que viene detrás, pasará a todo correr. Saco el billete y la chica me dice que puedo volver el día que quiera (1,30€ ida y vuelta). Esperando al barco, hablo con una pareja de Madrid, ambos dedicados a la construcción (todavía no se había asentado la crisis); él con estudios de ingeniería y ella, relacionados con la educación; ella cedió y se reconvirtió (es lo que ocurre más habitualmente; lo contrario, en raras ocasiones). Trabajan en Andalucía, pero no tienen un lugar, ni siquiera una provincia, fijo; tienen más familiares en Andalucía, así que no echan de menos Madrid. Van a pasar el día en la isla, pero entre sillas, nevera, sombrilla, ropa de baño y comida, van mucho más cargados que yo (sin comida) que voy para dos meses. A pesar de que yo ya llevo suficiente peso, me ofrezco para ayudarles, pero no aceptan: “nos tenemos que acostumbrar”, dicen. Mientras nosotros esperamos, al lado, negocian otros con barco-taxi y salen dos o tres. Como no llevo prisa, negociar no me va, y a ellos parece que tampoco, esperamos al barco municipal. Me monto arriba, delante, y ellos lo hacen atrás.
Tarde-noche en Tavira Island
Al salir del barco nos volveremos a ver. Ya en el paseo principal, donde están los restaurantes, ofrecen sus servicios e invitan a pasar a su comedor, pero les digo que volveré por la noche para cenar; una chica me dirá que cierran para las ocho y, en el siguiente, me dirán que no cierran hasta las once de la noche; parece que tienen buen pescado y fresco pero, el precio por kilo indicado, me parece caro. Luego lo comprobaré. No me doy cuenta que enfrente del camping hay una fuente y el agua que llevo es la que cogí en Chave D’Ouro y ya me he bebido algo. Acompaño a la pareja madrileño-andaluza hasta cerca de la orilla de la playa, que es donde se instalan; hoy no tienen intención de hacer nudismo, aunque lo suelen hacer, debido al material que llevan; demasiado peso para recorrer hasta la zona autorizada; así que nos despedimos. Para cuando llegue, entre Lagos y Sagres, me dicen que hay una playa, Figueira, que me recomiendan y, aunque no es oficial, se prectica nudismo. Dicen que, en un camping cercano a ella, ¿Salema, Budens?, les dieron un plano de playas nudistas de Portugal. ¡A ver si me acuerdo cuando llegue! También he hablado con ellos de Carlos Iglesias y de Agota Kristof y su “El gran cuaderno”, una de las novelas más austeras y magníficas que he leído en los últimos tiempos y que me recomendó mi amiga Sagrario Sanz del Río. Hace unos días leí “La analfabeta”, narración autobiográfica, que me encantó. Lástima que dejara este mundo recientemente.

Organización de las playas portuguesas
Las zonas de baño vigilado están delimitadas por postes que culminan con salvavidas en lo alto; esa es la zona en que el socorrista, que aquí llaman nadador-salvador, puede intervenir; tanto para salvamento marítimo, curar heridas o poner orden en caso de que alguien se desmande. Cuando termino la zona vigilada, me encuentro con una familia que está perfectamente instalada y con intención de pasar allí toda la noche; todavía seguirán allí cuando pase para cenar. Yo sigo adelante y, poco a poco, se empezarán a ver nudistas, y aquí no se esconden tras las dunas, aunque alguno ande cerca, y me sitúo a continuación de un chico, pero hacia el centro de la playa, entre duna y orilla,  otro que está más cercano al mar y una pareja de españoles: él muy alto y ella pequeñita y arrugada, que parece de más edad, pero que es probable que no lo sea. La orilla y el mar está lleno de algas verdes, del tipo lechuga de mar, así que busco un lugar menos tupido para bañarme. El agua está fresquita, pero estupenda; hay que tener en cuenta que estamos en pleno Atlántico. Salgo del agua relajado y se está genial a la salida, sin necesidad de secarme con toalla. Como casca el sol y, aunque estoy curtido, voy a estar allí toda la tarde, me doy crema protectora. Me muevo en un espacio prudencial, sin alejarme demasiado de las mochilas. Una parejita que está en la zona, pero más cerca de la playa vigilada, se hace carantoñas y son un poco foco de atención de los demás; él está desnudo, pero ella siempre estará con la braga puesta. Más adelante y en la duna, aunque bajarán varias veces a bañarse, una pareja de homosexuales; al menos, el de más edad, detectable por los gestos, la forma de dirigirse al perro y su voz chillona y elevada. Cuando va a meter al perrucho en el agua, cosa que parece no apetecer mucho al animalucho, y por tener tema de conversación, le diré que no sea cruel y que le ponga manguitos; yo lo decía como en broma, pero su respuesta es: “ya los tiene”; me quedo boquiabierto ¡lo que faltaba, manguitos para perros! Habría sido curioso ver al perro con manguitos. Más tarde, otro chico se colocará entre medio de la pareja de españoles y yo, aunque algo más arriba. Baja a la orilla, mete los pies en el agua varias veces, pero no se baña ninguna; dice que está fría y yo no consigo convencerle de lo buena que está. Será lo único que hablaremos en todo el tiempo. Me como el bocadillo que he comprado en Tavira y resulta rico, es como una especie de carne empanada muy fina, pero rellena con algo más fuerte, es como si fuera una especie de york gordito y, después de comer pipas y terminar el primer paquete, agarro los bártulos y, tal como estoy, me voy hacia la parte más occidental de la isla. Inicialmente, salgo con las sandalias de agua, pero me empiezan a rozar en el gordo del derecho; así que me las quito y voy descalzo. Terminada esa zona de playa, la que veía desde donde yo estaba, hay otra indicación de playa vigilada, pero sólo una y al principio; la de final de playa no aparece y eso que recorro toda la zona de hamacas y parasoles de paja que, todavía, se encuentran sin instalar; como no hay más que un matrimonio con un niño y no están muy cerca de donde estoy pasando, ni siquiera me molesto en vestirme. Paso a la playa siguiente y se ve al final otra señal de playa vigilada, pero allí se ve que todos son textiles, así que me asomo a la duna y a unos monolitos con el objetivo de ver el final de la isla, sin conseguirlo. La lengua de tierra es muy ancha y no se aprecia bien el final, así que me quedo allí y me doy un baño y me quedo tumbado algo alejado de la orilla. La gente pasea por la orilla y nadie dice nada; solamente dos jovencitas que antes me han visto desnudo y con mochilas, hacen algún comentario cuando me estoy bañando de nuevo; más que oírles, lo intuyo por las miraditas y cuchicheos. Tras secarme al aire y decidir que no voy a seguir hasta el final de la isla, volveré al punto de partida. Al ir, he comentado con los españoles que volvían y me dicen que no han llegado ni a la primera señal de vigilancia; así que poca información me pueden aportar.

Charla con Javier y Vicente
Cuando llego al lugar inicial, me doy otro baño y, mientras me seco al aire, veo y oigo a dos chicos hablando en español; me acerco y nos ponemos a charlar y, como les apetece seguir charlando, voy por mis mochilas y las coloco junto a ellos. La conversación es variopinta; hablamos de monumentos portugueses; hacen comparaciones con el palacio real de Madrid; opinan que los portugueses están más vivos; coincidimos en la valoración del Palacio Da Pena. Hablamos de cine, de viajes, del Rompido, de la zona militar que hay entre Zahara de los Atunes y Bolonia; de cómo pasar el Guadalquivir en los transbordadores que traen gente de Cádiz a ver Doñana; todo ello me vendrá bien para el año próximo, cuando recorra Andalucía; hablamos también de política, del País Vasco… como no he tomado notas, no puedo transcribir todo lo que hemos hablado. Uno se llama Javier y el otro Vicente. Vicente y yo nos bañamos y los tres nos vamos hacia el barco, puesto que ellos vuelven hoy a Tavira. Al pasar, les parece que el restaurante tiene precios razonables y me acuerdo de beber agua de la fuente que está frente al camping; también lleno la botella para la noche. Les acompaño hasta el barco y cogen el de las 19:20h. Despedida, y me encamino hacia el restaurante Pavilhão da Ilha y tomo asiento en la mesa que me parece.


Una rica cena a la medida
Saco el minidiccionario, pero, de momento, no me hará falta porque me sacan la carta en español. Luego me darán la tarjeta con teléfonos de Fernando Alberto Reis y Eduardo Reis (ninguno el Ricardo Reis, eterónimo de Pessoa). Un chico me saca los entrantes, pero le digo que sólo deje las aceitunas (luego ¿olvidará? cobrarlas). En la carta hay un plato de pasta y, como legumbres no hay, me inclino por ella, pero está marcada con una X, lo que es indicativo de que no queda. Explico al camarero que con la caminata que estoy haciendo me vendrían bien unos hidratos de carbono, y él se presta a hacer la consulta en la cocina. Vuelve con respuesta positiva, así que comeré coquilhas (las coquinas que no comí en Huelva) y spaghetti boloñesa que, aunque no entra dentro de mis platos preferidos y, además, suelo preferir tallarín, el que me sacan está muy bueno y con cantidad de carne; pero las coquilhas están deliciosas; ¡lástima que el ajo está entero y no picadito en la salsa, como a mi más me gusta! Como algunas se quedan cerradas, el camarero me dará un cuchillo apropiado y no dejo ninguna. La cuenta será 17€ y como el camarero ha sido muy amable, compenso las aceitunas con 1€ de propina (18€). Hoy había comido bocadillo, así que la cena que debía ser más potente, al comer buen plato de pasta y carne, me ha permitido disfrutar de un segundo no demasiado nutritivo, pero si de sabor exquisito, ¡que la satisfacción al comer las coquinas también alimenta!
Fútbol en televisión, sin prestar mucha atención
Mientras ceno, en la tele se está jugando el Portugal-Bélgica, pero no sé cómo va, ni lo veré terminar. Ya me enteraré mañana del resultado, pero no parecen muy entusiastas los portugueses. Voy al aseo con intención de afeitarme, pero no hay enchufe, así que me despido y me voy. Se me olvida sellar la credencial.
Teléfono y mosquitos
Salgo y llamo a Sara pero, tras dos intentos, colgando a la cuarta señal de llamada, dejo de insisitir y llamo a Vera. Todo va bien. Mientras hablo por teléfono, los mosquitos se van cebando con mis piernas y mis brazos y a pesar de la pulsera ahuyentadora. Cuando llego a las dunas, están plagadas de mosquitos, por lo que decido bajar hacia la orilla, pero sin salirme de la zona seca, para evitar sustos nocturnos con la subida de la marea. El atardecer ha sido precioso, con un colorido de nubes de ocaso espectacular, pero la primera parte de la noche la pasaré en vela, con la cabeza dentro del saco y matando a cada mosquito que osa penetrar; me costará dormir. Mañana, cuando haya luz, miraré el cuntakilómetros, y marcará 11,33; si otros días no sirve, éste, en el que he estado desnudo más tiempo que vestido, no sirve para nada. He andado bastante más.
¿Qué he aprendido hoy? Que debía haber traido un repelente más potente para ahuyentar mosquitos. Cómo es el sistema de señalización de las zonas vigiladas de playa y que el nadador-salvador es la autoridad en ese espacio. Que hay bastante tolerancia ante el nudismo, pero teniendo en cuenta que mis referentes son mínimos, puesto que he hecho nudismo en zonas alejadas de población y en Ilha de Tavira, que es una de las pocas que hay en Portugal con nudismo autorizado; las otras serán: Praia Meco, en Sesimbra y Praia da Bela Vista, en Costa de Caparica. Veremos qué pasa en el resto. Y no quiero adelantarme, pero en Labruge, hasta intervendrá la policía. Se confirma que el contador de pasos me va a servir para poco; de momento sirve ¡para darme trabajo sin resultados! Que si llego a un lugar por el que no puedo pasar y me invitan a retroceder, que estudie bien el caso y obre en consecuencia. Normalmente no me gusta retroceder y hoy, esperando a que bajara la marea, me habían asegurado que podría pasar; y así lo he hecho, pero, en alguna ocasión, habrá que dar vuelta atrás, me guste o no me guste. Que si me ataca un ave, trate de espantarla y me aleje del lugar, pues, probablemente, tenga alguna cría que proteger.

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