miércoles, 4 de enero de 2012

Etapa 7 (67). Quarteira-praia do Salgados

Etapa 7 (67), 5 de junio de 2007. Quarteira-Vilamoura-Falésia-Albufeira-Salgados.


Francés y flamencos
He dormido bastante bien, pero no he mirado al reloj y no sé a qué hora me he levantado. No me doy baño. Un francés, Henry, prepara aparejo de pesca y me desea buen viaje; he hablado en francés con él; todavía queda algo del curso de 70 horas de 2006.











Ya en el paseo marítimo, me encuentro con un matrimonio belga, pero con ellos no me sirve para nada el francés, puesto que son flamencos y no saben ni papa de francés (cosa que me parece incomprensible si no hay una traba psicológica de rechazo). Nos entendemos bastante mal. Van caminando hacia Faro con idea de regresar también a pie ¡Bonita caminata!
Sellos más baratos para España que para Europa (II)
Veo un buzón de correios y me siento en un banco a escribir postal de felicitación a mi hermana Sagrario ¡A ver si le llega para el día 8! Cuando voy a echarla, un chico español me enseña su sello de 0,60€. Me dice que pidió sello para Europa. Le explico que para España cuesta 0,52€. Sigo todo el paseo hasta el puerto. A las 8:00h abren el mercado de frutas y pescado pero, como todavía están colocando la mercancía, lo veré muy de pasada. Otros compran al por mayor en otro edificio y algunos venden en la calle. Después del pueblo, llego a una playa y, en un prado seco previo, me entran ganas de cagar; cago consistente y tapo, ocultándolo, el resultado. En la playa hay alguien pescando.
Mucha vuelta por un puerto artificial interior
Entro en Vilamoura. En la propia playa está el Hotel Tivoli Marinotel, que está extratégicamente situado, con la playa delante y el puerto deportivo detrás; por lo que me veré obligado a dar un gran rodeo por todo él. Da la impresión de que se han inventado un puerto donde no lo había; algo parecido a lo que ocurrió en Hodarribia. Es un puerto con buenos yates, tiendas modernas y establecimientos de hostelería con precios muy caros. No encuentro ningún sitio abierto para desayunar. Rodeo todo el puerto, Marinade. Todas las puertas de acceso a los pantalanes, tienen muchos sistemas de seguridad, para que ningún ajeno penetre. Mucha oferta de servicios para clientes usuarios del puerto. No veo el 7, el establecimiento de Figo; tampoco pregunto. Todavía no hay apenas gente, algunos encargados de mantenimiento de puerto y de las embarcaciones de recreo. Paso un puente. No he podido tirar ninguna de las naranjas que cuelgan de algunos naranjos. Entrar en la siguiente playa, también implica dificultad, porque hay que pasar por lugares que parecen privados, exclusivos, pero como veo a algún ciclista que pasa por ellos, yo no hago más que seguirle.

Saliendo del puerto de Vilamoura
Por el fondo, se ve una playa que tiene una pasarela a ras de arena; así que voy hasta donde puedo. Cuando ésta pasarela se acaba, entro en la arena y me coloco a distancia prudencial de una familia que acaba de llegar y un pescador y alli me desnudo y baño entre 9:10 y 9:20h. Como llega y se pone cerca un matrimonio con niño, me seco al aire y continúo. El pescador, que acaba de pescar un robalo (nuestra lubina/lupina), y está muy contento, pues lo aprecian mucho, me dice que ayer me vio en la playa de Quarteira y, cuando le cuento lo que pretendo, llegar a Galicia, me ofrece un sandwich que, agradezco, pero no acepto. También agua, pero lo mismo, puesto que tengo. Me despido de él. Un poco más adelante, un chico intenta subir el repecho de arena húmeda hacia la seca, una embarcación de recreo; le ayudo y otro hombre se anima también a echar una mano. Unos que juegan a pelota pierden alguna que llega donde estoy yo; le recojo una pelota a él y dos a ella.

El desayuno más caro. La risa de Natividade
Una pareja va delante de mí; no son musulmanes, sino todo lo contrario, pues ella va con mucho adelanto sobre él, es más veloz y le gusta caminar deprisa; hablo con el marido, pues es al primero que alcanzo y, tras contarle algo, me dirá: “Sagres a 60 kilómetros”; “tres días”, le respondo; pero serán seis; o bien hay más de 60km. o yo estoy haciendo un camino muy pausado y disfrutando de todo. O la opción más probable: que sean 60 kilómetros por carretera y muchos más bordeando la costa y el disfrute de la lentitud. Estamos en praia Falésia; el matrimonio se vuelve; pregunto para continuar por la costa hasta Albufeira, pero me dirán que me viene un acantilado, que ya estoy viendo, y que no podré continuar.

Casi al final de la playa, veo un chiringuito, y me dispongo a desayunar; ya se ha hecho un poco tarde y, si bien ayer cené y podría aguantar hasta la hora de la comida, prefiero engañar al estómago. Me dicen que no tienen nada de bollería; husmeo por allí, y veo que tienen preparado una especia de bufet y se me encapricha hacerme una ensalada variopinta. Pues no señor, hasta las 12:00h no se abre el bufet. Así que dejo el plato que había cogido. Me invitan a subir al hotel, donde me podrán dar de desayunar.

Salgo del chiringuito y paso por zona de WC y duchas. La ducha está ocupada, pero en seguida sale el que la estaba usando y me meto yo. No se puede cerrar, pero eso no es inconveniente para mí; así que me desnudo y me doy una buena ducha con jabón líquido gratis. Sin secarme, me vuelvo a vestir y, al salir, la chica de la limpieza me está esperando a que saliera para hacer su tarea. Penetro por un paraje precioso, entre dunas y vegetación y con escalinata de madera, que enlaza con un ascensor. La palabra falésia (la falaise francesa) significa acantilado y, verdaderamente, todo el acantilado es precioso, con tierras que van del dorado, al ocre, pasando por el siena y otro más rojizo y con vegetación de matorral en las cumbres y más exótica en la base. Ya antes de Quarteira, por Vale do Lobo, había otras más pequeñas y también bonitas. Subo las primeras escaleras y cogeré el ascensor. Cuando llego a la cima, el paisaje cambia de súbito, praderas con hierba fresca y bien recortada, arriates de flores, piscinas y gente bien. Acabo de entrar en el Hotel Sheraton Algarve. Pregunto a dos empleados por el lugar para desayunar. Me ven con las dos mochilas y me miran con cara rara, me ofrecen tostadas, pero veo y elijo un pastel de manzana con pasas y un descafeinado con leche. Será el desayuno más caro de mi historia en relación a lo que tomo (el próximo año también desayunaré en Matalascañas por precio similar, pero allí será un bufet, que se convertirá en desayuno y comida); lo mejor de éste, es que lo pagará Visa (o sea, yo en diferido). Cuando le cuento a la encargada, alucina “¿a pe?”, se pregunta. Natividade se muestra muy expresiva y, sin estimularle, muestra una risa abierta y franca. Está encantada con el paseo que estoy haciendo y se lo cuenta a sus compañeros. Es una mujer que parece feliz y competente, cosa difícil teniendo gente a su cargo, donde la toma de decisiones puede amargar la relación de equipo y ésta no siempre va viento en popa entre encargados, camareros y otros servidores. El colectivo de hostelería suele ser uno de los que más conlleva movilidad de personal y, la situación del mercado, tampoco favorece la estabilidad; pero estamos en la zona más turística de Portugal. Menos mal que la estoy pasando en temporada propicia y no a finales de julio, como habría sido lo natural. Me habría cogido la temporada alta. He escrito durante más de dos horas; hoy había mucho que contar, ya que ayer fue día muy intenso. Natividade me ha sellado la credencial: Sheraton Algarve. Hotel & Resort. Pine Cliffs. Recepçao. Praia da Falésia. Albufeira. El café iba acompañado de una chocolatina y como venía con la leche aparte, en una jarrita, la he consumido toda. Cuando me retiran el servicio, Natividade me ofrece bebida, pero no me atrevo a preguntarle si gratis o pagando y, por si acaso, no me arriesgo y le digo que no, que soy frugal y me contento con poco; si la tartaleta de manzana y el descafeinado con leche me han costado 7,70€, cualquier bebida que pida, me puede dejar temblando el bolsillo. Como está a punto de ser la una, me despido de Natividade y salgo hacia Albufeira; en realidad, como estamos en Albufeira, sería mejor decir que parto hacia el centro de la ciudad. Tardaré cuatro años en volver a ver a Natividade; en 2011 pude conseguir un viaje a Portugal con el Imserso de 8 días de duración (en la realidad, quedaban reducidos a 6) y el hotel de destino estaba en Albufeira. En esta segunda estancia, pude comprobar que la información que me dieron era incorrecta, que podía haber seguido por el acantilado, aunque dependiendo de la altura de la marea, y que además, el paseo junto al mar desde la praia Falésia hasta Albufeira, era uno de los más bonitos y variados de la costa peninsular; solamente hay problemas en Praia Maria Luisa, porque se ha hundido una parte del terreno que está junto a la casa de Figo (se la compró a una propietaria anterior, pero no sé en 2007 a quien de ellos dos pertenecía la casa) y es necesario pasar unas rocas remangándose el pantalón. También habría visto Olhos de Aigua, tan recomendado posteriormente, como veréis. Haciendo este recorrido, volví a visitar con mi amiga María Luisa, a Natividade y comprobé que seguía con su risa fácil y su buen humor. “Lembrome, lembrome”, me decía; que se acordaba (lembrar/recordar).

Albufeira
 Por todo lo dicho, hoy parto hacia Albufeira por arriba, por la carretera. Primero tengo que pasar recepción: el portero me abrirá la puerta; salgo al aparcamiento y me doy cuenta que voy con las sandalias de agua, así que meo y me las cambio por las otras, tras ponerme nueva tirita. No hay mucha dificultad para llegar a la estrada, ya que la dirección está señalada y el portero que encontraré al final y que controla la entrada a toda la urbanización, me indica la dirección que debo tomar para llegar a la zona costera de Albufeira.
Un manantial en el mar que no veré
Todas estas circunstancias, harán que no pueda ver Olhos de Aigua, un lugar en que mana agua dulce de manantial dentro del mar, y que me enteraré una vez pasada Lisboa. Un poco tarde ¿no? Ya en marcha, me da la impresión de que el destino está lejano; por mucho coraje que le eche, no llegaré a Albufeira a hora adecuada para la comida, sobre todo, teniendo en cuenta que los portugueses son tempraneros para comer; así que decido quedarme en el primer restaurante que se me presenta. Es un restaurante de nombre italiano, que no registré y como bacalhau a bras y cerveza por 6€, una forma de compensar el gasto excesivo del desayuno. Al salir de comer, cojo agua y como la chica del bar no sabe responder a mi pregunta, consulto con un cliente y, cuando le digo que voy andando, se ríe, me responde y le entra la risa, de nuevo. Voy carretera adelante y recibo la impresión de que cada vez me alejo más del mar. Para compensar este paseo interior, encuentro tres albérchigos, uno maduro y dos algo verdes, y me los voy comiendo por el camino. Finalmente entro a Albufeira por una rotonda que tiene elementos circulares y agua; también a la entrada veré dos o tres abubillas. Entro en información, pero el mapa que me ofrecen es peor que el que llevo. Me dicen que hay playas muy bonitas después del puerto. Al llegar abajo, pregunto a una señora dónde está el puerto, pero ella no sabe o no me entiende, por lo que me esfuerzo: “porto, cais”, pero será inútil. Sigo adelante y llego a una playa y, como llevo tanto tiempo en Albufeira, pienso que ya estoy saliendo, pero comprobaré que aún falta mucho que recorrer, y muchísimo más para llegar y pasar el puerto deportivo. Salgo de nuevo a la costa, pero antes de bajar a la playa, me entra una descomposición, que me hará temer lo peor, pero no tendrá mayor consecuencia; para que no me vean, me he metido en una hondonada, uno de esos buracos que conforman entre el mar y los fenómenos naturales, y una joven pareja pasará por encima de mí sin verme ni, mejor, sin olerme. Bajo a la arena. Una parte de la playa, con marea alta, recibe las olas del mar hasta llegar al fondo, después se ensancha y coincide con zona muy amplia y sin casas, que hace una gran plaza (largo, como dicen ellos). Quiero continuar por la playa y por un paseo que se vislumbra de lejos y que va muy próximo al agua, pero están en obras y tendré que desistir; prohibido el paso. En esta playa hay una gran roca, solitaria, en medio de la arena y, no recuerdo si entonces lo había o no, pero en la actualidad, hay un ascensor que viene y va desde las casas del acantilado y es de uso público (el tiempo que estuve con el Imserso, no funcionó ningún día).


La zona urbana peatonal de Albufeira
Como no puedo seguir adelante, debo retroceder e introducirme por un túnel, donde se concentran vendedores y artistas; la zona es peatonal y bonita. Previamente, en la arena, unas escaleras permiten pasar por otro túnel más rústico escavado en la roca. Después vienen las terrazas de restaurantes y cafeterías y, más tarde, el túnel del que os hablaba. Dos policías tienen un rifi-rafe con un chico, pero le dejan seguir; hay pinturas por el suelo, pero no hay nadie que parezca su autor o su dueño.










Otro puerto interior muy colorista
Sigo por zona urbana, junto a una capela y viendo el acantilado y subiendo a una pasarela, elevada sobre la acera, veré la bocana del puerto. Tras bajar de la pasarela, avisto el puerto deportivo. Se ve que es totalmente artificial, similar a lo que hicieron en Hondarribia  y Vilamoura, metiéndose en el interior. Han construido unas casas de muchos colores, pero aunque saco dos fotos, la primera no me la revelarán, así que la primera del tercer rollo empezará con dos de esas casas.


Otras playas más pequeñas
Tengo que rodear el puerto, llegar a un camino ascendente; unos obreros de la construcción me llenarán de agua mi botella, dejando previamente correr el agua retenida en la manguera. Tengo que meterme entre villas, y al pasar por delante de una de ellas, sorprendo al caminante (o sea, a mí mismo), reflejado en un gran ventanal que hace de espejo.

Para lograr salir a la costa está algo complicado, pero topo con un faro roto y un bonito acantilado con gaviota. Veo caminos arenosos por los que, algunas veces, también van los coches, pues se ven marcas de neumáticos.





Con Manuel en miniplaya
Llego a zona en que el acantilado va bajando hacia el mar y ya es menos pronunciado, también hay playas, caminos con gente que pasea y un aparcamiento de tierra con coches.

Cuando me acerco, veo también un chiringuito y, al asomarme al otro borde, veo a un chico entrando desnudo en el agua. Bajo yo también y me baño; y me pongo a hablar con Manuel, que es portugués, pero que castellaniza lo que puede para podernos entender. Le pregunto, y me dice que no busca ligue, así que seguiremos charlando un rato.

Tal como veo la dirección del sol, la pequeña playita se va a quedar pronto en sombra y, además, como está subiendo la marea, es fácil que nos quedemos también sin arena seca. Saco fotos y le llaman al “mueble” (el móvil) y se tiene que ir; hemos tenido poco tiempo para comunicar, pero menos da una piedra. Después de irse Manuel, yo también me visto y me voy haciendo una pequeña inspección de la zona.


Subiendo una loma, veo la praia de São Rafael; me lo dirá una señora más arriba, que también me dará agua de una manguera, pero sin dejar correr el agua, y me explicará que también se llama praia Grande, que no es muy grande, pero lo es en relación a la otra que está al lado.

Hacia Os Salgados
Sigo andando por el camino, pero en Vila Rosal cojo la carretera. Pregunto a dos negritos, que me dirán: “para Os Salgados, basta con seguir la carretera hasta el final” Así sigo, hasta que veo indicación a praia Coelha (playa Coneja) y, cuando llego, veo que es mínima. Pregunto a un chico si es posible llegar por la costa hasta Os Salgados, pero aunque me lo afirma, me dice que está muy lejos. Aprovecho las escaleras de madera del chiringuito, que ofrece buen pescado para la cena, que me lleva a un camino que no está fácil de ascender y que me acabará metiendo en zona de piscinas de instalaciones hoteleras. Un extranjero me indicará por donde bajar, y así llegaré a praia Castelo. En el chiringuito, una chica me dará un mapa, que no está a escala, pero que me servirá para situarme en la zona urbanizada. Al llegar arriba, veré la desviación a praia Lourenço, pero la dejaré de lado y sigo hasta el hotel Galé Mar. Una mujer me dirá que más adelante no encontraré cabina telefónica; me resisto a retroceder, porque todavía es temprano para llamar, pero lo cierto es que la señora tenía razón y ya no encontraré cabina alguna. En la siguiente rotonda me para un pontevedrés en su coche que va con su compañera de Gran Canaria, pero no están buscando ese hotel, sino el Vila Galé Atlántico. Lo localizo en el mapa que me han dado en información y les digo que suban a la siguiente rotonda y que sigan la calle de la izquierda hasta el final; estaban desesperados y creo que con mis datos habrán podido llegar. Sigo bastante bien orientado, pero al llegar al cruce siguiente, me vuelven a surgir dudas. Sale un hombre de un coche y parece que está acalorado, sosteniendo una discusión con otro; no tengo el tacto de dejarlo pasar y le pregunto por Os Salgados (que significa Los Salados) y será la primera mala contestación que recibo de un portugués; pero reconozco mi inoportunidad; me ha respondido algo así, como que él no está para responder preguntas y que no le moleste. Menos mal que el mapa es bueno y, enseguida veo que, por un ramal a la izquierda se va entrando en una urbanización del mismo nombre, donde para entrar precisa guarda permanente en espacio acristalado. Al verme el guarda, sale de su garita y me pregunta para qué quiero teléfono público; le respondo: “para llamar a España”. No me da ninguna alternativa al teléfono público que no hay. Veo otra abubilla. En el parking hay algunos coches y dos chicos que acaban de llegar en motocicleta. Una pareja joven sale de la playa hacia la urbanización, ella lleva la toalla por los hombros. En el chiringuito pone Os Salgados con dos saleros derramando sal.


Rodaje de un spot publicitario en un bello atardecer
La luna, que ayer estaba en forma de balón de rugby, hoy ya se está acercando a media luna, pues está en creciente. Ya en la playa, a lo lejos, veo muchos flashes de continuo y a ráfagas. El sol está llegando al ocaso, está precioso y muy rojo y pienso que los flashes son porque lo están fotografiando. Dos chicos corren por la orilla y, cuando llego al lugar de los destellos, lo que están fotografiando es un spot publicitario; eso es lo que me dirá uno de los tres del equipo; quizás sea una filmación. Los protagonistas son chico y chica, que hacen poses, se dan arrumacos, besos y hacen señas de adiós a la cámara. Cuando terminan, se ponen la camisa, pues ya hace fresquito, y se van de la playa.
Cama de arena con cabezal de piedra
Me he ido alejando de la zona de agua interior, no sé si río o marisma, con el fin de no estar cerca de zona expuesta a mosquitos, pero me estoy acercando a una casa y no quiero estar próximo a zona urbana, así que subo a la duna para ver qué me ofrece, pero allí también los hay (algunos dicen que los mosquitos no pican, que las que pican son las mosquitas). Pasan una chica con perro y otra sola; para cuando regresa la del perro, ya he hinchado la colchoneta y estoy a punto de meterme en el saco. Hoy también sin cenar. Me he colocado al lado de una roca, de forma que, si viene el aire del Este, ésta me lo quite y coloco la cabeza hacia el norte. El contador indicará 29,0, después de dar algunos pasos de propina para llegar a la cifra redonda. Sigo sin fiarme de él.
¿Cuáles han sido los aprendizajes del día? Que sin contrastar opiniones, no te puedes fiar de las informaciones que te den (tardaré cuatro años en saber que se podía hacer el recorrido al borde del mar entre praia Falésia y Albufeira, y que, además, es precioso). Que no se debe preguntar cuando las condiciones no son propicias. Que sólo pediré bacalhau bras cuando no quede más remedio o para abaratar; considero que es la forma menos sabrosa de comer bacalhau. No confundir con bacalhau a brasa. Que es más adeacuado dejar de cenar que dejar de comer a mediodía, aunque si se pueden hacer las tres comidas del día, mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario