miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 8 (68) Praia dos Salgados-Ferragudo


Etapa 8 (68). 6 de junio de 2007, miércoles. Dos Salgados-Lagoa-Carvoeiro-Ferragudo.


Limpieza matinal y pescadores
Clinterh limpia praias y me despierta a las 6:30h; va peinando y cribando la arena en la zona donde estoy y se mete entre las rocas. Dos extranjeros se suben a la roca que está más cerca de la orilla, en la que ya han empezado a posarse los primeros rayos del sol. Paseando con sandalias de agua, veré un pescador con dos cañas que se parará para pescar de forma estática; pasa otro haciéndolo de forma más dinámica, esto es, que va caminando a la vez que lanza y recoje la pita; esta última forma me recuerda a mi padre pescando truchas en el río, con mosca y con cucharilla. No sé si por el recuerdo de mi padre, pero esta segunda forma de pescar me resulta más divertida que la estática. Otros dos pescadores vienen ya de regreso, y traen lo que han pescado metido en una red. “Ya habéis hecho la noite”, les digo.
Observo deseo de reunificación peninsular
Me he puesto en camino y llegando a Armaçao de Pera, hablo con una chica y me desea suerte; esta praia pertenece al concello de Silves (que está a la altura de Lagoa, pero mucho más al interior), donde han construido unas moles enormes y, con el tiempo, lo convertirán en otro Monte Gordo, o en otro Benidorm y será pan para hoy y hambre para mañana. Me paro a cambiarme de sandalias, ponerme la tirita y quitarme el jersey; me meto hacia el interior y hablo con obreros de la construcción que esperan al amo que les ha contratado. “Cuanto más tarde, menos trabajaréis”, les digo; pero tampoco les agrada esperar. Uno apenas habla y se limita a ir y venir; pero Daniel me contará que trabajó en Argelia, Madrid, Arabia Saudí, “¡Allí si que hacía calor!”, me dirá; y tendrá que esperar nueve años para la jubilación, pues tiene 56; “seis menos que tú”, dirá. También dirá: “en España estáis mejor; aquí mucha corrupción, demasiados ministros.” Yo le digo que en todas partes ocurren cosas similares y, encima, tenemos que mantener a la familia real. Me dice que, en algunos tiempos Portugal estuvo bien, pero no ahora. Le gustaría que nos unificáramos y chocamos los cinco, con apretón y el deseo de que se cumpla.
Lagoa está más lejos de lo que me dicen
Salgo en marcha, tras la despedida, y una señora me dirá que faltan tres km. para llegar a Lagoa. Me encuentro con varias carreteras y no sé si acierto con la adecuada. Un inglés en coche, me para y me invita a montar y me confirma lo de los 3 km. No montaré. Luego, por lo que tardo, pienso que serían más del doble. Me he bebido toda el agua y, cuando empiezo a soñar con fruta, veo un árbol con naranjas, pero cuando me acerco, asoma un perro que sacará medio cuerpo fuera de la blanca tapia; menos mal que he cogido antes una pera, pero está verde; a pesar de ello, la pelo, corto a cachitos con la navaja, y me la como; será mi tentempié hasta mi desayuno. Después de ir un rato con la navaja en la mano, me doy cuenta que la puedo usar como arma defensiva; pero la guardo, ya que no tendré ocasión de usarla de nuevo, al no encontrar más fruta y, en todo el camino, tampoco como defensa de ningún ataque. Las vides ya empiezan a tener sus racimos, pero las que serán uvas, ahora son unos granos ínfimos. También los almendrucos están verdes. Poco antes de entrar en Lagoa, veré otra abubilla. Llego a la desviación a praia do Carvoeiro y un señor me dirá que Lagoa no tiene praia.
Kiev en Lagoa
Me meto al bar pastelaria Castinho do Jardin, donde tomaré descafeinado con leche, croissant y pastel dulzón pero muy reconfortante. No tienen carimbo. Cojo agua y un señor me informa que puedo ir andando por la orilla hasta la ría de Alvor; así que, momentaneamente, el temor al río en Ferragudo se disipa. Mañana comprobaré que no era correcta la información, pues para llegar a la ría de Alvor, tendré que adentrarme en Portimão y, luego, volver a la playa. La chica que me atiende en el bar es ucraniana, de cerca de Kiev y le hablo de Santa Sofia, el poblado de casas típicas de las diversas regiones, etc. está feliz de que le hablen bien de su tierra. A las 12:30 me despido “¡Hasta Kiev!” (pronuncio Kif, que creo es lo correcto) y sigo mi camino.
Llegar a comer a Carvoeiro
Como ya  he visto antes, retrocedo a la entrada de Lagoa, aprieto el botón del semáforo, espero que se ponga verde, y cojo la dirección Carvoeiro. Lagoa era otro de los lugares en que se ofertaba Pousada de Juventude, pero tampoco me cuadrará quedarme; a la tercera será la vencida. Una rata muerta en el arcén, parece que “fallecida” recientemente. Como ya llevo agua, no siento necesidad de buscar fruta, pero el agua que me ha dado la ucraniana tiene un sabor raro y, después de la descomposición de ayer, entrando en Albufeira, me decido a coger un limón para mezclarlo en la primera ocasión que tenga. Más adelante, separándome de la carretera, y subiendo una pequeña cuesta en la que a un lado hay naranjos, el tercero o cuarto me ofrecerá dos naranjas. Si hubiera estado cerca el dueño, se las habría pedido (al menos una). Dejando de lado otros indicadores de playa que he visto, llego a la de Carvoeiro. Me olvidaré de NªSª da Rocha, Marinha y Benagil, que se me han quedado atrás.
¡Qué frango más rico!
Cuando voy entrando al pueblo, me voy fijando en la oferta de los restaurantes, pero no me decido por ninguna; finalmente, me inclino por Os 3 jotas (pronunciando “j” como “y”); cuando pusieron el negocio eran tres amigos, pero ahora ya son cuatro. El sitio es céntrico y próximo a la playa; los camareros, que no sé si son también dueños, son muy amables.

Pido frango y me ofrecen ensalada por 3€, que acepto. El frango lleva patatas y será el pollo más exquisito que jamás comí; al asar le ponen algún condimento que le da un gusto muy rico; se trata de medio pollo (quizás le falte algo de pechuga) con su pata y su ala (a la que le falta la parte final) y lo presentan muy bien en bandeja ovalada y así: ala, pechuga troceada, pata, tomate, lechuga, perifollo y las patatas fritas. Al ir a coger la vinagrera y la aceitera para preparar la ensalada, derramaré la mitad de la cerveza; pediré y me traerán otra, pero una de ellas no me la cobrarán (aparece borrada de la nota a mano). Pago 11,99€ con Visa y me sellan la credencial: Restaurante “Os Trés Jotas” Praia do Carvoeiro 367805. Meo y salgo muy satisfecho de Los 3 jotas, retrocediendo hacia la costa oriental, ya que en esa dirección un indicador señala: Vista Panorámica; pero seré incapaz de encontrarla. En vista de lo cual giro y cambio de sentido y, de nuevo me oriento en dirección al Cabo de San Vicente. Así llego a la playa de Carvoeiro que antes, a pesar de estar cerca del restaurante, no la había visto; es relativamente pequeña y ni siquiera me molesto en bajar a la arena, tampoco me acerco a Os 3 jotas y asciendo por el otro lado, por encima de la playa, y me meto en una urbanización que, inicialmente, me va alejando de la costa, pero al ser circular, me dejará posicionado frente a un caminito que, mi intuición, me invita a seguir.
Unos preciosos acantilados entre Carvoeiro y Ferragudo

El camino se vuelve senda y sin matorral, muy limpia y próxima al borde del acantilado. Por delante de mí, van un padre y un hijo; trato de darles alcance y me costará, pero cuando lo logro, resultarán ser ingleses y de poco, más bien de nada, me podrán informar ¡lástima! Cada vez que me asomo a alguno de los salientes, el choque del mar con la roca es impresionante, ahora que el mar está embravecido.





Voy andando muy a mi gusto por la cómoda senda y observo que hay una depresión del terreno que me va a permitir bajar a una pequeña playa; bajo y me sitúo en el lado de la playita con más arena seca.














Horadadas en la roca, hay dos pequeñas bóvedas, con pisadas humanas; así que se puede comprobar que se trata de un lugar visitado ¡y yo que me creía solo en este paraíso!


En el lado en que inicialmente me baño, el agua se remansa y no da sensación de estar demasiado limpia, así que me voy hacia el otro en el que el agua está mejor, pero es más incómodo porque hay más piedras y rocas y temo que la ola me tire contra ellas. Por lo menos me refresco. Regreso y me tumbo en mi zona y aprovecho para exprimir mi limón en el agua; al poco, llegan dos chicos jóvenes con intención de ponerse en la bóveda que ocupo, pero el contratiempo que expresan al verme, les hará quedarse en el lugar inicial. Aunque me parecen magrebíes, me dicen que no tienen ningún problema porque esté desnudo (a lo mejor no son musulmanes, o lo son, pero evolucionados). Les digo que pronto tendrán la playa para ellos, puesto que me iré en breve. Cuando me termino de secar, me visto y me voy. Saludo y voy subiendo y, desde lo alto, sacaré foto del lugar y les veré que pasan a la bóveda que yo ocupaba, pero no se desnudan. Quizás uno fuera portugués y el otro angoleño o mozambiqueño; pero es una intuición, ¿quizás de Goa?



Seguiré sacando foto a los acantilados, el último con torreón y llegaré a otro con dos playas inaccesibles a sus pies. Buscaré acceso, pero en vano; es probable que las pisadas que se ven correspondan a gente que ha llegado al lugar en barca, o a nado, o por el aire. La segunda playa, también inaccesible, está llena de gaviotas en un tercio.




Oteo la posibilidad que a alguna de las dos se acceda por alguna cueva del interior, pero no veo ni rastro de ella. Por fin se acaba el acantilado y bajo a la playa, creyendo que es Ferragudo, pero resultará ser praia Caneiros.

De Ucrania a Moldavia
El agua con el limón está más bebible. De Caneiros a Ferragudo, pasaré por una casa cuyo jardín está siendo regado por manguera; veo a un chico y le pregunto si es su agua, me responde afirmativamente, y le pido que me llene la botella; saca la manguera del grifo y me la llena; todavía conserva algo del gusto a limón, pues no la había vaciado del todo; el muchacho era un inmigrante de Moldavia.
Llegando a Ferragudo

Sigo adelante y me encuentro con un hombre montado en una gran pala mecánica y que me empieza a contar que allí mismo hay una playa grande; estando dándome las explicaciones, llega alguien a quien está esperando, posiblemente su patrón, y cortamos la conversación. ¡Chao! Voy bajando por la acera y, entre la vegetación, veo a un hombre en bañador en la playa, pero no veo ningún resquicio para acceder a ella. Más adelante veré coches que circulan por el otro lado, así que pienso que, más abajo, habrá un acceso para ellos y para mí; pero tendré que bajar toda la cuesta. Ya abajo, veo cómo una pareja de extranjeros se dirige hacia una urbanización; les pregunto por teléfono público y me orientan hacia el otro lado, hacia el casco de la villa de Ferragudo. Considera que tengo buena salud, física y mental, para hacer lo que hago.
Un niño en Isla Mágica

En vista de lo que me han dicho, retrocedo hacia la playa, en el momento en que llegan con su coche madre e hijo, con un barquito y muñecos de plástico, que se le caen varias veces. Cuando estoy relatando mi viaje y mi paso por Sevilla, al chavalín se le ilumina la mirada al oír hablar de Sevilla, puesto que él estuvo de excursión con el colegio en Isla Mágica. Me adelanto, pero la marea alta no me deja pasar y doblar el cabo sobre el que está construido el castelo de San João de Arade. Un señor me anima a que lo intente sin pantalón, pero como ya sé que hay otro acceso más arriba, por el otro lado, ni lo intento. Me despido de madre e hijo que ya han llegado al lugar en que piensan quedarse.
Elijo playa para dormir

Dejo la praia y me voy a la otra, que interpreto será la Praia Grande, que me ha dicho el de la pala, pero no tengo certeza. Ésta es más interesante para lo que yo pretendo, dormir. A la entrada tiene un chiringuito potente, entre la espesura, un restaurante, y seguido un bar. Paso entre el doble campo de boleibol y su graderío azul paralelo a la zona de sombrillas y hamacas, quedando la zona más solitaria ocupando 2/3 del total. Lugar ideal para bañarme desnudo y dormir. Tomo una cerveja más grande de lo habitual y me cobran 2,20€. Hay una madre con dos hijos, el mayor adolescente y el menor muy expresivo y amoroso con su madre. La chica del bar me informa de características de la playa.
Salvando pececillos de la asfixia
Me sitúo en el lugar elegido, previo vistazo a aseos de madera descuidados, rotos, destrozados por usuarios vándalos; compruebo que no es sitio adecuado para dormir. Mi pituitaria advierte cierto olor a mierda. Al fondo, una pareja se oculta tras su paravientos azul. Vienen dos mujeres andando y espero a que pasen para meterme en el agua, que está muy buena y limpia. Hay infinidad de pececillos en la orilla que, al llegar la ola son empujados a la arena, quedándose fuera del agua; al salir, una ola más fuerte que las otras, hace estragos; muchos pececillos saltan y dan muestra de asfixia; contribuyo a salvarlos volviéndolos de nuevo al agua, pero es probable que la masacre vuelva a ocurrir. Regresan las señoras paseantes y vuelvo al agua. Una de ellas salvará algún pececillo más. Cuando se van, salgo del agua.

Segundo dibujo en mi Moleskine

Una vez seco, abordo el segundo dibujo del camino y el tema será los servicios desvencijados y el acantilado y la floresta que se ven detrás. Nada ni nadie me molesta, hasta que veo que de la cima de la montaña bajan dos chicas y un chico, que pasarán por la orilla pero que, por lo visto, no les gusta que esté desnudo y me dicen algo que yo no entiendo, pero me basta ver su actitud. Termino el dibujo. Los del paravientos también se van; y yo también me voy hacia la villa de Ferragudo. Tendré ocasión de comprobar, a lo largo de los días y en la medida en que voy teniendo más dibujos y los voy enseñando, que los portugueses los denominan diseños.

Otra noche sin cenar
La oferta hostelera no me termina de convencer; los pescados tienen buena pinta, pero al tener precio por kilo, no me da ninguna seguridad de a cuanto me va a ascender el que elija, y el precio es de una media de 30€/kg. Me parecen muy caros. Habría tomado con gusto una sopa calentita. Miraré luego en la playa, donde bebí la cerveza. Decido entrar en uno de ellos y pido la carta; quizás estos precios sean más bajos que los de España y de calidad similar, pero siguen pareciéndome caros. No he conseguido hablar por teléfono con mis hijas, así que por un huequecito vuelvo a mi playa. Al llegar al bar, vuelvo a mirar la carta y decido que será otra noche sin cenar, menos preocupante, porque el plato de pollo del mediodía ha sido suculento. Como unas pipas de calabaza, y a correr.
Me quiere, no me quiere
Por la orilla pasa una pareja; han ido y vuelven. No parecen muy bien avenidos, puesto que él va descalzo por la arena seca y ella, calzada, muy cerca de la orilla. Después se arrejuntarán y desaparecerán por el fondo; fondo que tiene tres accesos: uno central y llano y dos laterales y por escaleras. Pasa una chica hablando por el móvil y luego se quedará con sus pensamientos. Escribe su nombre en la arena, quizás como reafirmándose que existe, y escribe MARY, pareciera que encontrar un palo en la orilla se lo huviera motivado. Todo como si cumpliera un rito: encontrar un palo y escribir. Lo vuelve a hacer, pero esta vez parece que su nombre va acompañado de un deseo, y escribirá: MARY y JOÃO. Las olitas se llevarán lo escrito. Como la veo triste o nostálgica, quizás por la ausencia del amado, le cuento la historia que me contó Otelo sobre lo que hacen los aborígenes australianos y se la complemento con mi versión. Al final, la clave está en la toma de una decisión. Me entiende y me agradece lo que le he dicho. Mary se va, perdiéndose en la noche ¿Se encontrará?
Otra noche estrellada
El contador de kilómetros indica 25,60 y es probable que hoy no tenga mucho error. En el cielo una luminosa media luna menguante; me doy aloe-vera en los pies ¡qué descanso! Sobre mi cabeza la última estrella del mango del carro de la Osa Mayor.
¿Qué aprendizajes me ha deparado el día? Que tengo que poner más cuidado en algunos sitios donde me desnudo (no estamos en España). Que tengo que coger el hábito de darme todas las noches masaje de aloe-vera en los pies. Que debo poner más empeño en cenar todas las noches; cualquier escusa es buena para no hacerlo y algún día tendré que gastarme mi dinerito en un buen pescado. Que está bien poner en práctica lo que la intuición me pida, aún a riesgo de equivocarme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario