miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 34 (94). Peniche-Serra d'El-Rei

Etapa 34 (94). 02 de julio de 2007, lunes (2ª feira). Peniche-Berlengas-Peniche-Baleal-Ferrel-Serra d’El-Rey.

Despertar popular en Peniche
Me levanto para las ocho; me vuelvo a dar otra ducha relajante y, desnudo, me pongo a escribir en la mesa que ayer cambié de posición y ahora la tengo delante de la janela (ventana). ¡Tengo tanto que escribir! Es algo que me gusta hacer siempre que el espacio me lo permite y siempre que en la habitación haya mesa. Escribo también las tres postales que me quedaban con las señas puestas y aún compraré más. Bajo sobre las 10:00h y felicito a Ivone por la habitación que me ha dado y por la ducha. Me indica un sitio cercano para desayunar y le cuento la noticia tan genial que ayer me dio mi hija Vera. Ivone se alegra conmigo y me da la enhorabuena. Voy a Casa do Casi-coffee Lounge y desayuno un descafeinado y croissant por dos euros. Regreso a la habitación, preparo la mochila y la dejo en el mostrador; así pueden disponer de la habitación, pues yo no sé cuándo volveré de Berlengas. Busco Correios para echar las postales, pero no lo encontraré y las echaré en el buzón grande del parque. He visto un rótulo de Kodak y he comprado el último rollo de diapositivas que les quedaba en la tienda; ayer puse el nº 14.

Excursión a Ilhas Berlengas
Llego con tiempo al barco y pago en metálico los 18€, ya que no me cogen tarjeta. Me encuentro en el puerto con Bernabé y familia que irán en otro barco que sale antes y que regresa a las 16:00h. Tienen perro en la autocaravana y prefieren dejarlo el menor tiempo posible. Tardaremos en salir por el pantalán, ya que esperamos a una pareja de portuguesa y francés (de los Alpes de Saboya) y todavía tendremos que esperar a la familia de Valladolid: Rosendo, Encarna, Nuria, Víctor y Gemma.

Nuestro barco es el Gold Star (un nombre muy portugués ¿no? Estrela d’Ouro hubiera sido mejor). Éramos 12 y ahora seremos 19 + Rita, cantante de fados, una enamorada de Berlengas, donde suele pasar algunos días, y que se quedará allí, acogida en un cuarto de la Fortaleza de São João. También montará otra joven, que parece ser de la familia, el piloto y su hijo João, quien será el que nos llevará de excursión por la isla.

Entre los excursionistas hay un matrimonio, corpulento él, con dos hijos jóvenes de pelo negro rizado; el más joven me sacará una foto montado en el mascarón de proa, al regreso, pues a la ida, son ellos los que se turnan.


Al inicio del viaje, me pondré en un asiento de popa, pero me adelantaré al centro, para sacar fotos, e incluso, iré un rato a popa salpicado por el agua en la bajada de la ola. Rosendo, que se pondrá a mi lado, se irá mareando paulatinamente y vomitando en bolsa (previsor João y gran observador), también se mareará su hijo Víctor; se ve que las fuertes son las damas, el mal llamado sexo débil. Rosendo no acabará de recuperarse hasta las dos o dos y media.

A lo largo del día se irá significando una pareja de alemanes: él se hará una herida en la mano que João curará con Betadine en pomada y cubrirá con una tirita (cuando regrese por la tarde, la tirita será diferente). Él me dirá con qué se ha hecho la herida. Son alemanes de Munich. También va con nosotros un matrimonio mayor con un chaval demasiado joven como para ser su hijo pero, tampoco parece que sea nieto y, por la forma de tratarlo, probablemente sea un hijo tardío. Son polacos y ella trabaja en París como cuidadora de una señora anciana.


Llegamos a la isla, donde Rita se quedará después; duerme en la fortaleza dos días por semana (será en la fortaleza, cuando la visite, donde me enteraré que canta fados, aunque no la encontraré).









Cada cual va por su lado y yo a buscar una playa para hacer nudismo; será en vano. Así que, aún corriendo el riesgo de repetir el camino que a las cuatro hagamos con el guía, voy por los caminos sin salirme del talho (el tajo, el linde), que es lo que mandan las señales.






La playa que veo abajo, al inicio del paseo, es poco discreta y la que da al lado contrario está muy sucia; es donde antaño moraba algún tiburón, me dirán. No bajo a la fortaleza y llego a la plataforma donde come la familia de Bernabé; él no acaba de recuperarse del mareo. Me dicen que no se puede seguir más adelante y compruebo por mí mismo que es cierto.



44.000 gaivotas
Empiezo a recuperar las sensaciones de Los pájaros, de Hitchkock, pues aparecen algunas gaviotas amenazantes y llego a temer que me ataquen. Sacudo al aire la visera para ahuyentarlas.


Al volver por un camino hacia el faro me vuelven a intimidar y, cuando cojo el camino vertical hacia la cima del precipicio, me doy cuenta de que hay una razón potente para que me ataquen: tienen polluelos que proteger. Soy un intruso que me he metido en su espacio natural, y este espacio les pertenece a ellas, a sus huevos y a sus crías. Bajo hacia el restaurante y me resisto a quedarme sin baño. Veo cómo una pareja ha llegado a la playita y se ha quedado en bañador; pienso, si ahora sólo están ellos, a lo mejor me animo; pero, al llegar abajo, veo que había más gente que la montaña me ocultaba. En la zona de escaleras se baña la chavalita que ha venido en nuestro barco y que creo que no regresará con nosotros; se baña con otros chicos y chicas. Sigo un poco más adelante y veo otra escalerita que baja, algo distante de la playa y algo separada del camino. Me desnudo y me echo al agua; cuando la ola que me ha desplazado me lo permite, regreso, salgo y me seco al aire, sentado en el segundo escalón. Luego resultará que no era un lugar tan discreto como me pareció al principio, ya que los que van o vuelven de la playita, pasan relativamente cerca de mí. Una vez seco, me visto y subo al restaurante; todavía tengo margen para comer y llegar a tiempo a la cita con el guía. Los de Valladolid ocupan una mesa, aunque Rosendo está adormilado, tirado en un peralte de la subida; estoy buscando asiento y mesa para mí, y Encarna me invita a sentarme con ellos; acepto, desplazo el plato y la taza de té de Rosendo hacia el otro lado y oriento mi oído derecho hacia el lugar donde me hablan: hacia Encarna. Los tres niños enfrente, con la pequeña en medio. Voy por la carta y encargo peixes, que será dourada, de nuevo (como ayer en Narra) y ½ de tinto. Tardarán tanto en servirnos que, cuando llega João, todavía no hemos terminado. Rosendo espabila, se toma su té frío y picotea algo de las chuletillas de Encarna y que Víctor acabará de roer.


Salimos en procesión los de Valladolid, los alemanes de Munich, otros de Nüremberg y yo. João ha aparecido con bastones de montaña extensibles; yo me pregunto, ¿para qué?, pues ya he paseado por la montaña antes y no tiene ninguna dificultad; pero, al poco, comprendo su utilidad: son para intimidar a las gaivotas y evitar que nos ataquen. No hay que llevarlos para apoyarse en el suelo, sino para ponerlos en alto, como si fueran banderas protectoras.








Después de haber hecho la reflexión de que somos nosotros los que invadimos su terreno, ahora lo corroboro, y confirmo que nosotros somos los agresores, pues ellas están en su hábitat natural y responden con agresividad a nuestra agresión. Pronto cogemos otro camino distinto al que yo he hecho antes y que, con guía, se puede hacer y me congratulo de haber venido en este barco y con João de guía. Vemos las islas Farilhões.


Rosendo, que ya va despertando, rebautiza a nuestra isla como Berlengaviota y João nos explica que hay una colonia estable de alrededor de 44.000 ejemplares.




Nos recomienda que vayamos muy juntos; sobre todo, por donde hay polluelos en el camino, y huevos. Fotografío ambos.

Fortaleza de São João
Bajamos por donde no me atreví a subir antes y nos dirigimos hacia la Fortaleza de São João. Hay posibilidad de visitar cuevas por 3€, pero luego no se cumple la promesa.




La fortaleza está muy bien acondicionada; paso por habitaciones cerradas a cal y canto y no puedo ver ninguna abierta, para comprobar su confort.



Al no poderlas visitar, doy dos vueltas por arriba y por abajo, por sus corredores y terrazas; unos chavales también pasean. Pregunto a una chica si conoce a Rita, la cantora de fados, que suele pernoctar allí y, a través de João, sabremos que todavía no se ha instalado. Luego la veremos en el puerto.




















Hemos visto tiendas de campaña absolutamente blanquecinas por las cagadas de las gaviotas. Los de Valladolid, al comentarlo, dicen que están acampados en el Camping de Nazaré y tienen intención de bajar a Sintra, Cascais y Lisboa, para después seguir más al sur, al Algarve.







Salimos de la Fortaleza y a João se lo llevan en una Zodiac y, mientras esperamos a que vuelva a buscarnos,

inicio un dibujo de las cuevas de la costa frente a las que nos ha dejado abandonados (lo terminaré en los días siguientes, inventándome toda la parte de arriba de la montaña; seguro que ni se parece). João nos viene a buscar en otra zodiac, en la que hemos acarreado en nuestro viaje de venida.



Pasamos por un estrecho estrecho y atracamos en el lugar donde luego llegará nuestro transbordador.





Aprovecho para iniciar un nuevo dibujo del estrecho pasado, que tampoco podré finalizar y pasará lo mismo que con el anterior. Ahí está y queda para el recuerdo.




























Despedida de Rita.












Adiós Berlengas
Ya en el barco, cambiaré unas palabras con los polacos, me subiré al asiento de proa, me sacará fotos el hermano joven de los rizos. Hablaré con los de los Alpes, y con los cuatro alemanes.

Nadie me echa 62 años. Me despido de todos y llego corriendo a la pensión para que no se me haga demasiado tarde para salir. Digo a Ivone que mereció la pena la visita a Berlengas, cojo la mochila y, en el momento en que me estoy cambiando de ropa, llegan los de Nüremberg, pues resulta que están en la misma pensión y también, a renglón seguido, llegan los de Munich. ¡Qué casualidad! Ven lo que llevo de equipaje, y les parece increible que se puedan pasar dos meses con tan poco. “Y Visa”, les digo. Ivone me da un beso de despedida y me desea que el viaje termine bien.





Adiós, Peniche, adiós
Son las 18:30h y salgo hacia el mar; aunque daré más vuelta, veo una parte amurallada de la ciudad.



Una mujer que lleva a su criatura en sillita, me dará la clave para la salida de Peniche; que vaya por la estrada, bordeando la playa y que al llegar a Nossa Senhora da boa Viagem, padroeira dos pescadores, que siga el camino rojo por la izquierda. ¡A eso se llama dar bien las instrucciones!


Hago lo que ella me dice, pasaré la imagen de la virgen, pasaré las praias de Baleal y Ferrel y seguiré la estrada.






He dejado a la parte derecha un gran complejo urbanístico, que con los reflejos del sol de atardecer, daba una imagen de uniformidad e irregularidad que me ha gustado. Después de visto lo que me va a pasar, pienso que debiera haber salido a la playa y haber seguido la costa de Baleal y Ferrel, para llegar a praia d’El-Rey, pero como la carretera me va alejando del mar y, aunque voy viendo señales que me van indicando hacia delante la playa d’El-Rey y me parece que voy bien, para cuando llego al indicador de dirección a esta playa, me doy cuenta que ya estoy alejado seis kilómetros de allí. Por otro lado, en el mapa veo un entrante de mar, o una salida de ancho río, que será la Foz de Arelho, que es la que me ha invitado a ir por carretera, ya que por la playa me temo que no voy a poderla pasar. He pasado por la freguesía de Autoguia de Baleia (que también pasé entre Areia Branca y São Bernardino) y luego Casais de Mestre Mendo. Bueno, he cometido el error de meterme en interior y ya no tiene remedio, pero lo compensaré cenando bien en el restaurante Janel de Serra d’El-Rei (no acabo de ver claro si con i latina o con y griega), que es donde he ido a parar. Ceno una sopa muy rica con trocitos de vaina y tres chuletillas de porco con arroz y patatas fritas (menos mal que he pedido ½ dose – media ración) que, junto a ½ de tinto me cuesta 8,10€. Se sigue demostrando que en el interior, como ocurrió en Ribamar, la relación calidad-precio es mejor.
Durmiendo en el lavadero de Serra d’El-Rei
Me ha atendido un chico, pero tengo que pagar a otro que me recomienda que vaya a dormir al café Palmeira, y que me costará entre 10 y 12€. Me indica por donde, pero me costará encontrar. Cuando lo localizo, como voy con esa idea de precio, al pedirme 25€, les digo que no y me voy; entonces me rebajan a 20€ y digo que tampoco y ya me voy definitivamente. Voy sin prisa porque me ha parecido que podré dormir con cierta tranquilidad en la ermita; pero, al pasar por el lavadero, que está sin agua y, por tanto, sin humedad, no me lo pienso dos veces y allí me instalo. Ya me pasó en Burgau, cuando dormí en la casa en construcción, y aquí me vuelve a pasar; como el lavadero está siendo reparado, el suelo está lleno de polvo de cemento, que me dejará pringados la esterilla y el saco. Por la mañana no los podré limpiar. Duermo peor de lo previsto, pero descanso. Venía mal acostumbrado por la buena cama de ayer. Empiezo a notar que estoy adelgazando, porque los huesos de las caderas cada vez los tengo más doloridos cuando el suelo es duro y me cuesta coger postura; la fetal me empieza a ir peor y es preferible tumbado con la tripa plana hacia el suelo; también tumbado en decúbito supino me va bien pero, en ese caso, las posibilidades de ronquidos es mayor. Durante la noche, me da la sensación de que estuviera lloviznando, pero son los cables de la electricidad que, de vez en cuando, producen pequeñas descargas. En el pueblo he visto muchas torres captadoras de energía eólica. Perros ladran a lo lejos.
Hoy compruebo por enésima vez mi capacidad de adaptación, contrastando las buenas condiciones de la cama de Peniche y las peores del lavadero. También las razones que te llevan a un lugar o a otro, los pequeños detalles que te cambian la ruta, por qué un día 20€ te parece un precio barato y al siguiente caro, la percepción de un mapa poco preciso. ¿Qué influencia tiene la voluntad en la toma de decisiones, la necesidad, sobre el azar? Está claro que el lugar de cenar y de dormir habría sido otro, si en vez de ir por la estrada, hubiera ido por Baleal y Ferrel; en este caso, probablemente me habría quedado sin cenar, pero ¿habría dormido mejor en Praia d’El-Rey? Y si, en vez de en el lavadero ¿hubiera dormido en el café Palmeira? Preguntas imposibles de responder.

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